Cómo me quitó las bragas en público (BEHR)
Me fui unos días a la costa, a uno de esos sitios turísticos 100%, que están a tope siempre, y que yo personalmente odio. Pero me habían invitado unos conocidos, y llevaba tiempo sin ir, así que tocaba cumplir con ellos.Además, estaban especialmente interesados, en mostrarme el proyecto que tenían entre manos, sobre un club liberal para mayores o adultos, lo que no sabía es si se referían al cuerpo o a la mente.
Me habían invitado a cenar, y durante la cena me contarían el proyecto.
• ¡Hola Steffi! – me llamó una voz muy especial para mí.
• ¡Hola Fede! – nos dimos un par de besos, bien dados, hacía tiempo que no nos veíamos, ni hacíamos el Amor.
• ¡Estás preciosa Steffi! ¡Tú no cumples años, tú das vueltas alrededor del Sol!
• ¡Ja, ja, tú tan galante como siempre!
• ¡Vamos cariño, que nuestros amigos nos están esperando!
Me ofreció el brazo, siempre había sido un caballero.
Fede y yo nos conocimos hace años, en una reunión de trabajo en el hotel Melia Capitán Haya de Madrid, cuando teníamos unos cuarenta años. Él vino de la delegación de nuestra empresa en Barcelona, y yo estaba desplazada desde la central en Alemania a la de Madrid durante un tiempo.
Le ví tan apuesto, elegante, bien vestido, impecable; sobre todo, natural, sin artificios, no los necesitaba.
Me percaté de él en el descanso de media mañana, me quedé con la taza al borde de la boca, disimulando que bebía, para poder observarle con detalle. Él se dio cuenta. Cuando le conocí, me dijo que tenía una visión lateral muy buena, como los pilotos de aviones de combate, y que la usaba y practicaba continuamente, porque le era muy útil – y tanto…
Me dedicó una sonrisa de esas, de las de un solo lado de la boca, de esas que tienes que sujetar bien la taza.
Empezó a avanzar hacia mí, y cada paso suyo era un grado más de temperatura para mi cuerpo. Dejé la taza en el primer sitio que encontré, y me preparé para darle la mano, limpia y sin temblar.
• ¡Hola, me llamo Fede!
• ¡Yo, Steffi! – con la mano izquierda, me cogió de la cintura casi sin tocarme, me plantó dos suaves besos, todavía hoy los siento cuando cierro los ojos.
Olía a limpio y fresco. Iba afeitado, suave como terciopelo. Su colonia era casi imperceptible, no supe cuál era, luego sí porque se la compraba yo.
• ¡Discúlpame que te estuviera mirando fijamente, es que me chocaba ver un hombre con pajarita!
• ¡No te preocupes, estoy acostumbrado a que me miren por la pajarita!
• ¡Y sinceramente, no me di cuenta si estabas mirándome!
• ¡Yo sí te estaba mirando, la pajarita que llevas en esos preciosos zapatos! – no sé cómo pudo verlas, porque yo no le quité ojo.
• ¡Ja, ja, gracias, eres el primer hombre que me dice eso!
• Porque los que has conocido hasta ahora, no tienen una visión colateral como yo.
• ¡Además, hacen juego con tus preciosos ojos!
• ¡Gracias otra vez, esa si ha sido buena, touché!
• ¿Te apetece que nos sentemos en aquel sofá? – me dijo invitándome con una mano.
• ¡Sí, por supuesto! – tal como lo dije, me dí cuenta que era una expresión que él detectó como “ha bajado la guardia, está deseando”
El sofá era para dos, él se sentó a mi derecha, luego supe que era su lugar estratégico.
Para sentarme, me subí la falda un poco más de lo necesario – se está dando cuenta, seguro – pensé. Él esperó que me sentara primero yo, así quedaba como un galán, y de paso observaba mis movimientos justificadamente.
Hablamos de varios temas del trabajo, y de la vida en general, ninguno fue una tontería intrascendente, como suele ocurrir en estos casos. Me di cuenta, de qué no le debe de gustar perder el tiempo, ni hablar de tonterías, se le nota que además de elegante y atractivo, debe ser una persona culta, de las que se cultivan el espíritu.
Dos veces me tocó la muñeca como haciendo hincapié en lo que estaba diciendo, - deseé que no me la soltara.
Se movió un par de veces, como para recomponer su cuerpo en el sofá, la primera debió ser como una especie de aviso, de lo que iba a pasar en la segunda. Se quedó tocando su rodilla con la mía.
• ¡Perdona, no he calculado bien! – me sonreí gratamente, y él debió interpretarlo como una aceptación al contacto, porque no se movió.
• ¡No te preocupes hombre, solo es la rodilla! – me sonrió, creo que en esa sonrisa iba implícito: “por la rodilla se empieza…”
Continuamos charlando rodilla con rodilla – y por supuesto sintiéndolas.
Nos llamaron para continuar la reunión de trabajo.
Al terminar la reunión nos despedimos, ya que él tenía habitación en ese mismo hotel.
• ¡Me tengo que ir, no puedo quedarme a comer!
• De acuerdo, ¿nos vemos mañana?
• ¡Vale! ¿Dónde?
• ¿Te parece aquí mismo, y en este mismo sofá, a las ocho de la tarde?
• ¡Ja, ja, me parece genial, curiosa idea la del mismo sofá!
Volvió a darme dos besos, esta vez apretando un poco y con pausa, y al cogerme la cintura con la mano izquierda, también apretó – marcando ya el terreno.
Al tiempo, yo le puse mi mano izquierda en el hombro, y le devolví el apretón y los besos – la suerte está echada – pensé.
Pasé el resto del día, alterada, no podía concentrarme en nada. Me venían las escenas del sofá, sus movimientos acompañando a las conversaciones. Sus palabras y los gestos asociados a ellas, parecían todo uno. Desde luego, sabía manejar muy bien, la puesta en escena de todo eso.
Dormí de maravilla, estaba agotada de tanto darle vueltas a la cabeza.
Me vestí como si fuera a ver al Príncipe Valiente, hacía años que no tardaba tanto en encontrar la ropa adecuada – me reía de mí misma.
Al final elegí, una blusa blanca semitransparente y amplia, una falda de tubo de cuero negro, cuatro dedos por encima de las rodillas, y abierta por delante con cuatro botones.
Medias blancas de encaje con liguero. Unas braguitas culotte también blancas, y sujetador a juego.
Me puse los mismos zapatos con las pajaritas, y una chaquetilla tipo torera.
Llegué antes de la hora prevista, y como me imaginaba, él estaba custodiando el sofá.
• ¡Hola guapa mujer…! – me dijo mirándome de arriba abajo con una sonrisa preciosa, y sin poner cara de lujuria – es un caballero.
• ¡Hola galante hombre!
• ¡Estás preciosa, y eres preciosa!
• ¡Graciasss…!
Me ayudó a quitarme la chaqueta, y la depositó en un taburete.
Esperó como siempre a que yo me sentara primero.
• ¡Me encanta esa falda, es muy bonita, y muy sexy!
• ¡Me alegro qué te guste!
Nos sentamos, él a mi derecha por supuesto.
• ¿Qué diferencia hay entre estar preciosa y ser preciosa? – le pregunté.
• Esto lo aprendí en el Hamlet de Shakespeare, dice que ser es lo que tú eres, y estar es cómo estás. Es decir, puedes estar muy buena, pero ser mala. He quedado como dios mencionando a Shakespeare ¿a que sí?
• ¡Ja, ja, jaaa! – sí señor.
• ¡No me conoces como para llegar a esa conclusión!
• Con verte sé cómo estás, y con mirar a esos preciosos ojos, sé lo que eres, no necesito más.
• Vaya…, me vas a ruborizar.
Durante la primera copa, hablamos de su primer y único divorcio, y que nunca más se casaría – lo cumplió. Su amor por los libros, las máquinas y las mujeres…decía que eran sus tres pasiones.
Mi amor por la lectura, la ropa bonita, y la naturaleza. Con la naturaleza, le di en uno de sus puntos flacos – sin querer.
• Ese botón va a saltar, y lo mismo acierta en mi ojo, y luego tendré que pedirte algo a cambio – me señaló el último botón de la falda, la verdad estaba muy apretada, y no podía abrir ni un poco las piernas.
• ¡Ja, ja!, tienes razón ¿no te importa que me lo desabroche y me ponga un poco cómoda?
• ¡Por favor…!, si no se te ve nada, y además en este rincón sólo nos ven la cabeza.
• ¡No sé…tú con esa vista lateral que tienes…!
• ¡Ja, ja, Jaaa! – se rio a gusto por primera vez.
Tumbó un poco su pierna izquierda en el sofá, como invitándome a que yo me relajara, he hiciera lo mismo.
Acepté esa silenciosa invitación, puse mi pierna derecha en la misma posición que la suya, frente a frente por iguales. El hueco entre los botones de la falda lo disimulé poniendo mi brazo izquierdo por encima.
Acompañando a una sonrisa, me miró directamente las piernas y los huecos de los botones.
• ¡Precioso espectáculo! ¡Y excelente habilidad de camuflaje!
• ¡Ja, ja, una se las tiene que apañar para estar cómoda!
• Pues el brazo que tapa los huecos de tu falda, creo que no está muy cómodo.
• Cuando se canse ya veré que hago, tú quieres que lo quite para verme las piernas…
• ¡Ja, jaa, tienes razón, pero no tengo prisa, más pronto o más tarde las veré!
• ¡Te encuentras muy seguro de ti mismo! ¿Yo no cuento?
• Por supuesto que cuentas, eres la pieza fundamental.
• ¡Vaya hombre, menos mal, graciassss…!
Se echó hacia adelante a servirme otra copa, y aprovechó para situar su rodilla en contacto con la mía. Esta vez no pidió disculpas.
• Me encanta el tacto y el calor de tú rodilla!
• ¡Ja, ja, nadie me ha dicho nunca una cosa así! ¿Cómo puedes sentir el tacto a través de tú pantalón?
• Pues lo noto, de echo – con perdón -, el encaje de tus medias es un poco áspero.
• ¡Vaya por dios…si lo llego a saber no me las pongo! ¡Qué fino nos salió el señor!
• Eso tiene fácil arreglo, si quieres te las quito ahora mismo.
• ¿Cómo, que me las quitas aquí, delante de todos, sin más?
• ¡Sí, aquí, y nadie se enteraría!
• ¡Ja, jaa, eres increíble, dices unas cosas que nunca me habían dicho!
• ¡Bueno, alguna vez tenía que ser la primera!
• Y seguro que ahora me dirás, que también eres capaz de quitarme hasta las bragas.
• ¡Eso es mucho más fácil que las medias!
• ¡Me tomas el pelo!
• Para nada, cuando quieras lo comprobamos.
• Te veo tan seguro, que empiezo a creer que pueda ser cierto. ¡Anda ponme otra copa!
Él mismo cambió la dirección de la conversación, cualquier otro hombre habría continuado.
A petición mía, hablamos de sus planes para el futuro. Todos me atraían, pero en ninguno había hueco para una mujer fija.
Alargué el brazo para coger la copa, y dejar al descubierto los huecos de la falda.
• ¡Touché! – me dijo de inmediato.
• ¿Él qué? – respondí haciéndome la sueca.
• ¡Qué más pronto o más tarde vería tus piernas, y que eras la pieza fundamental para eso!
• ¡Ja, ja, me encantan tus detalles y ese control de la situación que tienes!
• ¡Y a mí que te guste!
• ¡Eres un peligro!
• ¡Y tú con esa falda más!
• ¿Nunca te das por vencido?
• ¡Cuándo algo o alguien me interesa NO!
• ¿Eso quiere decir que acabarás quitándome las medias? – le provoqué.
• ¡Primero las bragas! – me quedé sin palabra que decir.
• Acuérdate que te dije, que son más fáciles de quitar.
Me quedé como un minuto mirándole a los ojos, con una especie de sonrisa rayando en la duda, y el deseo de que lo hiciera, y ver cómo narices lo iba a conseguir.
Él me mantuvo la mirada - ¡sin pestañear! – y con una sonrisa de seguridad.
• ¡Mira, nunca en mi vida he hecho una cosa así, pero tengo tal curiosidad de ver cómo lo vas a hacer, que me dejo que me las quites!
• ¡Bravo, me chiflan las mujeres valientes!
• Tendré que tocarte algunas zonas cercanas a tú intimidad, pero nunca con doble intención ¿de acuerdo?
• ¡Jaaa, llegados a este punto, no te preocupes, además, noto que te motiva más resolver el problema, que mi intimidad!
¡Dicho y hecho! – lo consiguió. Me explico.
Tengo que decir, que todo, absolutamente todo, lo hizo con una delicadeza exquisita.
Las manos las tiene tan suaves, que en ningún momento se engancharon con los encajes.
No dejaba de mirarme a los ojos, y con una sonrisa de anticipada satisfacción.
Me mete una sola mano, la derecha, y despacio se va deslizando por un muslo hasta localizar las pinzas del liguero, una a una con total delicadeza, las quita – mi primera sorpresa.
Sin sacar la mano, se fue al otro muslo, y realizó la misma maniobra – me estaba poniendo de los nervios, me estaba empezando a mojar.
• ¡Tengo que reconocer, que eres muy habilidoso!
• ¡Y seguro que no es la primera vez que lo haces! – me devolvió una sonrisa, sin comentario.
• ¿Quieres que continúe? – me preguntó sin sacar la mano, sabiendo que ahora le tocaban a las bragas.
• ¡Cuando te dije adelante, asumí hasta el final!
• ¡Gracias, va a ser un placer de dioses!
Deslizó la mano entre los muslos, directo a mi vulva, despacio, muy despacio, abriéndose camino con ligeras presiones; le facilitaba el acceso abriéndome de piernas poco a poco, y él lo sabía, se le veía en su sonrisa, y en esos ojos que no dejaban de mirar los míos – y sin pestañear.
Me abrí lo justo para que llegara a la vulva. Se paró delante, me miró intensamente a los ojos, y dejó de sonreír. Me estaba desnudando literalmente con la mirada. Empecé a segregar jugos a buen ritmo, me notaba el corazón acelerado, y la vulva y los muslos ya estaban bien húmedos – y él los estaba tocando con la punta de los dedos, casi imperceptibles.
• Tengo que meter algunos dedos entre las bragas y la vulva…
• Ya te he dicho que adelante, haz lo que tengas que hacer…gracias por ser un caballero y avisar.
Metió dos dedos unidos, entre las bragas y la entrada a mi coño. Me mojé de inmediato, debió notarlo, porque me dedicó una ligera y rápida sonrisa. Las sujetó fuerte, y realizó ligeros tirones hacia fuera. Cuando hubo tanteado la fuerza que debía hacer, y como aplicarla, empezó a tirar sin pausa. Noté como iban cediendo, y eran suyas – increíble.
¡Me las sacó hasta la mitad de las nalgas! – no me lo podía creer.
• ¡¡Dios, que me dejas sin bragas!!
• De eso se trata ¿no?
Se quedó un poco atascado, y le noté en la cara que tenía un ligero problema.
• ¿Por favor, sin levantar el culo, puedes aflojar la presión de tus hermosas nalgas, sobre el sofá?
• ¡Por supuesto!
Se llevó las bragas como por arte de magia.
¡Ya estaban en las rodillas!
Me descruzó las piernas por los tobillos, y las sacó suavemente.
Mirándome con ojos de satisfacción y deseo, las olió y sin dejar de mirarme con sonrisa de satisfacción, se las guardó en su bragueta. Me reí levemente con una sonrisa que le decía: “eres un auténtico trasto”. Con el tiempo me di cuenta qué, nunca había conocido a un hombre, “tan travieso y encantador”.
• ¿Me las he ganado, cierto?
• ¡Si es necesario, hasta te las firmo!
• ¡Dios mío, es increíble, nunca imaginé que lo consiguieras!
Se deslizó sin levantarse, bajé mis piernas del sofá, y le dejé que llegara a mí.
Con la mano izquierda me acariciaba la nuca, y con la otra un muslo por encima de la falda.
Sentía todos mis músculos aflojándose, uno a uno, abandonaban su tensión dejando paso a sus manos.
Las sonrisas se borraron, su presión en mi nuca aumentó al tiempo que mi placer, y la otra mano ya estaba entre mi muslo y la cadera. Notaba su olor a fresco y limpio.
Con los ojos totalmente clavados uno en el otro, unió sus labios a los míos. Cerré los ojos, y por primera vez noté una forma de besar distinta. Me gustaba.
Presionó mi boca con la suya y su lengua, la abrí dejando que tomara posesión. Me absorbía con sus labios. Acariciaba todo mi interior con su lengua, rodeaba a la mía sin compasión. Me daba saliva, yo tragaba con ansiedad.
Me tenía prisionera de él y el rincón del sofá, me moría de gusto, deslizó la mano por dentro de la falda, y bajando por detrás del muslo alcanzó los labios de mi vagina, todo estaba empapado. Sacó la mano y metió esos dedos totalmente mojados entre nuestras bocas, los lamimos como si se acabara el mundo después de eso.
Volvió a ponerme la mano en el muslo, apretándolo con fuerza. Su boca estaba absorbiendo la mía, su lengua estaba en la entrada de mi garganta, me soltaba saliva sin descanso, me moría de gusto…
• ¡Me voy, me voy, si, si mi amor …!
Metió la punta de un dedo entre los labios vaginales, y la de otro en el culo.
• ¡Ah, ah, así, así mi amor! ¡Me voy a correr yaaaaa!
• ¡Mmmmmmmmmmmm, oh Fede … me acabo de correr!
• ¡Y yo en tus bragas … Steffi … cariño!