ENTREGÁNDOME SU HOMBRÍA... Por Marav
Son las 8 de la tarde de un lunes. Salgo de mi Reino para acudir al encuentro de un nuevo sumi, si se esfuerza quizá llegue a la categoría de ser uno de mis sumisos personales…El chófer espera a la puerta de mi casa para llevarme al lugar de la cita. Sale a mi encuentro y me abre presuroso la puerta del coche. Sabe que no admito faltas en el protocolo y ha de ser rápido. Me ayuda a acomodarme y, tras cerrar la puerta, vuelve a su sitio para conducir el vehículo.
Tardamos poco en llegar pero durante el camino voy recibiendo las alabanzas acostumbradas de mi sumi favorito. Suplica que le deje acariciarme los pies antes de salir del coche, le digo que no. Que quizá le permita hacerlo cuando venga a recogerme…
Voy vestida para dominar: leggins negros, top exageradamente escotado y tacones, altos pero lo suficientemente cómodos como para aguantar varias horas de pie, si fuera necesario. Una chaqueta sobre todo ello para que nadie, que yo no desee, pueda apreciar mi escote, y mi inseparable maletín, con los instrumentos de mi poder, completan mi atuendo.
Llegamos al destino. El chófer, tras abrirme la puerta, deposita mi maletín en la acera. Le permito despedirse besándome la mano y cuando se introduce de nuevo en el auto llamo al telefonillo de la puerta de acceso al portal. El ascensor me sube hasta la planta pulsada.
El nuevo perro tiene orden de esperarme tras la puerta ligeramente abierta, arrodillado y meneando la cola. Así me lo encuentro.
Le doy un puntapié para que abra el paso suficiente para entrar con mi maletín:
• ¡Perro estúpido! ¡Quítate de en medio!
• Perdón, Ama, no volverá a ocurrir…
Le doy una patada más fuerte:
• ¿Quién te ha dado permiso para hablar? Un perro solo puede ladrar en presencia de su Ama.
• Guau, guau. – El muy imbécil trata de ladrar en tono lastimero.
• ¡Quieto ahí, sin moverte! (Obedece y se queda inclinado, con la cabeza pegando al suelo moviendo la colita levantada)
Cierro la puerta de un puntapié. Voy hasta la salita y me siento en el sillón que tiene la pinta más cómoda. Observo la habitación y rápidamente me hago una composición del lugar para planificar mentalmente en que puede consistir la sesión dado su distribución y elementos… Bien, puede servir sin problemas para las prácticas que necesita el sumiso (y que hemos comentado previamente por teléfono).
• ¡Ven, perro!
Acude a cuatro patas, cabeza inclinada, la mirada baja. Ha aprendido la lección.
• Incorpórate, y pon mi maletín en esa mesita y abre la cremallera. Luego retírate, desnúdate y sigue a 4 patas como el perro estúpido que eres.
El perro obedece las órdenes sin rechistar, como es propio de su naturaleza.
Es de complexión delgada, medirá 178 aproximadamente y no es muy agraciado de rostro. Desde luego, nada que ver con mis perros personales favoritos.
Lo primero que hago es ponerle el collar para que sepa que está en presencia de su Ama. Le engancho la correa y al sentir el tirón de la misma comienza a caminar tras mi divino trasero por la estancia, bien pegadito a mi culo.
Paso al lado de la mesita y tomo las esposas. Sigo paseando con él hasta que llego a la parte más despejada de la estancia y le hago incorporar el torso, le pongo las esposas y se las sujeto tras su cabeza, quedando con los brazos levantados y , flexionados. Todo su cuerpo queda expuesto para recibir mis golpes…
No tiene pelo, por lo que no puedo tirarle de él para que levante la cabeza, así que le tiro de las orejas y le saco un quejido mezcla de dolor y placer…
Le hago abrir la boca y le escupo dentro de ella…
Como disfruta al ingerirla…
-Gracias por este regalo, Ama
-¡Plas! ¡Plas! Un buen par de bofetones.
-No te he dado permiso para hablar, estúpido…
Y le cae una buena lluvia de hostias por insolente.
Miro de reojo su minúscula polla. Ya está en erección y por lo que veo está disfrutando, así que sigo golpeándole.
Cuando noto las manos calientes por las hostias que estoy impartiendo cambio de actividad, cojo el látigo de nueve colas y empiezo a golpear al perro, deseo sacarle gemidos de dolor, noto que está sintiendo placer, la erección no le baja.
Comienzo a darle los latigazos, no se le mueve ni un músculo de la cara, permanece impasible… Yo empiezo a excitarme por fin, deseo oír los aullidos de dolor de este perro.
Giro en torno al perro repartiendo latigazos, los alterno con bofetones. El perro tan pronto cierra los ojos como los deja en blanco. Parece que va a entrar en éxtasis.
Le pregunto:
• Del uno al diez dime la intensidad de los golpes.
• Ocho, me responde.
Este perro es un masoca extremo, cualquier otro hubiera dicho ya la palabra de seguridad. Creo que voy a tener que emplearme a fondo.
Incremento la frecuencia y la intensidad y el imbécil tan solo paladea cada golpe, aún no aúlla de dolor.
Me paro un momento, tengo que descansar. Tomo el cofre de las pinzas de mi maletín, le pido que se levante para acceder yo más fácilmente y procedo a pinzarle los pezones y los genitales. No está mal, le he puesto 18 pinzas en total. Le doy un vaso de agua de la botella que, como le indique por teléfono, tiene preparada en la salita. Las pinzas empiezan a hacer efecto, ¡por fin! en los pezones…
Le ordeno que se arrodille de nuevo y sigo con la tanda de latigazos. Tras doce minutos con las pinzas puestas procedo a quitárselas a latigazos. ¡Por fin le oigo quejarse dolorido! Sigo golpeándole con el látigo. Le pregunto por la intensidad de los golpes, ya llegan a 9. Eso sí, de su minúscula polla sale líquido preseminal. El perro está disfrutando, eso no puede negarlo.
Voy a la mesita, dejo el látigo y tomo la fusta. Los ojos del perro se agrandan, mezcla de excitación y temor…
Empiezo a descargar fustazos por sus nalgas, por fin le oigo resoplar. Me noto excitada.
Giro a su alrededor impartiendo fustazos eligiendo los sitios con cuidado, parece que se muerde los labios por no gritar… Me detengo un momento y le abofeteo de nuevo, primero con una mano, luego con las dos, alternándolas…
Le escupo en la cara. Me pide permiso para hablar.
• Dime, perro.
• Gracias, Ama. Su saliva es un manjar divino.
Correspondo a su lisonja con una nueva tanda de fustazos. Le pregunto por la intensidad de los golpes y por fin he llegado a 10. Si sigo 10 minutos más creo que empleará la palabra de seguridad…
Pero no, el perro aguanta, la erección no se le ha bajado en toda la sesión.
Me detengo un instante y voy a la mesita para tomar la vela y encenderla.
Cuando me ve con los objetos en la mano los ojos del perro se iluminan. Le hago echarse hacia atrás y cuando la vela está en condiciones, dejo caer las primeras gotas de cera sobre sus pezones. Por fin gime de dolor, eso me excita más y sigo vertiendo gotas por todo su pecho, por los genitales, los hombros, incluso en su pelada cabeza.
Le hago inclinarse hacia adelante y deposito las gotas en su espalda y en las rojizas nalgas. Me estoy divirtiendo y sé que el perro está gozando, no se puede pedir más…
Le he vertido la vela casi en su totalidad sobre su cuerpo, parece un dálmata con lunares blancos. Es hora de quitarle la cera y para ello no hay nada mejor que usar la fusta.
Me dirijo a la mesita, la tomo y regreso junto al perro. Empiezo de nuevo a fustigarle y esta vez ya sí que reacciona al dolor, lleva muchos golpes encima, por fin están haciendo efecto. La cera empieza salir despedida, menos mal que ha acudido convenientemente depilado o lo pasaría aún peor y tardaría días en eliminarla.
Finalmente le escucho jadear, está llegando al límite y ese punto era el elegido para sodomizarle…
Voy a la mesita, y cojo mi arnés con el dildo y me lo coloco. Le pongo un preservativo. Tomo unos guantes y el tubo de lubricante.
Voy hacia el perro. Le meto el dildo en la boca y se la follo. Hasta el fondo. Casi le atraganto. Tomo la cabeza entre mis manos para empujar bien el dildo… Se lo saco.
• Ahora te voy a romper el culo, perro de mierda. Levanta y apóyate en el respaldo de esa butaca.
Cuando le tengo bien posicionado le echo lubricante al dildo y en la entrada de su ojete.
Introduzco de golpe los dedos índice y corazón en su culo. No se lo esperaba y da un respingo, le pido que se relaje o será peor. Empiezo un “mete y saca” para dilatarle el ano. Suplica que sea cuidadosa, que es su primera vez y empieza a gimotear como la nena en la que voy a convertirle.
Cuando considero que ya se ha acostumbrado a tener mis dedos en su culo los saco de golpe, dirijo la punta del dildo al ojete y la meto dentro. De momento no entra más, ha contraído el ano. Le doy un par de azotes y le ordeno que se relaje o será peor…
Le hago tomar aire y retenerlo. Le pido que lo expulse y en ese momento aprovecho para meter el dildo un poco más…
Lo hacemos así cinco veces más hasta que el dildo está enteramente dentro…. Le dejo unos instantes para que se acostumbre a ser sodomizado y cuando ya se relaja y ve que no se le ha roto el culo empiezo un mete y saca que le hace gemir y gozar. Es su primera vez, pero no será la última. He terminado con la poca hombría que tenía, está gozando como la putita que deseaba ser y yo acabo de convertirle en ella. Ya se le ha caído la máscara, le gusta que le abran el culo. No creo que deje que se le vuelva a cerrar el ojete.
Cuando ya me canso de follarle le saco el dildo y voy hacia su cara. Le meto el dildo en su puta boca para que me lo limpie. Le advertí que se pusiera un enema pues si el dildo salía lleno de mierda se la comería… Afortunadamente para él me obedeció y el dildo ha salido limpito. Le follo un rato la boca, le suelto las esposas de detrás de su cabeza y le paso mi brazo por los hombros. Le felicito por su buen comportamiento y por lo bien que se está portando, está consiguiendo que disfrute de nuestro encuentro.
Me retiro. Le pido que se incorpore y termino de quitarle las esposas. Le ordeno que se ponga a cuatro patas, que vaya a la cocina a prepararme un refrigerio.
Mientras me siento en un sillón y empiezo a relajarme yo.
Veo que el perro trae mi bandeja. Le dijo que se arrodille y ejerza de mesita auxiliar mientras me tomo el refrigerio. Comentamos algo sobre las prácticas que hemos realizado y lo feliz y contento que está de haber perdido su hombría. Dejo algunas sobras para echárselas luego, bebo agua de la botellita precintada que hay sobre la bandeja y escupo parte sobre su miserable cuerpo.
Le pido que se retire un poco para dejar la bandeja en el suelo. Le hago tumbarse y me subo en su espalda con los tacones. Se los clavo sin piedad. Deseo que me recuerde durante unos cuantos días…
Cuando ya me he cansado le permito que coma las sobras del plato como el perro que es, lamiéndolo y sin usar las manos.
Cuando lame hasta la última brizna le digo que se arrodille delante de mí y masajée mis pies mientras yo llamo a mi chófer para que venga a recogerme. En 10 minutos estará a la puerta.
Viendo lo inminente de mí marcha el perro me pide permiso para masturbarse.
• No. – le contesto. Nunca lo permito en la primera sesión
Le digo que podrá hacerlo cuando me marche pero con una condición:
• Sólo puedes hacerlo si echas tu semen en el suelo y luego lames hasta la última gota.
Promete que así será.
Mientras recoge todo y lo ordena dentro de mi maletín, recibo la llamada perdida de mi chófer, ya está abajo. Son las 23:30 horas. Se me ha pasado el tiempo volando…
Me despido del perro haciendo que bese mi mano y salgo por la puerta. Tomo el ascensor y al abrir el portal allí está mi sumi favorito. Con una sonrisa en su cara y deseándome que haya disfrutado de mi encuentro.
Me abre la puerta para que me acomode, coloca mi maletín a su lado y nos encaminamos a mi Reino. Por el camino me pregunta:
• Ama ¿Podré adorar su Divino Templo?
• En cuanto lleguemos a casa, perrito. Hoy me has hecho un buen servicio y te permitiré darme placer oral con esa lengüecita que tienes…
Pero eso será otra historia.