Deudas

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Deudas
Aún recuerdo aquel viaje de visita a su familia leonesa. Íbamos las tres hermanas con sus respectivas parejas y dormimos durante cinco noches los seis en un improvisado gran colchón en el salón.
Mi pareja bajo la ventana, y yo a su lado.
La primera noche fue dura, acurrucado junto a ella no tardó en aparecer una erección. Yo me pegaba, me refregaba como un perro en celo. Bajo su ropa deslizaba mi mano buscando sus pechos. Pero cuando quise meter mi mano entre sus muslos, me frenó con un duro "¡no!" que susurró, pero se clavó en mi alma como un grito a los cuatro vientos, a pesar de que su respiración acelerada me decía que estaba incluso más exitada que yo.
Dormimos sin más remedio.
A la noche siguiente la misma situación, pero esta vez su "no" fue menos duro. "Caerá", me decía a mí mismo, quizá con demasiada fe.
A la tercera va la vencida. El tercer intento comenzó como siempre, con una erección provocada por el contacto estrecho. Mis manos volvieron a emprender camino; primero buscando su desnudez bajo el pijama, y una vez dentro acariciar su costado y subir hasta sus pechos. Acerqué mis labios a su cuello y su oído para que sintiese que mi respiración se agitaba al compás de la suya mientras apretaba con fuerza sus pechos y pezones. Esta vez no encontré oposición al bajar mi mano entre sus bragas. Abrió los muslos para facilitar la tarea. Y ahí mis dedos, qcariciqron su coño, buscando abrir los labios con cuidado y suavidad. Ya estaba húmeda, muy húmeda y comencé a tocarle clítoris. De vez en cuando metía los dedos para humedecerlos y volver al clítoris, con movimientos en círculos como le gusta. Cada contracción de sus muslos me indicaba el orgasmo alcanzado. Yo esperaba ese último y grande que siempre tiene, y que apresó mi mano en tu coño impidiendo sacarla.
Sabía que lo de mi erección iba a tener difícil solución y ella pensaba lo mismo, cuando, tocándome la polla se giró a mi oído susurrando "te lo compensaré".
A la mañana siguiente sentí que todos los presentes en el desayuno nos miraban acusadores, sabedores de lo que habíamos hecho esa noche. Imaginaciones, supuse.
Aquella misma mañana nos surgió un encargo para realizar los dos.
En aquel pueblo de 26 habitantes en verano nos encomendaron la tarea de ir a buscar algo, que ya no recuerdo. Con el calentón de la noche aún presente, nos escondimos tras una solitaria iglesia. Se inclinó sobre mí "te lo voy a compensar" me dijo. Y allí, comenzó a chuparme la polla, que tardó escasos segundos en ponerse qun más dura que la noche anterior. Bajó y subió con sus labios ardientes desde el glande a los testículos, una y otra vez. No creo que durase ni cinco minutos, quizá fue media hora, pierdo la noción del tiempo cuando disfruto. Y me corrí. Sentía la leche ardiendo bajar por mi polla. Estaba exhausto y satisfecho.
"Deuda saldada" me dijo al terminar.
"Hasta esta noche", le contesté.
El ciclo sin fin leonés.
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