Lola, a pie de obra

Lola, a pie de obra
No era el lugar adecuado. Sí para el negro, no para sentir movimientos de entrepierna, pero la polla de Fermín se estaba moviendo. Todo por unas medias negras, unos zapatos de tacón negros y una falda negra. Y ese oscuro de la indumentaria era lo conveniente en ese lugar y en ese momento.
El entierro de la señora Dolors, vecina de toda la vida de Petra, había reunido a Fermín, hermano de Petra, a Lola y a bastantes vecinos del pueblo. Hacía tiempo que Fermín no veía a Lola. Aunque sabía de las correrías venéreas de su hermana y la bella peluquera. En su juventud, el paleta había sido uno de los tantos morreados por la caliente chica, calientapollas casi oficial de la localidad. Pero eso, sólo eso, porque Lola se había prometido no ser penetrada hasta cumplir los 18 años. Su cerebro funcionaba tan bien como su vulva, y pensaba que ciertas cosas importantes se hacian desde la plena responsabilidad. Y su boca había besado labios y succionado penes antes de la mayoría de edad. No el miembro de Fermín, sí la boca del aprendiz de albañil, que casi 20 años después seguía añorando el encuentro de su polla con la garganta de Lola.
• Tía, tu hermano se podría cortar un poco. No me quita el ojo de encima- susurró Lola en el oído de Petra.
• Tía, vienes de negro, pero esas medias y esos tacones deben poner al burraco de mi hermano, si lo conoceré yo. Menudo es, y ahora que no moja cada día...- contestó Petra, en un murmullo.
Fermín estaba en los cuarenta. Hacía dos años que se había divorciado. La esposa, harta de sus desapariciones nocturnas, y la vuelta a casa bajo los efectos de la “ maría “ y el alcohol, le había puesto la maleta en la puerta. Con sus 100 quilos y su estatura media, el paleta no era un hombre atractivo, pero sentirse deseada de una manera irresistible era el mejor lubricante para el deseo de Lola.
• Lola, estás guapísima, que bien te quedan los tacones y las medias...¡ qué alegría volver a verte !- dijo la boca de Fermín, empujada por un cipote ansioso de hembra.
La peluquera vió el apetito salvaje de mujer en los pequeños ojos del paleta. No tardó el tanga en sentir la humedad provocada por el macho simple.
• Espero que no tengas prisa, Lola- dijo Fermín-. Hace tanto tiempo que no te veo. Me gustaría invitarte a comer- se atrevió el hermano de Petra.

El olor a fritanga no gustó nada a Lola, pero el restaurante era limpio y amplio. Comedero de hombres, de pollo y patatas fritas, de sábados de equipos de fútbol, a Fermín le ponía que sus colegas de curro lo pudieran ver con la deseada y deseable Lola.
• Hombre, Fermín, hacia años que no venía aquí. Recuerdo que el pollo era bueno- dijo la bella mujer, sonriendo pícaramente.
• Sí, Lola, más vale un sitio conocido. Además me gusta mucho que me vean contigo. Mis colegas van a rabiar de envidia.
• Me encanta que los tíos que me caen bien puedan disfrutar de mi compañía. Y tú siempre me has caído bien.- repuso la peluquera.
Mientras la hembra daba cuenta de una ensalada con aguacate y el macho devoraba un pollo entero con su guarnición de patatas fritas, regándolas con una botella de tinto, el hombre se lanzó a calzón quitado: contó el deseo incontrolable de su polla de ser besada por los labios de Lola, contó las tantas pajas que habían caído bajo la inspiración del culo que, en ese feliz momento, estaba a un metro de su cipote,contó...contó como el semen derramado se parecía tanto a las lágrimas que sus ojos esparcieron porque Lola no se dignaba a chuparle el pene, signo ineludible de la querencia de la caliente chica por un tío. Y vertió las penas de su corazón porque siempre fue gordo, y ese era el motivo de que Lola sólo le hubiese comido la boca.
• Lola, tía, llevo casi 20 años con esa obsesión en la cabeza: ¿ No me la chupaste porque soy gordo ?- preguntó el paleta, navegando entre la rabia y la tristeza.
Los ojos de la peluquera se posaron tristemente en las pequeñas aberturas del paleta. Lola era una sentimental. Y una buena samaritana del sexo.
• Fermín, era muy joven. Te confieso que me pone tu sinceridad y el deseo total que veo en tu mirada. Acabaré lo que no empecé hace tanto tiempo- dijo la hembra, clavando sus pupilas en las del hermano de Petra- Pero antes pidamos el postre.
La crema catalana y la tarta al wisky iban a ser lo penúltimo que las bocas de aquellos dos comensales iban a probar ese día.

En aquel pequeño piso, Fermín puso a Lola a pie de obra. El tanga voló, la polla se aceró al ver aquel liguero y la lengua del paleta lamió las medias negras de la exuberante mujer. Los stiletos fueron chupados por una boca convertida en las fauces de un mamífero, los pies devorados como si fueran el más selecto de los manjares.
• Mámamela, Lola- ordenó el macho simple.
• Vale, tío, pero mientras me comes el coño.
Aquel 69 no iba a resultar sencillo. El barrigón del albañil contemplaba a la hembra encima. El cuerpo de Lola se columpió sobre el panzón de Fermin para engullir um miembro duro y pequeño. Mientras la boca de la peluquera chupaba aquella barrita de 10 cm, su mente pensaba en el cipote de su novio Víctor, gordo y largo. El chocho, comido toscamente por una lengua áspera,, añoraba la dulce boca de Luísa, la amiga sáfica.
De repente, el pequeño falo empezo a temblar entre los labios de Lola, que sintió la corrida en el fondo de su garganta. De un salto, la mujer llegó al lavabo y arrojó el líquido blanco y viscoso que inundaba su boca.Lola tardo unos minutos en salir del baño. Antes de entrar en la habitación oyó unos ronquidos. El panchón del paleta se movía al ritmo de una respiración simple y aparatosa. Fermín se había quedado dormido.

De vuelta casa, mientras conducía el Fiat Cinqüe, Lola pensaba en un comentario de Víctor sobre la diferencia entre el sexo con un hombre o una mujer. Su novio le había leído un pasaje de un escritor rumano. Lola se había quedado con el título de la novela. Le había parecido curioso: “ ¿ Por qué nos gustan las mujeres ? “ Creyó recordar el apellido del autor, un tal Cartarescu.
Lo primero que hizo al llegar a casa fue buscar “ ¿ Por qué nos gustan las mujeres ? " en aquellas estanterías donde se acumulaban los cientos de libros de su novio. Encontró el libro de Mircea Cartarescu en la sección otras literaturas y leyó, en uno de los cuentos:

“ La bomba de oro ", la llamaron rápidamente los de la playa, los hombres desnudos y las mujeres desnudas que se tostaban al lado del mar mientras ella se convertía cada vez en más blanca y más pétrea. Las mujeres mismas se la comían con los ojos, codo a codo con los hombres que empezaron a entender a Safo y Bilitis. ¿Qué habían encontrado hasta entonces en los sátiros peludos con quien vivían? ¿Cómo es que habían dejado que las hirieran, noche tras noche. con las rudas herramientas de aparejamiento. cuando el amor, el erotismo, la pornografía, tocar los pezones y separar los labios con los dedos y con la lengua o sólo con el aliento ardiente se habían unido de una manera tan evidente con el juego de curvas, pliegues y humedades del cuerpo femenino? "
Sí, eso mismo, pensó Lola: ¿ Cómo es que había dejado que la hirieran con las rudas herramientas del emparejamiento ? Mujeres como Luísa y hombres como Víctor eran lo que necesitaban su mente y su cuerpo.
El ruído de la puerta que se abría anunció la llegada de Victor. Lola lo miró y sonrió. Un “Gracias” salió de sus labios.
MARAVILLOSO!!!!
Mil gracias por compartirlo con nosotros.....
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