Hechos reales. Una noche con mi amiga M.

*******2002 Hombre
21 Publicación
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Hechos reales. Una noche con mi amiga M.
Érase una vez...

Un amigo me preguntó sobre mis experiencias pasadas con otros hombres, ya que él no había tenido ninguna aún y no veía el momento. Después me preguntó si alguna vez había estado con una chica transexual. Le dije la verdad: que sí, dos veces, por aquel entonces. Una de ellas, con una morena encantadora de la que he seguido siendo amigo durante años.

Me encantan las mujeres y he tenido relaciones sexuales con ellas casi toda mi vida. Pero conozco el sabor del pene, sí. Esto suscitó en mi amigo una pregunta que, a posteriori, entendió como ridícula. Si prefería hacerlo con chicos, o con chicas trans. No me pareció que pudiera dar una respuesta correcta a eso, dado que fueron experiencias radicalmente distintas unas de otras, pero sí sé que el cuerpo de una mujer me atrae mientras que el de un hombre, en el 99'9% de los casos, no. En todo caso, no se podían comparar, sobre todo cuando todas esas experiencias fueron especiales de una forma otra.

PERO... Sí podía responderle cuál había sido la mejor experiencia con, digamos, otra persona con pene. Y esa indudablemente fue hace unos 12 años, con mi amiga M (tontería, tal vez, pero por si caso no diré nombres). Una mujer preciosa, divertida risueña... que no nació como tal. Alta, con curvas, y que entre las piernas escondía una sorpresa de un agradable tamaño y, por qué no decirlo, también aspecto.

Los chicos se le acercaban a tontear con ella en los bares cada vez que salía. Muchos cambiaban de opinión al saber que ese cuerpo no era el de una mujer "corriente". Otros pocos no. Pero no era su cuerpo lo que hacía que la mirásemos. Era algo más. Era su sonrisa, sus ojos, su pelo, sus maneras... En aquel momento pensé que, si Dios tiene sentido del humor, ella era una extraña prueba. Si había alguien que no debió nacer chico, según sus propias palabras, era ella. No sólo su piel, sus labios o su culo sino hasta su expresividad y su personalidad en conjunto eran sorprendentemente femeninas y naturalmente atractivas. Y desde que la conocí, siempre estuvo abierta a bromear sobre su suerte, sobre su cuerpo, sobre la reacción de sus padres en aquel día clave en su vida, y sobre la de otros tíos cuando se enteraban de lo que había "escondido" ahí abajo.

Yo no era uno de los chulos del bar, desde luego. Nunca fui ni fiestero ni nocturno ni bebedor. Nos conocimos online por casualidad, nos hicimos amigos rápido, nos divertíamos mucho hablando y nos abrimos el uno al otro acerca de experiencias pasadas y demás. Un día me llamó para avisarme de que iba a pasar unos días con su novio y sus amigos en un pueblo turístico cercano y quedamos en vernos para cenar todos juntos.

Ironías de la vida, su novio y ella tuvieron una discusión muy fea poco antes de llegar y su humor no estaba para fiestas ni salidas. Sentados en la escalera del piso en el que se quedaba aquel fin de semana, mientras me lo contaba, intenté consolarla con bastante torpeza y nos dimos un abrazo. Ella lloraba de una manera que me partía el corazón. Pero, en el segundo abrazo, algo cambió.

Nos miramos con cara de extrañeza. No dijimos nada. Nos apartamos, pero había electricidad en el aire. Había una química repentina en la que no habíamos reparado antes, o no nos habíamos permitido sentir.

Era una sensación extraña. Yo ya no estaba seguro de nada, a ella se le seguían saltando las lágrimas y sus amigos estaban esperándola. Allí no iba a tener lugar ningún memorable encuentro erótico-festivo. Pero, cada vez que la miraba, la sentía tan pequeña, tan frágil... y tan irremediablemente atractiva que era incapaz de pensar. Sin estar seguro de si me apartaría la cara, o de si me llevaría un empujón, me acerqué y la besé tímidamente. Y el caos en mi cabeza me hacía incapaz de retener si el beso duró un segundo o diez.

Su cara de sorpresa provocó que me entrase el pánico. Pero, aún con los ojos llorosos, sonrió. Nos besamos de nuevo y nos encantó. Nuestras respiraciones así lo evidenciaban. Pero, de repente, se apartó. Acababa de romper con su novio y estaba hecha un lío, y no quería meterse en otro. Y allí nos quedamos sentados, mientras su móvil vibraba y ella lo ignoraba. Mirándonos en silencio, apenas pasó un minuto hasta que nos besamos de nuevo.

Fue un beso largo, esta vez sí. Nuestras manos se tocaban y comenzamos a acariciarnos el uno al otro. Habíamos conectado siempre tan bien que era absurdo no haberlo pensado antes. Era tan excitante, tan sensual y, al mismo tiempo, aún tan inocente. Hasta que, de nuevo, algo cambió. La ropa de verano, de estar por casa, esa que se había puesto porque no tenía ganas de fiestas, empezó a no ocultar bien su creciente erección. Y aunque intenté fingir no darme cuenta, no podía dejar de mirar de reojo. Y tras acariciar sus muslos durante los minutos que duraban aquellos besos inseguros, simplemente me atreví a seguir acariciando.

Se sobresaltó, pero también gimió. Una sonrisa inconsciente se le escapó, pero me pidió que parase. Me volvió a mirar, callada, y me invadió de una mezcla de ternura y de excitación irrefrenable. Y esta vez fue ella la que se lanzó y me besó a mí. Cogió mi mano y la puso sobre su miembro, recolocándolo, haciéndolo ligeramente más accesible. Una media hora después, seguíamos besándonos y masturbándonos torpemente el uno al otro. Aquello no podía continuar... en el escalón del piso. Me agarró la mano y tiró de mí para entrar a su cuarto. Comenzamos a desnudarnos mutuamente, nos besamos un millón de veces y confiamos a saborearnos y a mordernos el uno al otro.

Ella estaba preciosa. Sin más maquillaje, sin más lágrimas... Y con una piel increíblemente suave. Por fin decidida, me empujó a la cama y me arrancó los pantalones. Sin dejar de mirarme, sonriendo, acercó mi polla a su boca y me dio el mejor sexo oral de mi vida. Y no paró de sonreír. Nunca la había visto sonreír tanto.

Sentí, por supuesto, el deseo irremediable de devolverle el favor. Fue una sensación asombrosa. Conocía el sabor, o el tacto, de tener otra polla en la boca, sí, pero hasta esa noche nunca había experimentado tal impulso por hacerlo. Lo sentí tan natural, tan bonito, y estaba tan embelesado por su sonrisa, que fue sin ninguna duda la vez que más lo he disfrutado. Tal vez porque sentía por ella un cariño real, o tal vez por lo tremendamente femenina, preciosa, angelical que la veía... pese a la enorme erección que, aún con timidez, acercaba a mis labios.

Nada de eso importaba. Los dos disfrutamos como no nos habíamos imaginado que podíamos. Había toda una noche por delante, y horas de besos, caricias, masturbación mutua y mucho, mucho sexo oral. ¿Hubo penetración? No, por diversos motivos. Pero fue, y a día de hoy sigue siendo, una de las noches más bonitas y excitantes de mi vida.
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****_55 Hombre
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Enternecedor y al mismo tiempo lleno de sensualidad y erotismo
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