Ataduras
Aquella ya lejana noche quise cumplir una fantasía suya. Me la había contado casi al poco tiempo de conocernos, y quizás, conociendo ella mi falta de memoria, pensaría que la había olvidado.No sabía que iba para su casa. Simplemente me acerqué y al llegar te llamé.
-Baja, te espero en el coche.
Y bajó, como llevada por una nube, casi flotaba al acercarse hacia mi. Se montó en el coche y partimos. Debió acordarse, pues hicimos el trayecto sin mediar palabra, y eso era importante para ella. El silencio, el no saber a dónde íbamos.
Nos adentramos con el coche en aquel cercano olivar, alejado del ruido, de la gente. Tan solo la naturaleza nos rodeaba. Y entre nosotros el silencio.
Todo estaba dispuesto, el asiento trasero abatido con una manta para hacer del maletero el palacio que se merecía.
Difícil contener la excitación, pues llevaba rato marcando pantalón. Se que ella estaba igual, podía leerlo en sus ojos y en su cuerpo. Acostumbraba a no usar ropa interior, y se marcaban sus pezones en esa camiseta clara y escotada. Paré el motor y salí del coche dirigiéndome a su puerta, la abrí, y así, a escasos centímetros mi cuerpo de su cuerpo abrí la cremallera y me la saqué. Con el mensaje entendido al momento, comenzó a chuparlo, duro desde que la recogí. Aún siento sus labios, su lengua, recorriédolo, sus manos agarradas a mi cadera, buscando el hueco para poder acariciarlo en toda su extensión. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así, si un minuto o dos horas. Ella convirtió el momento en eterno.
La tomé del brazo para sacarla del coche y nos besamos, mientras abría la puerta trasera para estar más cómodos. Se tumbó y preparé la siguiente fase. Subí su falda para bajar sus medias. Sin bragas como de costumbre. Eso me pone a mil. Le quité las medias y las usé para cumplir su fantasía. Até sus muñecas a los reposa cabeza del coche con las medias, y así me desnudé.
Volví a poner mi pene junto a su boca. Se limitó a abrirla y chupar. Bajé con mi boca hasta sus labios y comencé a besarla. Pasé a su cuello, largo y suave, con besos húmedos y cálidos mientras apretaba sus pechos con mis manos. Continué por su escote, mordiendo sus duros pezones por fuera de la camiseta. La levanté para poder disfrutarlos, lamerlos, morderlos. Aun recuerdo el sabor de su piel. Continué por su vientre. Levanté bien su falda para encontrar la desnudez de su sexo y hundí mi cabeza entre sus muslos. A ella le encantaba y yo disfrutaba de sus fluidos. Mis dedos y mi lengua eran uno explorando su intimidad. Mientras los dedos entraban y salían de su vagina, la lengua jugaba con el clítoris. De vez en cuando paseaba desde su ano hacia arriba, provocando los espasmos en sus piernas. Me encantaba sentir el peso de sus piernas en mis hombros.
Estuvimos así hasta que sacié mi sed. Comencé el camino inverso, por su vientre, pecho, cuello y boca, hasta que nuestras caderas encajaron. Con el pene entrando y saliendo, en un estado de éxtasis, dijo sus primeras palabras de la ya avanzada madrugada, sin contar los gritos y gemidos.
-En la boca.
Creía que esa noche no podía excitarme más, pero lo hizo con sólo tres palabras. Cuando ya no pude contenerme más, se la saqué de la vacuna y me dirigí a su boca. Ahí, no pude aguantar más y en cuestión de segundos me corrí. No tuvo reparo en tragarlo, nunca lo tuvo. Bebimos agua. Me tumbé a su lado un rato e intenté deshacer el nudo de las medias. Tuve que cortarlas. Permanecimos abrazados en silencio mientras el sol salía perezosamente. Nos vestimos en silencio; la dejé en casa, si hablar. Y nunca hablamos de aquella noche. Pero sé cada vez que nos mirábamos, la revivíamos.