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No es una habitación de hotel, pero lo vivido en él supera las vivencias de la más lujosa suite. Mi vetusto coche.Nos conocimos a través de una app para ligar y pronto comenzaron a saltar chispas. Yo me encontraba de viaje, y nunca había tenido tantas ganas de volver a mi ciudad. Mi instinto me decía que tenia que verte ya. Y no falló.
Todo fue atípico. Las circunstancias...
Aquella fue la primera cita de muchas y apasionadas. Un desayuno.
Nos conocimos, la charla comenzó con los nervios típicos. Hablamos de la vida, del bendito rock and roll. Hasta que empezó a calentarse como el café que sosteníamos en nuestras manos. Nuestros ojos decían aquello que pensábamos. "Vamos a hacerlo". ¿Pero donde ir cuando no tienes donde ir? ¡y a las 10 y media de la mañana! Sin el amparo de la oscuridad. Mi coche era la solución a la primera parte del enigma, pero, y ¿dónde?.
Después de caminar un rato por si rebajaban nuestras líbidos sin efecto alguno "vamos a mi coche". En tan solo un par de minutos nos encontramos en la segunda planta subterránea de un centro comercial, rodeados de coches, poca gente y algo de penumbra.
Allí al fin dimos rienda suelta a la pasión. Me incliné sobre ella, mano derecha en cuello y boca con boca, bebiéndonos a grandes sorbos como sedientos en un oasis. Mi mano izquierda se deslizó bajo su camiseta acariciando primero su suave vientre para después subir hasta su pecho, sin sujetador, suave, firme y de pezones duros.
Sentía como me apretaba el pantalón, sin más espacio ya para que creciera la erección.
Sin poder aguantar más, mi mano cambió de sentido bajando esta vez por su cuerpo. Recliné su asiento hacia atrás para tener más facilidad y me deslicé dentro de sus leggins negros. No mentía, no usaba ropa interior. Mi mano acariciaba su suave y depilado pubis, posando la palma sobre su vagina. Me gustaba sentir ese palpitar y como se iba humedecido cada vez más, si es que era posible. Junté mis dedos índice y corazón para abrir primero tus labios y después, meterme en tu vagina. Se estremeció, arqueó su cuerpo hacia atrás y ahogó su gemido con un intensísimo beso. Comencé a alternar el meter y sacar dedos con estimular su clítoris, primero despacio, en círculos, intensificando el masaje cuando sentía que lo pedías. Tras varios espasmos provocados por sus orgasmos, sentí como explotaba en uno largo. Le temblaban los muslos y me pidió parar.
Entonces se inclinó sobre mi, desabroché mi pantalón y la saqué. Por fin libre. No sé si eran las ganas de salir, pero creo que nunca la había sentido tan dura e hinchada. Recliné el asiento y lo desplacé atrás. Comenzaste a comerme el pene con unas ganas que jamás había visto. Lo recorría con maestría, rodeando con sus carnosos labios, lamiéndolo con una lengua que parecía de seda. Tu cabeza subía y bajaba en mi regazo. Sentía que iba a explotar, pero no quería que acabase. Cuando ya no pude más le dije que parase, que me iba a correr (el que avisa no es traidor), pero siguió chupando hasta correr me en su dulce boca. Continuó un rato jugueteando hasta que el pene volvió a su mínima expresión. Se lo había tratado, y sin saber por qué, ese hecho me dio aún más placer.
Al volver a los asientos y recuperar el aliento observé la cámara de seguridad justo frente a nosotros
-espero que lo hayan disfrutado
Dije mientras agitaba mi mano a modo de saludo
-jamás lo harán más que tú
Me contestó.
Después llegaron más días, más relaciones y anécdotas que incluyen camas rotas y bricolaje en bolas, pero eso ya sí acaso le interesa a alguien, lo contaré otro día.