Me gustan rellenitas y muy rellenas (también…) [BEHR]

Me gustan rellenitas y muy rellenas (también…) [BEHR]
Dedicado a todas las mujeres rellenitas hasta donde ellas quieran.
Alan.


Hace muchos años, un día de esos que entre viaje y viaje Alan pasaba por la oficina me contó otra de sus historias. Me decía:

• ¿Fred, te has fijado que a lo largo de la historia la moda sobre el cuerpo de los hombres no ha cambiado, y el de las mujeres cada cien años más o menos cambia?

• No, no me he fijado.

• Pues es gracioso, en mi querida y antigua Grecia - los más sabios de todos los tiempos -, por los dibujos y grabados, parece ser que gustaban más o menos como ahora, y curiosamente los hombres se depilaban hasta el pelo del pecho, y el pubis y todo. Luego vinieron otras épocas alternándose, y gustaban gorditas, luego gordas, luego flacas, luego con pelos en el pubis de ellas, y ellos en el pecho como si fueran osos. Fíjate hasta en los James Bond del principio, todos tenían pelo en el pecho, y recuerdo amigas de la juventud que los admiraban por eso. Y cuando mi querido Rubens y otros de esa época, parece ser que gustaban las rellenas y voluptuosas.

• O sea, esto es una coña marinera, lo de la moda me refiero. O tienes la mente limpia de tanta mierda que te intentan meter, o acabas con una pareja que no es la que realmente te gusta, y eso, más pronto o más tarde sale a flote – continuó diciendo.

• ¿Y esto viene a cuento de …? – le pregunté.
• Pues que me enrollé con una bastante rellena.
• Eso no es normal en ti, ¡jope!, cuéntamelo todo, yo callo hasta que termines.

• Lo sé que no es normal en mí…pero he llegado a la conclusión de que todas las mujeres son maravillosas, independientemente de su cuerpo. Ni una que he conocido se parece en espíritu a otra, cada una es un alma y un mundo nuevo, y lo único que se repiten son los cuerpos. Y yo no pienso rechazar a ninguna por su cuerpo, y creo que sin darme cuenta lo estaba haciendo.

• Pues verás…después de que quien tú sabes se quedara embarazada a posta, tuviera el niño porque aquí no se podía abortar, y como los dos trabajábamos, contratamos una niñera a tiempo completo.

• Se llamaba Agustina, era un poco bajita, gordita, unas tetas enormes, carnosas, redondas y de gran aureola, unas piernas bien rellenas, y un culo grande y ancho. Pelo corto como una monja, muy simpática, con genio, mal hablada a solas conmigo, y mucho carácter con los demás, conmigo se relajaba, sonreía y yo notaba que “la podía” por decirlo de alguna manera imprecisa, y porque ella se dejaba, claro está. Agustina tenía unos 15 años más que yo.

Entraba en la casa antes de que nos fuéramos al trabajo, y se quedaba con el niño hasta la tarde que volvíamos. Además, se ocupaba de toda la casa, la ropa, etcétera.

Casi todos los días al volver le reprendía algo a la madre, de buenas maneras, pero siempre, iba en su forma de ser. Y hablaba con mucha energía, y daba voces al dos por tres. Y como sabía que no me gustan las voces, después de darlas me miraba sonriendo y me decía: “he tenido que darlas para que quede más claro”. Y yo siempre notaba que me miraba con cariño o algo parecido, que ahora mismo no sé definir.

La cuestión es que nunca me reprendía por nada, y yo cada vez le hacía más bromas riéndome de ella, para hacerla cabrear un poco. Ella se reía y me decía por lo bajo para que el niño no lo pillara, cosas como: “eres un cabrón por reírte de mí”, “un día de estos te voy a dar unas hostias que te vas a enterar”, “cómo te vuelvas a burlar de mí, la ropa te la va a limpiar tú madre”.

Y yo le respondía: “y yo te voy a dar cachetes en ese hermoso trasero que tienes”, y me solía responder con una mirada y sonrisa de guasa y picardía, o un “no tienes cojones de hacerlo”.

Hasta que llegó el día, que estando solos los dos, le di el primer cachete en el culo.
• ¡Pero bueno! ¿quién te ha dado permiso para que me toques el culo? – me dijo sonriendo.
• ¡Tú!
• ¿Yo, cuando?
• Desde el momento que me incitaste diciéndome que haber si tenía cojones de tocártelo.
• ¡Ah, tú te tomas todo al pie de la letra!
• No protestes más, protestona…que seguro que te ha gustado.
• ¡Eso no te lo pienso decir, jodio, que eres un jodio! – le encantaba decir esta palabra.

• ¡Bueno, como ya estás tú, no espero a la madre, que me tengo que ir!, ¡anda dame un beso sinvergüenza!, ¡que tienes las manos muy largas!

Me puso las mejillas para besarlas, y en ese momento supe que me acaba de conquistar.

Pasaban los días, y día si, día no, le daba un cachete en el culo, cada vez eran más caricias y menos cachete. Y ella ya sólo me miraba y me hacía el típico gesto con la mano de: “te voy a dar…”.

También cogimos la costumbre de besarnos en la mejilla todos los días.

Luego empecé a ponerle la mano izquierda en la cintura cada vez que le daba los besos. Fue la primera vez que tocaba una cintura con molla, me resultó raro al principio, y luego me gustaba apretársela.

Pasados unos días más, la mano pasó al comienzo de la nalga. Nunca había puesto la mano en una nalga tan grande. Me gustó mucho, – aquí hay tela para cortar - pensé.

Y los besos empezaron a rozar la comisura de los labios, cruzándolos con sonrisas y miradas cómplices. Como estaba gordita, los labios también lo estaban, y empecé a notarlos.

Y llegó el día que le toqué bien el culo en la cocina, ella me miró con cariño, y acto seguido le acaricié un pecho. Me sonrió, y enseguida me hizo un gesto como diciendo: “ten cuidado qué tú mujer está en la habitación de al lado”.

Continuamos con ese juego a partir de ese día. Pasadas unas semanas, caí enfermo, y me tuve que quedar en cama. Desde las 08:00 hasta las 18:00 nos quedábamos solos ella, el niño, y yo.

Yo estaba en la cama todo el día, y cada vez que ella se acercaba le acariciaba el culo o lo que podía. El primer día no pude mucho por la fiebre.

El segundo día me levanté a ducharme, y me mostré desnudo delante de ella.
• ¡Ya te vale que poca vergüenza tienes! – me dijo riéndose.
• ¿Te molesta?
• ¡No, pero me da reparo por ella, también la quiero, se porta muy bien conmigo!
• ¡Vete a la cama por favor! – se dio media vuelta y se fue.

Al día siguiente, cuando vino a la cama a traerme un caldo, me destapé con la polla tiesa, y le dije: “Tómala o déjala para siempre”.
• ¡Eres un jodio, y no tienes respeto a tú mujer ni a nadie!

Y acto seguido se sentó en la cama, me cogió la polla y empezó a chuparla y besarla.

Estuvo solo cinco minutos, la besó y la chupó con rapidez y fuerza, casi con rabia. Yo la tocaba los pechos, las enormes nalgas y lo que podía. No me dio tiempo a correrme.
• ¡Ya está bien por hoy, mañana más, estoy muy nerviosa!

Me tapó, me besó en los labios, y me dijo casi al oído: “¡te quiero sinvergüenza!” y se fue.

Al día siguiente la noté distinta, llegó como más suelta en sus movimientos, en su hablar, en sus gestos…reía con más facilidad, y venía de vez en cuando a verme sin darme posibilidad de tocarla, y se meaba de risa.
A la hora de la siesta del niño, ella vino a verme, y se sentó en la cama a mi lado.
• ¿Tienes claro que quieres seguir adelante con lo nuestro? – me preguntó.
• ¡Sí!

Sin más, se levantó y empezó a desnudarse.

Estaba realmente rellenita por todas partes, seguro que ninguna revista la habría puesto ni en la última página. Pero me estaba gustando, me acordaba de los cuadros de Rubens, me gustaba ver la caída de un gran pecho, una cintura que de pronto se ensanchaba para dar soporte a unas hermosas caderas y unas abundantes nalgas, lo mismo con los muslos, eran dos columnas jónicas, - cuándo abrace todo ese conjunto de músculos y carne, me van a faltar horas del día para terminar – pensé con morbo, agrado y deseo voluptuoso.

Se metió en la cama de un salto, me abrazó con ansiedad, y empezó a besarme con igual intensidad – me pilló por sorpresa esa velocidad.

La abracé con el brazo izquierdo por encima del hombro y rodeándole el cuello, y con el brazo derecho le acariciaba las nalgas y los muslos. Eran muy amplios, me gustaba mover la mano y allí donde la pusiera, había carne, me gustaba mucho, era una nueva sensación y llena de amplia sensualidad.

Mi pecho estaba acorralado por sus pechos, no tenía que doblar mi cuello para besar y chupar sus pezones, con un poquito que los subiera, los tenía al alcance de mi boca.

• ¡Qué jodio eres, que bien besas! – me decía con una sonrisa pícara.
• ¡Ja, ja, todas me decís lo mismo!
• ¡Qué engreído eres, cállate y bésame! – me abrazó con furia y casi sin dejar moverme.

Estaba desesperada por follar, llevaba mucho tiempo sin hacerlo.
Haciendo fuerza me indicó que me pusiera encima de ella.

Y nada más ponerme encima, me agarró la polla y se la metió por el coño.

Noté un enjambre de pelos, cosa normal en aquella época, y sobre todo noté unos labios carnosos, y una vagina carnosa y amplia. ¡Me gustó mucho, mucho!

Sus gruesos labios vaginales, abrazaban a mi polla desde la base, y a cada mete saca, era un auténtico placer tener la polla abrazada y apretada por completo.

Nos besábamos con fuerza, y mi cuerpo notaba el abrazo de todo su cuerpo.
• ¡Jodio dame, dame fuerte!
• ¡Mmmmmmmm como me gusta, que bien follas cacho cabrón!
• ¡Qué jodio, como se nota que no es la primera vez!
• ¡Estoy cerca de correrme, dame fuerte!

En ese momento el niño se puso a llorar en la otra habitación.
• ¡Joder, corre, corre!

Y aceleramos a tope.
• ¡Me cago en mis muertos que gusto! ¡Diosssss!
• ¡Eres un jodio, un puto jodio, que lo sepas!
Y nos corrimos con mucha gana y con mucha, mucha fuerza, y muy abundante.

Se fue corriendo a ver al niño, y después de tranquilizarlo, volvió otra vez corriendo:
• ¡Levántate que cambie las sábanas antes de que venga la cornuda de tú mujer!
• ¡Anda que la pobre, los cuernos que llevará, ya te vale cacho cabrón! – y se reía.
• ¡Y también le vale a tu hijo, vaya momento de despertarse!

• Mañana me ha dicho tú mujer, que se lo lleva a su madre porque luego tiene que llevarlo al médico. Así que mañana repetimos con tranquilidad ¿te parece corazón? – además de jodio, otra palabra favorita de ella era, corazón.

• ¡Genial!, pero me vas a dejar que te depile ese pubis.

• ¿Estás loco, lo dices en serio?

• Sí. No me gustan los pelos en los coños, ya sé que es una cosa rara, pero es lo que me gusta desde muy joven. – en aquella época casi ninguna mujer se los depilaba, y si un hombre lo hacía, le llamaban mariconazo y lo miraban mal, cosas de las modas de cada época.

• ¿Y sabes hacerlo o me vas a cortar y desgraciar el coño?
• He depilado unos cuantos, y lo hago de maravilla, los dejo suaves como el culo de un bebé.
• Pues venga date prisa, que en un rato vendrá tú mujer.

Y se lo depilé dejándolo como el culo de un bebé.
• ¡Qué jodio, era verdad, que bien lo has hecho! – y se meaba de risa.

Al día siguiente ya me levanté y andaba por la casa casi curado. Llegó ella, el bebé y su madre se fueron, y nos quedamos solos.

• ¡Déjame que recoja un poco la casa, y así me quedo tranquila! – me dijo después de besarme.

Me senté en el sofá a leer mientras ella hacía su faena.
Al cabo de un par de horas apareció, y me soltó: - ¡venga quítate la ropa y vamos a joder tranquilos hoy! – ella tan bien hablada como siempre, ja, jaaa, me encantaba su desparpajo.

Me dijo que no me moviera del sofá.

Se puso de rodillas entre mis muslos, y empezó a chuparme la polla, y estrujarme los huevos -¡con ganas!

Yo le acariciaba los hombros y las tetas - ¡Uufff, que tetas tenía!, grandes, carnosas y redondas…

• ¡Déjame tú sitio y tú ponte en el mío! – me dijo de pronto, como era su costumbre.

Se recostó en el sofá con mitad de las nalgas fuera, y mostrándome ese grande y carnoso coño, que inmediatamente me apliqué a comérmelo.

Me miraba con cariño mientras me acariciaba la cabeza y me comentaba: “qué razón tienes con la depilación del pubis, ahora siento mucho tus caricias ¡qué jodio!”.

Y acto seguido, en otro de sus arranques, cogió el teléfono que había al lado del sofá, y marcó un número.
• ¿Qué haces? – le dije.
• ¡ja, jaaa, llamar a una amiga que está de chacha en una casa y ahora debe de estar sola!
• ¿Y en estos momentos por qué? – le insistí.
• ¡Porque me gusta que me oiga como me follas!

• ¡Hola Pepa! ¿Estás sola?

Puso el altavoz.

• ¡Dime Agustina! ¿Qué te pasa? – dijo la Pepa.
• ¡Escucha con atención, estoy follando con Alan, ahora que no está su mujer! ¿Quieres oírlo?
• ¡Sí, claro! ¡Pero espera un momento! – contestó Pepa
• ¡Date prisa que estoy que ardo!

• ¡Ya estoy! No encuentro el consolador de la señora, así que me he cogido un buen pepino de la nevera ¡venga darle que escucho!

Me quedé un poco desorientado, porque era la primera vez que me pasaba, y Agustina siguiendo su costumbre, te sorprendía. Me reí, y al tajo.

• ¡Métemela, métemela! – exigía Agustina.
• ¡Coño, como me gusta la polla de este jodio! – decía en voz alta para que Pepa la oyera.
• ¡Joder, que frío está el puto pepino! – contestaba Pepa.
• ¡Pues dale con fuerza y rápido, así lo calientas antes! ¿Es grande? - … Agustina.
• ¡El más grande que he pillao, me cabe justo el jodio! – otra con el jodio.

Yo desconcentrado con la conversación empujaba todo lo que podía, a veces notaba como se me aflojaba un poco la polla, y me daba un poco de risa.

• ¡El jodio se está riendo! – le decía ella a Pepa.
• ¡Alan, no te rías y dale fuerte, que yo estoy calentorra que te cagas! ¡Como siga así jodo el pepino!
• ¡Alan, ponla a cuatro patas que es como más le gusta a esa jodia!

• ¡Coño ya ni me acordaba! – dijo Agustina poniéndose de rodillas en el suelo, y las manos apoyadas en el sofá.
• ¡Alan, dale caña que ya tengo el pepino bien calentito!

La visión de ese hermoso y gran culo, me produjo un efecto instantáneo, se me puso la polla a tope de dura, y sin pensar más se la metí.

• ¡Joder, que clavada me acaba de dar este cabrón!
• ¡Así me gusta Alan, dale, dale a ese cacho zorra!

Yo me reía de escucharlas, y luchaba por no perder la concentración, eran un show total.

Pero la verdad, es que me gustaba mucho ese enorme culo, y estar empujándolo, y sintiendo toda su grandeza desde mi vientre hasta el comienzo de mis muslos.

Me agarraba con todas mis fuerzas a sus fuertes caderas, y empujaba con toda mi alma.

Y ellas no paraban.

• ¡Pepa, este tío me está jodiendo pero bien jodida! ¡Si supieras que polla más rica tiene! ¡Y que bien me entra! ¡Ah, aaahhhhh!
• ¡Joder, si oigo el choque de las embestidas! ¡A ver cuando me invitáis de verdad y que me la meta a mí!

¡Mi polla estaba literalmente enterrada en un mar de músculos y carne!
¡Me gustaba a más no poder!
¡Era una fricción total por todas partes!

Ya no las oía, estaba totalmente concentrado en mi polla y en su exuberante encierro.

Estaba como desenfrenado, cada vez notaba que empujaba con más fuerza y más velocidad, creo que ya no podía más.

• ¡Pepa! ¡Este tío me va a romper el culo, el coño y el sofá!
• ¡AH, AH, AAAHHHHHHHH!
• ¡Joder y yo acabo de romper el pepino, me caguen to!
• ¡Pues dale con la mano! - …Agustina.
• ¡Que te crees, ya me he metido el puño! ¡Venga vamosssssss, que yo me voy!

• ¿Tú jodio, cómo lo llevas? – me dijo Agustina.
• ¡A tope, cuando queráis!
• ¡Pues ale, vamos todos a corrernossss…! – ordenó Agustina.

Hubo de todo.
• ¡Mmmmmmmmmm! ¡Me cago en toooo que ricooo!
• ¡Ahhhh, ahhhhhhh, la hostia como me gusta esto!
• ¿Te ha entrao semen?
• ¡Calla, no puedo más, me está saliendo por el coño abajo!

Yo no podía correrme más, ni empujar más…le besé el culo varias veces, y me fui al otro extremo del sofá a descansar.

Agustina se sentó en el sofá, cogió el teléfono con una mano, y con la otra iba recogiendo semen y comiéndoselo, mientras se lo radiaba a la Pepa.

Yo flipaba y me reía.

Al poco tiempo me divorcié, la primera y última vez.

Me fui a un edificio de apartamentos, y ella venía a arreglármelo, a cuidarme la ropa, y a follar.

Hasta que un día al llegar del trabajo me encontré una nota suya:

Hola jodio,
A partir de hoy ya no vendré nunca más. Estoy enamorada de ti, y eso me está haciendo
daño. Tú tienes muchas mujeres a tú alrededor, y yo soy para ti una más. Cosa que
entiendo y no te reprocho, desde que te conozco eres así.
Tú no me necesitas para nada, puedes prescindir de mí tranquilamente, pero tu ex y tu
niño si me necesitan, así que me dedico a ellos, y así no sufriré más.
Te quiero, gracias por el tiempo que hemos pasado juntos.
Agustina

No volví a saber nada mas de ella.

Yo continúe por la senda de Casanova que sus lecturas me habían trazado años atrás.

Siempre que me acuerdo de esto, le doy las gracias a esa mujer por abrirme los ojos con las que no “son modelos” según la moda del momento.

Alan al terminar este relato, me dijo algo que le hice caso y tenía toda la razón:

“Los hombres no sabemos lo que nos perdemos al dejarnos llevar por las modas, y no contemplar a todas, absolutamente a todas las mujeres.”

FIN
Me confieso una "enamorada" de Alan y de tu forma de escribir. Grande. Mi más sincera admiración........
Inscríbete y participa
¿Quieres participar en el debate?
Hazte miembro de forma gratuita para poder debatir con otras personas sobre temas morbosos o para formular tus propias preguntas.