Relatos de un Martes 13

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PENTECOSTES
Marcela llegó a nuestras vidas con un vestido estampado de primavera, unos labios de pecado y unas curvas de vértigo que quitaban el sentido. Hubo un síncope temporal en el pueblo, en la comarca, en todo el mundo, en nuestras vidas. Aquella mezcla inconsciente de pudor y provocación, aquel mirar desafiante y esquivo, aquel andar inocente y despótico dejaba una estela brillante de sensualidad por el suelo según andaba. Supe después que había venido huyendo de la gran ciudad, cansada de moscardones y, al igual que ocurriera con aquella otra Marcela de Cervantes, fueron muchos los que la siguieron y se instalaron también en el pueblo disfrazados de labriegos para llenar los árboles de corazones y suspiros, endechas y madrigales buscando sus favores. Sin embargo, Marcela, permanecía desdeñosa y distante para con todos, confinada en el caserón de los Pajares, una casa inmensa con tres pajares donde le gustaba refugiarse para disfrutar de su soledad y lozanía haciendo de las suyas.
Las cuatro gallinas iniciales se convirtieron en cincuenta. Cincuenta gallinas que le dieron suficientes huevos para adquirir dos ovejas, su lana para conseguir dos marranos y los marranos para una hermosa y lustrosa vaca, su Jacinta. Quiso entonces cubrirla para seguir engordando sus sueños de lechera y fue entonces cuando vino hasta mi casa, con su vara de mimbre, su camisa desabotonada, sus labios de fuego y su Jacinta. Yo tenía el mejor semental de la comarca y venían a mí de todos los pueblos de alrededor. Ella lo sabía, ella lo quería, y mi semental cumplió como nuestra imaginación hubiera soñado. Mi toro empezó a mugir agitando su enorme verga y se abalanzó sobre los lomos de Jacinta que parecía resistirse. Sorprendí a Marcela mirándome, aguijoneé a la vaca para enfilarla, ella paso la lengua por sus labios y me los ofreció húmedos y carnosos, tragó saliva, tragué saliva, sonreí, escondió su mirada, culeó Jacinta, aguijoneé sus ancas y, por fin, aquella enorme e interminable pica, se perdió dentro de Jacinta para descargar un torrente de esperma que rebosó con abundancia por sus cuartos traseros. Se apeó mi toro, lo arrastré por los hocicos hasta su cuadra, Marcela hizo lo propio y comenzó su camino de vuelta sin mediar palabra. Apenas había salido del corral, Jacinta volvió su enorme cabezota, enseñando sus ojos llenos de felicidad, esa felicidad infinita que puede caber en los ojos enormes y redondos de una vaca. Sus andares lentos, parsimoniosos, con el chapoteo rítmico de su vulva rebosando el alimento de los dioses, con el hisopo de su cola repartiendo los líquidos sobrantes que chorreaban por las nalgas y salpicaban el aire, la cara y el cuerpo de Marcela. Aquello fue su Pentecostés particular, una revelación que le hizo arrepentirse de su egoísmo y sus privaciones anteriores. Se detuvo, giró sobre sus pasos y se plantó delante de mí con su ojos de lumbre, se tumbó después sobre los fardos y, con sus labios húmedos y sedientos, me pidió cinco raciones de ambrosía.

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Relato #5742

ANIMAL
Acostada me encontraba, uno de esos días tan característicos de aquella cuarentena. Nos encerraron como a animales enjaulados. Asi me sentía, un animal…
Donde los instintos primarios aturdían a mi lógica y predominaban por encima de mi raciocinio cuando caía la noche.
La confusión tan solo era un camino de nuevos descubrimientos internos. Comencé a explorar con mi imaginación femenina otros mundos y sobre todo otros placeres que, aunque no fueran palpables de forma física, podía sentirlos con gran vigor en mi cuerpo.

Cada noche suponía un encuentro. Un análisis exhaustivo de mis deseos más oscuros convertidos en fantasías ocultas, que haría realidad nada más terminado mi encierro.

Dormía con mi amiga a un lado de la cama. Cuando por fin la escuchaba respirar profundamente y comprobaba que descansaba , sin que ella lo notara, sigilosamente mi mano bajaba hasta posicionarse entre mis piernas…

Mi otra mano subía hacia mi pecho. Mi pecho pequeño, rosado, suave y redondo. Entonces cuando el gozo ya era notable, comenzaba el ritual, o mejor dicho , el espectáculo…

Mi escenario se abre. Aparezco combinada en lencería con encajes de color negro que marcarían un rol dominante además de mis nalgas de veinteañera. Lluvia de juguetes más satisfactorios que la lámpara que cumplía deseos , pero eso si, aquí también sale un genio. Me encuentro de rodillas mirándolo desde abajo cuál pantera deborando a un pecaríe. Miro fijamente mientras me deleito con el regalo que se me otorga. Mis manos recorren el cuerpo desnudo de la presencia que contemplo excitándome con el mismo tacto que va subiendo hasta llegar a su mandíbula la cual presiono entre mis dedos con fuerza como si fuese yo la dueña con único permiso de hacer con él lo que me plazca.
Me pongo en pie observándole de frente con firmeza, me despido de ese juego con mi lengua y le suelto con más autoridad que cuando lo apreté por primera vez.
Mi piel se eriza y comienza a notar la travesía del deleite de mi más profundo ser. Me tiran del cabello con fuerza mientras acarician con dulzura mi rostro, una mezcla de contradicciones que provocan llevarme las manos a la boca para poder impedir el ruido de mi orgasmo…
Amanezco en un charco glorioso entre mis sábanas. Esperando al siguiente encuentro que deje mojadas mis próximas noches.

RELATO 2:

MI REFLEJO

Ya es de noche. Me dirijo a preparar la bañera para hundirme en un relajante baño burbujeante. Sin tener en cuenta a lo que ya acostumbro a diario que es mirarme en el espejo y que mi propio reflejo me haga sentirme lejos.
Pasando esto por alto, decido relajarme,enciendo el mechero admirando mis uñas largas de color rojo pasión para encender las velas. Me impregno de su olor achocolatado y me me meto desnudo entre la espuma.
Esta vez el agua está muy caliente y me hace sudar. Pero el calor no me agobia, más bien me excita. La excitación conecta con mi búsqueda de motivación sexual.
Al cerrar los ojos me relajo de tal manera que mi mente comienza a fantasear.

Aparezco en un escenario con la canción de fondo de “El tango de Roxanne”…
No solo mi suculento escote es el protagonista, sino mis espectaculares curvas irresistibles para cualquiera, incluso para mi, esas curvas que tanto deseo….
Voy vestida como una reina, mis pezones se transparentan y mi vestido marca mi trasero.
Si, aquí puedo llamarme a mi mismo “reina”. No hay prejuicios, no hay tabúes , soy lo que quiero ser y eso me pone mucho.

Comienzo a caminar entre las tablas mientras el público me admira y me aplaude. Me lanzan miradas depravadas, besos en el aire, billetes y todo tipo de piropos morbosos.

El destello blanco hace imaginarme embadurnada en leche , poniendo la bañera de mi casa en escena para crear un gran show propio de una actriz porno.

Mi sonrisa es más seductora que la de Raquel Welch en sus mejores tiempos y mis labios gruesos con color magenta que se relamen frente a una cámara que pelea por sacar lo mejor de mi belleza femenina.

Me estimula saber que tengo un coño, que dentro de él podría entrar quien yo quisiera para hacerme temblar las piernas. De solo imaginarlo los ojos se me ponen en blanco.

Por fin los abro, al mismo tiempo que mis gemidos terminan con mi gran erección .
Trato de entender porque esta es mi masturbación más placentera y comprendo que es porque imagino lo que me hace feliz.

A veces pienso que si la gente entendiera cuantas clases de erotismo hay, divagaría más entre sus sueños.

Hoy me miro en el espejo y no solo sonrío, me excito.

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Relato #1593

EL CAMPANARIO
Un cierto día otoñal Makena no estaba triste, más bien necesitaba redención celestial. Se arregló su rizada cabellera, maquilló su moreno rostro y se dirigió a la casa del Señor.
_Hoy me confesaré! Exclamó.
_Debo aliviar mis pecados. Esos que me atormentan en la misa.
Ingresó tímidamente… mirando a ningún lugar y a todos en esa lúgubre Iglesia de piedras oscurecidas por los años y de tímidas luces que luchan por penetrar por los pequeños vitrales.
Se dirigió al confesionario; se hincó esperando la palabra del sacerdote. No estaba. La excitaba su ausencia. A los pocos minutos oyó que la bisagra crujía y la voz grave del albino clérigo, la bendecía.
Rezó el pésame y expresó, sin ningún reparo, sus pecaminosos sentimientos desabrochando su ropaje con osadía. Reveló la grave falta: haberse enamorado del confesor. Le detalló alucinada el placer que el producía masturbarse, en la propia Sacristía de la Iglesia, liberando sus deseos.
_Cuando limpio la parroquia, dijo: huelo y me envuelvo en su sotana, lo imagino manoseando mis pechos, buscando mi clítoris hasta que, un chillido, que acallo tapándome la boca, me libera.
Y continuó su irreverente y sacrílega confesión.
El sacerdote enmudeció… la feligresa comenzó a suspirar y balbucear con sensualidad:
_Estoy obsesionada con usted padre!
Como pudo el pelado se repuso, respondió con aparente serenidad aconsejando la penitencia.
_La cumpliré. Respondió la pecadora.
Se arrodilló, tan ardiente de pasión que casi olvidaba el texto de los avemaría y padrenuestros impuestos por el confesor.
De pronto, elevó su mirada, vio el ruedo de la sotana deslizándose por la escalera que conducía al campanario y… el apaciguado silencio del templo, le desató una pecaminosa idea.
Quitó sus zapatos para que él no advirtiera su ascenso. El calor la agobiaba y al llegar al último escalón, insinuó sin tapujos su fogosa figura adúltera.
_Qué hace aquí mujer!
Gritó el presbítero, que estaba cambiando la cuerda del badajo de la campana.
_Sigo en pecado, Padre: necesito su indulgencia…
Se miraron fijamente… desafiantes. Ella, avanzó contorneándose alborotada, continuó desabrochando su vestido dejando al desnudo su voluptuoso cuerpo oscuro.
Él… impávido sonrió.
_Imploro piedad Padre! Suplicó.
Se acercó más al sacerdote, desvariando besó apasionada sus labios carnosos, acarició y lamió la prolija barba sacerdotal.
El Padre Gabriel retrocedió absorto…
Ella insistió y logró hacerle olvidar su condición hasta que, jadeante tiró la sotana, extendió sus manos blancas descontroladas hurgando los pechos turgentes de la obscena mujer, se abalanzó libertino sobre la mulata que no se resistió en lo alto de la Iglesia. Un desenfreno monacal hizo olvidar los juramentos pastorales de célibe vida y ella, babélica… con una obsesión morbosa disfrutaba fogosamente en cada vibrante y vigorosa penetración.
Nadie hubiera imaginado la caldeada y desbordada siesta de lujuria sacrílega en el campanario… nadie, si no hubiera sido porque, en el momento de irrefrenables orgasmos viscosos acompañados de gritos hilarantes, los espasmos femeninos endemoniados golpearon la campana alertando los inocentes creyentes pueblerinos.
Firmado: La Gurisa

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Relato #1573

Al otro lado
Ya sabía lo que soñaría. Así desde siempre. Hoy no sería la primera vez.
Esta noche, en cuanto los ruidos se apagarán al otro lado de la pared, en el sensual silencio de gotas cayendo en el baño, imaginaré muy cerca su cuerpo dormido y más lejos mi juego perverso.
Me niego a reconocer a mis desnudos dedos. Abierta completamente, con la luz encendida de lecturas acabadas y revisiones móviles, un sueño vulgar y solitario me excita, me traslada hacia el lugar más cálido de un cuerpo que es sueño y, que a escondidas, baila con el recuerdo palpitante de un sexo furioso en otro tiempo.
Estoy atenta. Su respiración pausada al otro lado precipita la pequeña muerte y en el último segundo de atención, brillante calma, conseguir el solitario placer, el descanso y la culpa de que esté tan lejos al otro lado.

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Relato #1567

Al otro lado
Ya sabía lo que soñaría. Así desde siempre. Hoy no sería la primera vez.
Esta noche, en cuanto los ruidos se apagarán al otro lado de la pared, en el sensual silencio de gotas cayendo en el baño, imaginaré muy cerca su cuerpo dormido y más lejos mi juego perverso.
Me niego a reconocer a mis desnudos dedos. Abierta completamente, con la luz encendida de lecturas acabadas y revisiones móviles, un sueño vulgar y solitario me excita, me traslada hacia el lugar más cálido de un cuerpo que es sueño y, que a escondidas, baila con el recuerdo palpitante de un sexo furioso en otro tiempo.
Estoy atenta. Su respiración pausada al otro lado precipita la pequeña muerte y en el último segundo de atención, brillante calma, conseguir el solitario placer, el descanso y la culpa de que esté tan lejos al otro lado.

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Relato #1708

MI REFLEJO


Ya es de noche. Me dirijo a preparar la bañera para hundirme en un relajante baño burbujeante. Sin tener en cuenta a lo que ya acostumbro a diario que es mirarme en el espejo y que mi propio reflejo me haga sentirme lejos.
Pasando esto por alto, decido relajarme,saco mis garras de porcelana contemplando su color rojo pasión que sujeta la cerilla para encender las velas. Me impregno de su olor achocolatado y me me meto desnudo entre la espuma.

Esta vez el agua está muy caliente y me hace sudar. Pero el calor no me agobia, más bien me excita. La excitación conecta con mi búsqueda de motivación.

Mi pene que ya de por si es grueso comienza a crecer, lo sujeto entre mis manos notándolo cada vez más duro. Desearía metérmelo en la boca si no fuera mío.

Al cerrar los ojos me enciendo de tal manera que mi mente comienza a fantasear.

Aparezco en las tablas de un cabaret, aunque más bien parece un antiguo burdel con la canción de fondo de “feeling good”. Me siento una estrella.

No solo mi escote es el protagonista, sino mis espectaculares curvas irresistibles para cualquiera, incluso para mi, esas curvas que tanto anhelo…

Voy vestida como una reina(si, aquí puedo llamarme “reina”) mis pezones oscuros se ven por encima del sostén y mi vestido marca mi trasero rozando el ras de lo políticamente correcto,pidiendo a gritos unos buenos azotes.

Poso mientras el público (que se compone básicamente de hombres) me admira y me aplaude. Me lanzan miradas depravadas, besos en el aire, todo tipo de piropos morbosos y billetes como si de una subasta se tratase. Todos desean tenerme.

El destello blanco de los focos hace imaginarme embadurnada en leche de una jarra que me acercó hace un rato un señor canoso. Pongo la bañera de mi casa en la escena para crear un gran show propio de una película porno. Me bebo la leche dejándola caer de mi boca por todo mi torso.

Mi sonrisa es más seductora que la de Raquel Welch en sus mejores tiempos y mis labios gruesos de color magenta se relamen frente a una cámara que pelea por sacar lo mejor de mi sensualidad salvaje.

Me estimula saber que tengo un coño, que dentro de él podría entrar quien yo quisiera para hacerme temblar las piernas.
Que podré sentir una penetración. De solo imaginarlo los ojos se me ponen en blanco.

Por fin los abro, al mismo tiempo que mis gemidos terminan con mi gran erección, suelto mi pene que ya ha sacado todo lo que tenia guardado.

Termino con mi masturbación mas placentera mientras me pregunto que si la gente entendiera cuantas clases de erotismo hay, divagaría entre sus sueños más perturbadores.

Hoy me miro en el espejo y cada vez me veo más cerca, no sólo sonrío, me excito.

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Relato #1674

SE ABRE EL TELÓN Y
Nos sabían las manos a cosas muertas y nos olían los labios a sangre suya, que, como siempre, fue quitarse la camisa y pintarse todo de rojo, que se emociona y se desprende; la hemorragia nacía en la punta de la nariz, donde el lunar negro, y bajaba recta perdida e indefensa. Es la única regla con la que juego, las manos de los hombres tienen que desprender olores, como las de mi padre, que olían a pan recién hecho o las mías propias, que se astillan cuando me rozo de lo fuerte que es su aroma a madera mojada. La imagen con la que te recuerdo es esa en la que nos veo abrazados y envueltos por todos los lubricantes posibles, sudados, chorreados y contorsionándonos al unísono.

Ahora, que no podemos vernos, nos llamamos y nos miramos los sexos a través del teléfono, que parecen otros distintos, siendo los mismos, y es que la concentración es diferente. Veo que te lo agarras de esa manera y descubro que es así como te gusta, fuerte y deprisa, con intensidad en los extremos y coraje en el resto del cuerpo, que quieres que vea sin perderme nada. Es emocionante cuando enfocas tu cara y estudio tus rasgos, dejas espacio a mi imaginación y soy yo quien lo narra sin saber qué pasa debajo. Mientras tanto, me toco sin prisa, aunque te mire con desesperación, y dejo que mi cuerpo me moje para acordarme de la vez aquélla antes de encerrarnos en casa.

Luego, cuando me avisas de que va a llegar el final, para que me prepare, como cuando lo hacías para que me apartase, me excito más que nunca, se me pone duro todo el cuerpo y me muero de ganas de decirte que quiero verte y enseñarte todo lo que he aprendido; sin embargo, te engaño y te digo que yo también he acabado, y te cuelgo. Pero me he quedado con tu imagen, sé quién eres y cómo te pones cuando te corres. Es entonces que empieza mi momento favorito, sin nadie mirando y mirando yo a todos, con ese olor a sangre, que hoy viene del piso de al lado, vecino, y que me hace echarte de menos. Cuando llego al orgasmo son las ocho y los balcones me aplauden, así que salgo sin ropa, doy las gracias y cierro el telón.

Hache

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Relato #1660

ELECCIÓN AL AZAR
Me encontraba en una habitación con vistas al mar. El olor a sábanas limpias y perfume embriagaba el entorno, a pesar de mi olfato atrofiado. Estaba un poco desorientada porque no recordaba cómo había llegado a esa habitación. Me levanté y observé que sobre una mesilla junto a la ventana, había dos cartas al revés. La curiosidad es uno de los rasgos de mi personalidad más destacados y eso me llevó a darles la vuelta.

No entendía nada, en una de las cartas ponía la palabra amor y en otra placer. ¿Cuál sería el significado vital de aquello? No sabía por qué había sido la elegida, pensé que era un sueño o los estragos del alcohol de la noche anterior. Intenté buscar en algún rincón alguna respuesta, pero el ruido de unas llaves abriendo la puerta de la habitación me asustaron.

Por la puerta apareció un hombre alto, fuerte y con barba espesa. Su aspecto era muy atractivo y se acercó sigilosamente a mí. No podía dejar de mirarlo e imaginarme cosas muy calientes con él, cuando de repente me susurró al oído varias palabras en portugués y me cogió en brazos y tumbó sobre la cama. Pero, antes había cogido un mechero y eso me hizo temblar, o quizás eran las ganas que tenía de follarle. Cogió una de las cartas y la quemó y volvió hacia mí, me había dejado sin palabras, pero pude observar una cosa, sobre la mesilla ya no estaba la carta del amor, lo había quemado y por lo tanto había sucumbido al placer.

K.V.O (29-01-2021)

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Relato #1746

El deleite de comer un bollo
Respiro profundamente y empujo la puerta. No veo a nadie, pero al escuchar pasos acercándose y oler el aroma de los bollos recién hechos se me ponen los pelos de punta.
«Precioso tu vestido», me dice. «Gracias. Justo para la ocasión», respondo. Entonces me tira hacia ella y me dice: “!Ven aquí, nena!» y me susurra: “¡Qué morro tienes, sabes que tengo que trabajar!, entonces pasa su lengua por mi oreja y me da un rico mordisco en el cuello.

«¡Espera! No vengo por ti, sino por mi bollo con nata. Aunque también te he traído un regalo». Sus pupilas se dilatan de deseo. Sin dejar de mirarla fijamente, dejo caer un pequeño mando en su palma. Sus mejillas se ruborizan. «Ejem…. ¿Qué es esto?» Le digo suavemente: «Con este mando me vas a poder follar sin ni siquiera tocarme. Sé que eso ya lo logras con tu mirada, pero con esto puedes hacer vibrar lo que me he metido en el coño, mojado de pensar en ti». Una de sus manos aprieta el mando, no puedo creer la rapidez con la que con la otra sube mi vestido y toca mi coño que late de placer. Su dedo parte mis labios y disfruta un baño en el río que encuentra allí, antes de bajar nuevamente el vestido, como si nada. “Me encanta sentirte así. Ahora, te vas a sentar tranquila en ese sofá donde te pueda ver. Tengo que abrir la tienda ya.»
Entra la primera clienta. «Hola, Paloma. ¿Qué tal estás?” La escucho y a la vez siento una vibración en mi clítoris. Casi se me escapa un gemido, pero lo contengo y carraspeo. La clienta me mira, pero ya pierdo su atención: «Dame uno de estos bollos, por favor.” Sus ojos se fijan en mi cara y veo debajo de su sonrisa profesional, el placer que siente al controlar las pulsaciones dentro de mí, sabiendo mis ansias por sus manos e imaginando mis bragas mojadas. Me hace un guiño, pasa el bollo a su clienta y se despide. Pone el cartel de «cerrado» y lentamente se acerca.

Entre las pulsaciones, la humedad, el olor a dulces y su mirada, estoy nublada de placer. Coge uno de los bollos con nata y me mete sus dedos en la boca. Siento el dulce y los chupo con fervor. Luego me mete su lengua y el calor corre por todo mi cuerpo. Toc, toc. No me lo puedo creer. Pero si el cartel dice «CERRADO», ¿quién nos molesta ahora? Le pido que no abra, pero me ignora. Me quedo congelada. Ahora tengo cuatro ojos encima de mi cuerpo desnudo y mi coño latiendo. Besa a la mujer que llega y escucho que le dice: «Guapa, la dejo en tus manos. Salgan y yo las busco cuando termine» Sonriendo deja caer el mando en la mano de ella, me mete su lengua y me pasa la ropa. Me visto. Respiro profundamente y tiro la puerta.

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Relato #1815

De volquetes y fijos
De volquetes y fijos

Por alguna extraña razón, la contratación de un volquete se sigue haciendo a la antigua: una ve un volquete y memoriza el número o, como acto de modernidad, se anota el número en el celu o se le saca una foto. El número del volquete siempre, pero siempre, es un fijo. Quizás tenga algo que ver con que estos son asuntos de «gente grande», o sea, no me imagino a un centennial con un sueldo que le permita refaccionar la casa, que la casa sea propia, que se compre muebles nuevos y saque afuera los viejos. Las empresas volqueteras también están manejadas por gente de la generaxión X o baby boomers (sobre todo estos últimos). Por todo esto, cada vez que suena el teléfono fijo en la casa de Berenice, ya se sabe que puede ser la abuela, propagandas, promociones, intentos de estafa o… personas interesadas en contratar un volquete que se equivocan en el último número. A ver, el fijo de la familia Giulio es 4758 – 1996, y el del volquete termina en 0 en vez de 6. Generalmente, la que atiende es la mamá de Berenice y todo termina en un «No, equivocado, el del volquete termina en 0».
Durante esta pandemia y su concecuente cuarentena, aumentaron los pedidos de volquetes, ya que mucha gente al no poder hacer tantas otras cosas, se puso a modificar su vivienda, así que en la residencia Giulio, mínimamente dos veces por día suena el fijo a causa de algún despistado que confundió el 0 con el 6.
Berenice, ligeramente desempleada, pasaba más tiempo en la casa a solas que el resto de sus convivientes y ese tiempo lo usaba para estudiar, fumar porros, ver series o todo eso a la vez. Un martes al mediodía ella estaba fumando al sol en el patio y sonó el antiguo fijo, ese sonido que antes era natural y ahora es algo aterrador. Si el polvo que flota en el aire, ese que se ve al rayo del sol, cuando se posa sobre los objetos ya polvorientos, atraído por la habilitación de las colonias ya existenetes, si ese acto de posarse sobre las cosas tuviera un sonido, tal vez se parecería al de un teléfono del milenio pasado. Pensó en no atender, su espalda estaba posada a la perfección en la silla, con las vértebras agradecidas, pero el sonido llamador insistía, así que suspirando se levantó:
– Hola, llamo para pedir un volquete…
– Te equivocaste, el número del volquete termina en 0
– ah, disculpa la molestia… ¿esa banda que estás escuchando es Nube de miga?
– Ah, sí, jaja, no puedo creer que alguien la conozca
– Mi sobrino era el bajista, ¡el mundo es un pañuelo!, ahora se mudó con la mamá de nuevo y me dejó un montón de muebles que nunca vino a buscar
– Ay… perdón que pregunte, pero justo ando necesitando algunos muebles, capaz que si me sirven te salvo del gasto de volquete
– Sería genial, yo me llamo Andrea, ¿vos cómo te llamás? ¿vivís cerca de la autopista?
– Berenice es mi nombre, si querés puedo pasar a mirar. De la autopista estoy a pocas cuadras
– Dale, además me divorcié hace unos meses y también tengo que sacar las cosas de mi ex, que se fue del país.
– Mirá Andrea, yo ahora estoy al pedo, si me pasás tu dirección voy.
– Dale.- En realidad el diálogo no terminó ahí, sino que continuó durante media hora más, había un efecto encantador en la recepción mutua de las voces. De esa media hora, la mitad se la pasaron hablando de la banda «Nube de miga», bastante conocida dentro de los límites del barrio, pero no mucho más. Se habían separado porque el 2020 mató sus ganas de seguir haciendo música y no eran tan amigos como creían ser. El detalle de conocer estas canciones les generó una fuerte sensación de confianza a ambas.
Andrea estaba a nueve cuadras. Berenice comió alguito, se lavó los dientes, se pintó los labios, se puso el barbijo y salió. Mientras caminaba pensó en que estaría por conocer a una persona sin saber su cara, ya que no se habían contactado através de una red social, sino por teléfono fijo, simplemente conversando, atravesadas por raras casualidades. Los nombres suelen tener edad y Andrea debería ser mayor de 33, supuso, sumando detalles de la voz y ciertos adjetivos que usó, o su manera de narrar breves descripciones. De repente, a tres cuadras de llegar, desconfió, ¿y si la secuestraba? ¿cómo se mandaba así a la casa de una desconocida?, ¿sólo por conocer a una banda desconocida valía la pena confiarse así? Encima no tenía su número, sólo la dirección y el nombre. Cuando hablaron en un momento se fueron por las ramas y hasta llegaron a cagarse de risa, se distrajeron. Por su parte, Andrea también la esperaba con miedo, pensando exactamente lo mismo pero en otras versiones: ¿y si cae con una banda criminal y me usurpan la casa?, en fin, las piernas y la curiosidad de Berenice la llevaron hasta ahí y tocó el timbre. Ni bien se vieron las caras se rieron, viendo la risa en los ojos, ya que tenían barbijo, quizás entendieron en seguida que no eran asesinas o algo así – Tuve un poco de miedo mientras venía, porque no tenía ninguna referencia tuya, más que tu voz
– Ay, yo también pensé que nos mandamos cualquiera, al menos nos hubiéramos pasado el instagram para vernos las jetas, pero bueno, ya estás acá, ya fue, a veces también está bueno dejarse llevar por la intuición – Berenice le dio la razón, pero sus ojos estaban en las cosas en cajas en medio del living – Casi te ofrezco mate, pero la pandemia, claro… ¿querés un café? – no esperó respuesta y fue a prepararlo, tenía un andar ligero y gracioso. Sola en el living, Berenice no se decidía a acercarse a las cajas, ni siquiera se había despojado de su cartera, estaba como teletransportada desde la puerta de su casa a esta otra, mientras tanto Andrea cantaba en la cocina. Un aroma captó su atención: eran flores, eso sólo podía significar que la tal Andrea se fumó unas sequitas en la cocina – Si me invitás no me enojo eh… – Andrea apareció con los cafecitos en una bandeja de abuela, recién ahora la vio sin barbijo y fue toda una revelación, su cara completa le pareció muy linda y afable – no sé si compartir el porro, por las dudas, ¿viste?, pero si querés te armo uno, te lo fumás vos – Berenice le dio las gracias. Bebieron el café en silencio, de a ratos se miraron, se estudiaron un poco más – Son de mi última cosecha, me salvaron la cuarentena
– A mí se me mueren las plantas, no tengo suerte. ¿Puedo pasar al baño?
– Sí, claro, es pasando la cocina, la primera puerta no, ese es mi cuarto, la segunda.
Berenice, risueña por las flores, se sintió más cómoda, al pasar por el cuarto de Andrea, notó que la puerta estaba completamente abierta, se veía la computadora sobre un escritorio, no pudo evitar notar que la pantalla estaba pausada en un video pornolésbico, pero no se detuvo y se metió al baño, perdiendo la poca calma que había juntado. El problema era cómo no tentarse y soltar una carcajada re boluda cuando volviera a estar frente a su anfitriona, porque sí, todo le daba risa, sobre todo estando así de fumada. Un meo no podía demorar tanto y no quería que Andrea pensara que estaba haciendo caca, mucho menos si realmente no había hecho, así que salió dispuesta a pilotearla como pudiera. Volvió a su sitio en el sofá, frente a Andrea, que estaba rara, miraba el piso – ¿Vemos los muebles? – propuso Berenice, reponiéndose o intentándolo – Sí, ¿ves esa cómoda?, le falta un cajón, pero anda. También ese biombo, en las cajas que estás mirando hay ropa de mi ex, no sé si te interesa, las otras cosas están en mi pieza, pero esperame que ordeno un poco – ahí a Berenice se le soltó la risa que había estado amarrando – Ay… no me digas que viste cuando pasaste al baño…
– No pasa nada, yo también miro pornolésbico, de hecho veo bastante esa página.
– Bueno, qué vecina piola entonces, te juro que me estaba muriendo de verguenza. Pasá, esta mesita de luz si la querés, esas frazadas, todo eso necesito soltar.
– Sí, sí a todo, me viene re bien.
– Sentáte, mirá – y Andrea sacó de abajo de la cama una caja de acrílico con gabinetes, cada uno de ellos tenía una cápsula adentro con una botellita de licor en miniatura, parecía ser una colección preparada para exhibirse – La herencia del abuelo de mi ex, nunca las bebió, ni las expuso, ¿qué tal si hacemos una catación de licores? – Berenice eligió licor de menta, Andrea, de almendra, dos sabores que maridaron muy bien a la hora del beso. Andrea corrió de una brazada a todos los cachivaches que había sobre la cama, algo se rompió al caer pero a nadie le importó. Ninguna se había imaginado que ese día se coronaría con una celebración lésbica. No sería la primera vez de ninguna de las dos, Berenice se sacó la ropa y desnudó a su eventual compañera, besarse desnudas les gustó más, mucho más. Había entre ellas diferencia de edad, contextura, peso, colores y todo aquello adornaba con más encanto el cuadro formado por sábanas caídas sobre adornos partidos, ellas a salvo en medio de una cama – isla, naufragando de un desorden de cosas de madera que se tienen que ir a otras casas, a guardar otros objetos, otras historias que también sacarán sus telarañas algún día. El vidrio de la ventana – sorprendentemente limpio – tenía la cortina colgada por fuera, tal vez un error, o acaso una casual suerte que dejaba reflejar el robusto torso de Berenice saltando sobre Andrea, que no se ve, pero está y se oye – pará, pará, me re cuesta tijeretear
– Sí, a mí también, hace mucho que no lo hago
– Yo hace años que no estoy con una mujer, nunca me dan bola, o sea, soy bisexual desde siempre, pero generalmente ando con tipos porque les gusto y me encaran.
– Te podría decir lo mismo de mí: casi que ni me gustan los tipos y no estoy con mujeres porque no me dan bola, por eso no tengo mucha experiencia.
– ¡Tengo juguetes!
– ¿En serio? ¿A ver? – Andrea saltó de la cama velozmente y abrió la puerta de un placard oculto detrás de unas tablas, metió la mano y la sacó rápidamente con un arnés y un dildo humilde, pero moderno, no muy grande – ¿Qué te parece? – y antes que Berenice pudiera decir algo, la puerta que Andrea creyó cerrar, la traicionó y se volvió a abrir, dejando ver una interesante variedad de sex toys – traete ese también – Andrea se sonrojó, pero tomó el doble remache que su agasajada le pidió. Volvió con los chiches a la cama, de repente se habían enfriado, tomaron más licores, vieron la mitad que quedaba de la peli que estaba viendo Andrea, volvieron a deshinibirse y tiraron una moneda para ver quién se ponía el cinturonga, ganó Berenice que había elegido el sol en la moneda en un peso. Se montó sobre ella, variando en velocidad, luego Andrea fue arriba y, después de un ruidoso orgasmo, pidió el cambio, esta vez con el doble cabezal, se pusieron culo con culo, compartiendo el largo y grueso coso, acabaron juntas, se lo quitaron, descansaron, Berenice fue a buscar su cartera, se sentó al borde de la cama y prendió un cigarrillo – ¿Qué hacés?, ¡no se puede fumar acá!, odio el olor a pucho, andá a fumar afuera.

Dafne Mociulsky, primavera 2020



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Relato #1809

SIN PALABRAS
Mi X, mi Amor. Qué ganas tengo de que llegue el momento y pueda tenerte, por fin, en mi diccionario. Sueño con besarte, con frotar mi sujeto desnudo contra tu sujeto y sentir como crece tu onomatopeya en mis manos. Quiero metérmela entera en mi gramática y no dejar de chuparla hasta que tu semántica se derrame por mis adverbios. Me imagino relamiendo hasta la última coma de tu semántica mientras me acaricias las metáforas y pasas tu lengua por mis apóstrofes, cada vez más duros. Cómo te deseo, X. Cómo me excitas cuando tocas con tus dedos mi gerundio cada vez más húmedo, cada vez más hambriento de tu onomatopeya que vuelve a estar lista para mí.
Bajas tu lengua por mi sujeto hasta llegar a mi gerundio, tan mojado que en cuanto rozas mi epíteto me haces gemir. Me siento explotar de sintaxis mientras me corro en tu gramática. Uffff…, que léxico tan intenso…
Todavía me palpita el epíteto y ya necesito sentir tu onomatopeya dentro de mi gerundio. Métemela, X. Ábreme las diéresis y méteme todo tu símil mientras mi gramática besa tu gramática y me aprietas contra tu sujeto. Embistes cada vez más fuerte hasta que vuelvo a tener otro léxico más intenso aún que el anterior. Me abrazo a ti creyendo que ya no puedo sentir más placer hasta que noto tu onomatopeya, dura y palpitante y me despiertas de nuevo el verbo.
“Ponte a cuatro participios”, me ordenas. Y yo, sumisa, obedezco y cambio de yuxtaposición hasta sentir tu onomatopeya frotándose contra mi artículo. Me acentúas las comillas con la mano abierta hasta que mi piel dolorida enrojece y notas como mis propios gritos de dolor me excitan. Mi gerundio hinchado y empapado busca tu onomatopeya pero tu onomatopeya busca mi artículo. “¿Quieres que te predique?, me preguntas. “Predícame”. Tus dedos en mi epíteto moviéndose cada vez más rápido al ritmo de tu onomatopeya que entra y sale, entra y sale de mi artículo hasta que noto tu semántica resbalando por mis diéresis y tengo el léxico más salvaje de mi vida. Nunca he sentido una sintaxis más plena. La conjunción perfecta.
Tus adverbios se pegan a mis adverbios y mi sujeto a tu sujeto. Puntos suspensivos.

Eres mi pronombre. El pronombre posesivo que siempre he estado esperando.
Te amo X, te amo con toda mi oración y toda mi ortografía. Y, si tú quieres, voy a ser tu sinopsis para siempre. Hasta el punto final.

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Relato #1779

CIERRA QUE SE ESCAPA EL GATO
A veces quisiera ser más vieja
porque la juventud lleva en sí la imperiosa,
la implacable necesidad
de relacionarlo todo con el amor.
Elena Poniatowska

Los lunes siempre me pasan cosas raras.
Un lunes de septiembre compré un bolsa de mix de golosinas en la que solo habían metido ositos naranjas y un lunes de octubre sentí la terrible sensación de querer tocarlo todo a la vez.
Un lunes de noviembre bebí dos Red Bull, un café y tres Monsters. Me quedé dormida en el metro. Soñé con un centenar de saltamontes y un pantano, todo de noche. Yo no veía los saltamontes pero sabía que estaban ahí. El pantano susurraba: Cuidado con el hielo y los cangrejos. El pantano susurraba: Uy, que te estás haciendo pequeñita, que te estás haciendo diminuta. Alguien me tocaba el hombro. El pantano susurraba: Si te sigues acercando así acabarás haciéndome cosquillas. Escuchaba un saltamontes dar un brinco y el brinco sonaba como cuando alguien descorcha una botella de champagne. ¿Estás bien? Alguien me apretaba con fuerza el brazo. ¿Estás bien? Te están dando espasmos. Ay, lo siento, bebí demasiadas bebidas energéticas hoy. Se lo pensó mucho antes de decírmelo. Dijo: Ya no te quiero. Contesté rápido: Yo tampoco, pero nadie me toca como tú, tú tocas como una chica. Él, muy serio: He visto muchos tutoriales en YouTube. Yo: Lo sé. Él, más serio aún: Podemos seguir acostándonos, pero tienes que dejar de beber Red Bull o te dará un paro cardíaco.
Un lunes de diciembre apareció en casa con un arnés y yo le ofrecí una manzanilla. No habíamos quedado. Dejó el arnés en el sofá y jugó a tocar la mimosa mientras yo calentaba el agua. Está un poco mustia, dijo. En invierno siempre se me mueren las mimosas, le recordé. Puse su manzanilla sobre la mesa y me senté lo más lejos posible del arnés. Sabes que no me gusta la penetración, le dije, encarando el tema. Es para que te lo pongas tú, contestó. Podrías haberlo metido en una bolsa, seguro que mi tía te ha visto por la ventana. A ver, trae que me lo pruebe, anda.
Un lunes de enero apreté tan fuerte la soga que tuvimos que ir al hospital. De camino, en el taxi, con un pañuelo blanco apretado contra su muñeca empañándose de sangre, me preguntó: ¿Cuántos Red Bulls te has tomado hoy? Respondí que uno. ¡¿Cuántos?! Con la cabeza bien alta: Cinco. Después de curarle la herida nos dejaron solos en la consulta. Me senté en la camilla y abrí las piernas. No llevaba bragas y me había puesto una falda. Casi no se entretuvo lamiéndome despacito alrededor y enseguida fue directo al clítoris. Cuando el médico entró ya habíamos terminado. Se me olvidó cerrar las piernas. El médico me miró raro varias veces.
Un lunes de febrero volvió a aparecer en casa sin avisar. Me dijo que había conocido a alguien. Me regaló una mimosa. Espero que te dure hasta el invierno que viene, dijo. Después se marchó.
Me bebí todos los Red Bulls.

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Relato #1774
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Sobre Lamucca
Lamucca es un grupo de restauración familiar que en 2021 atenderá a cerca del millón de comensales. Con casi 300 empleados, Lamucca cuenta con 8 locales situados en las mejores ubicaciones de Madrid.

Convertido ya en referente dentro del universo gastronómico madrileño, Lamucca continua fiel al concepto original de Comfort Food, ofreciendo producto de primerísima calidad y cuidando al máximo el detalle de su oferta.

Sobre Amantis
Amantis es la tienda erótica líder en España cuyo objetivo es normalizar el sexo y romper tabús. Además de ofrecer una amplia gama de juguetes eróticos para todos los gustos y cuerpos, organiza talleres, charlas, tuppersex y otros saraos erótico-festivos, físicos y online, pensados desde la diversidad y la multiplicidad de deseos que conforman el espacio sexual.

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RELATOS DE UN MARTES 13
nyas

A las ocho de la tarde de aquel martes 13, había quedado con mi amiga Mia,
habíamos pensado en cenar algo fuera y después tomar unas copa
Así que llegué a casa agotada después de un día duro,
miré el reloj y marcaban la seis de la tarde, por lo que aún me daba tiempo a darme un baño relajante antes de salir.
Llené la bañera con agua y jabón , me desnudé, abrí una botella de vino y por fin podría descansar un rato antes
de irme; tumbada a lo largo de la bañera con la música de fondo, comencé a sentirme caliente, y me puse a acariciar
mis pechos, seguí acariciándome hasta bajar por mi abdomen y llegar a mi clítoris, estaba suave y depilado,
por lo que podía ver como mis dedos jugaban con él, y poco a poco iba notando como el calor recorría mi cuerpo
y me iba poniendo más y más cachonda yo sola, siendo mis caricias por momentos más fuertes y mas intensas.
Con dos de mis dedos dentro de mí y una fuerte sacudida, notaba que mi grado de excitación era tan fuerte que rompí en el más grande y profundo de mis
orgasmos, mientras mis dedos seguían dentro y fuera de mí, en movimientos perfectamente rítmicos, llegando a tener tantos orgasmos seguidos, que mi cuerpo solo era capaz de convulsionar. Ya estaba terminando de arreglarme, me puse un vestido negro ajustado, mis tacones, dejé mi pelo suelto, pinté los labios de un rojo intenso y salí a la calle en busca de un taxi para ir al encuentro no habíamos acabado aún de cenar cuando sonó mi teléfono, Marc uno de mis mejores amigos se había dejado las llaves dentro de casa, apuramos la cena , terminamos las copas de vino
y emprendimos rumbo a su casa; una vez ya en el piso, Marc insistió en abrir una botella de vino y que tomáramos unas copas antes de irnos, por lo que la idea no nos pareció tan mala y decidimos quedarnos.
Entre risas y las dos botellas de vino a los tres nos estaba excitando la situación, cuando sin saber en que momento, de repente Marc se acercó a Mia y comenzó a besarla, yo no podía negar que aquella situación me excitaba como nunca antes ,me coloqué de tal modo
que sus dedos pudieran seguir acariciándome, mientras
notaba como me excitaba cada vez más y más; Mia nos
miró, nos sonrío y los tres supimos que
solo podíamos dejarnos llevar…
Mientras Marc me acariciaba a a la vez que besaba a Mia, su cuerpo se estremecía mientras iba desabrochando los botones de su camisa, lentamente le quitó su sujetador mientras iba acercando su lengua a sus pezones duros, notaba como iba erizándose cada milímetro de su piel y yo no podía parar de jadear cada vez más fuerte y con más intensidad, todas aquellas sensaciones juntas eran increíbles y era tal mi deseo que creí explotar de placer en cualquier momento; al girarme los ojos de Mia se clavaron en los míos, no podía ocultar esa mirada de deseo, por lo que sin dudarlo solté el botón de su pantalón, lo fui bajando lentamente y se lo quité junto a su ropa interior que era del mismo rojo intenso que la pasión que esa habitación desprendía , le puse una pierna a cada lado y mientras ella notaba como lamía la suavidad de su coño húmedo; Marc no podía estar más excitado, me puse a cuatro patas lamiendo el clítoris de Mia, a la vez que podía oír su respiración jadeante; Marc se incorporó, vi como se colocaba detrás de mi y como poco a poco iba levantando mi vestido, cuando en una fuerte sacudida noté como entraba en mí, acoplándose nuestros cuerpos perfectamente como si solo fueran uno. Con mi mente en puro delirio, seguía notando los movimientos de Marc entrando y saliendo de mí, me volvía loca sentirlo y notar sus fuertes embestidas contra mis caderas, cuando los gemidos de placer de Mia y sus gritos exhaustos hicieron que volviera a la realidad de aquella habitación , notando como esas
ansias de deseo aún recorrían nuestros cuerpos.
Mia se incorporo y busco a Marc, quería también sentirlo y mientras Marc recostaba su cuerpo en el sofá me levanté y fui acercando lentamente a su boca, podía notar entre mis muslos como su lengua me buscaba, mientras Mia cabalgaba entre sus piernas, y por fin pude
sentir su lengua acariciando y lamiendo cada rincón excitado y húmedo de mi clítoris, el placer era indescriptible, notaba su lengua dentro de mí, como
entraba y salía , y como jugaba conmigo en movimientos perfectamente sincronizados y en unos segundos, como si
los astros así lo quisieran, los dos explotamos a la vez , en
una simbiosis única, gritando y gimiendo de placer como
si de una explosión cósmica se tratara.
Aquella noche de magia , pasión y delirio y consiguió que el vínculo que nos unía a los tres fuera por siempre indestructible.

Val
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