Alan
Llevaba "whassapeando" con él más de un año. Al principio un saludo, me gusta como escribes, un poco de "coquetería" por mí parte, un poco de seducción por la suya y quedamos enganchados en los hilos del destino. Raro era el día que no "chateabamos" un par de veces. Alguna vez "el juego" se puso tan caliente que terminamos "haciéndonos el amor", porque si algo tenía claro era que con Alan no me masturbaba, sencillamente me "hacia el amor". De ahí, pasamos a una llamada de teléfono dónde por fin oír nuestras voces. Era tal como lo había oído en mi cabeza tantas veces, su voz de locutor de radio, profunda, pausada, varonil....... Mi cuerpo reaccionaba de inmediato cuándo lo escuchaba. Los pezones se me erizaban, mi coño segregaba fluidos "a mansalva", la boca se me hacía agua. Y es que si algo sabía hacer bien mi amigo, era hacerme sentir "mujer", no sólo objeto de deseo, sino tocar esa fibra sensible que toda mujer tenemos en el cerebro y que por desgracia pocos hombres saben llegar.
No puedo decir que nos enamoramos, porque sabía de antemano que él, no era de esos, es más ni siquiera yo era de esas, lo que surgió entre nosotros era algo "diferente ".
Por supuesto a parte de conmigo, sé que "jugaba" con más mujeres, como yo también lo hacía con más hombres. Jamás nos juramos exclusividad y aún así, siempre volvíamos uno a los brazos del otro.
Un día por causas del destino, la llamada se convirtió en vídeo llamada, sin esperarlo, sin planearlo, simplemente surgió. Cómo surgían las cosas entre Alan y yo. Recuerdo que ambos estábamos sentados en una silla de escritorio, cada uno en su casa, con varios folios de papel delante, me pareció interesante. El saludo inicial fue como de dos viejos amigos que se ven y hablan todos los días, pero recuerdo sus ojos posados en mi escote, en mis manos cuándo gesticulaba o en mis labios conforme hablaba. Y es que así es Alan te desnuda y te acaricia, te hace el amor sin ponerte una mano encima. Claro, la conversación fue subiendo de tono, sus miradas se convirtieron en peticiones y mi "verborrea" en seducción.
Me pidió ver en directo lo que tantas veces había visto en fotos o vídeos. Pero era nuestra primera vez. Le pedí cinco minutos y me vestí para él. Un picardias negro/oro transparente que sabía que le volvía loco. Medias y liguero negro. Unos tacones de aguja de infarto. Chaqueta americana cubriendo lo que quedaba al descubierto. Me pinté unos labios rojos ardientes y una sombra de ojos "ahumada" , maquillaje con el que nunca me hubiera atrevido salir a la calle.
Me encantó y excitó a partes iguales ver esa sonrisa pícara cuando me mostré así ante él. Sus ojos me devoraban por momentos, su lengua humedecía sus labios con ansia, sus manos recorrían su pantalón deseando liberar la "bestia" que llevaba dentro.
Me fui desnudando despacio para él mientras mis manos recorrían mi cuerpo.... Dejé mis enormes pechos libres, me los apretaba y estrujaba, introducia mis dedos en la boca y los pasaba por mis grandes aureolas, pellizcaba mis duros pezones y tiraba de ellos. Lo estaba volviendo loco y me encantaba. Mis manos empezaron a deslizarse sobre mi vientre, mi pubis totalmente depilado, llegando a mis piernas, que se abrieron dejando a la vista mi "coño" húmedo para él. Sus dedos se desplazaban por la pantalla, ordenandome qué hacer en cada momento, así es Alan, todo bajo su control. Ya tenía su enorme polla en la mano y jugaba con ella suavemente, descapullandola y una y otra vez, de vez en cuando bajaba a esos huevos, que tanto deseaba succionar. Siempre conseguía ponerme al límite, desearlo más y más.
Me tenía frenética, mis dedos se introducían en mí entre grandes suspiros, con la otra mano masajeaba y tiraba de mi abultado clitoris; él seguía tocando la pantalla y tocandose cada vez más rápido. Sus jadeos se unieron a los míos, fuertes, acompasados "mmmmmmmm" nos corrimos a la vez entre suspiros y contracciones de nuestros cuerpos. Simplemente fantástico. Lo amo.
Y hoy por fin, lo tenía esperandome en la terraza del hotel dónde había cogido una suite. Estaba sentado, con las piernas cruzadas, sus zapatos impecables igual que su traje Gucci y su camisa blanca, aún sin corbata, no podía desprender más elegancia. No necesitaba presentación, era Alan.