Iolanthe y Valsaín
Iolanthe tiene 49 años, pero es de esas mujeres que no cumplen años, simplemente dan vueltas alrededor del Sol.Tiene un pelo rojizo ensortijado, que como el de Afrodita, uno desearía verse atrapado en el.
Cara ovalada, con barbilla muy femenina, nariz de traviesa, y una boca perfectamente enmarcada por unos carnosos y apetitosos labios.
Sus grandes ojos verdes hacen tal contraste con su rojizo pelo y su blanca tez, que dudas si estás delante de un ser de esta tierra.
No tiene una sola esquina. Sus carnes son de esas que todo apetece.
Pechos grandes perfectamente puestos, de los que te gustaría enterrarte entre ellos en vida.
Su cintura, sus hermosas y rotundas nalgas, junto con esos muslos, forman un conjunto que no andan, se cimbrean. Su visión atonta al más “pintao”.
Su vulva está conformada y abultada de tal manera entre esas apretadas y sabrosas carnes, que dibujan una perfecta y grande raja, como decía Leonard Cohen “Pero allí es por donde entra la luz, y allí es donde se encuentran la resurrección y el arrepentimiento”.
Es un volcán de sensualidad.
De joven fue bailarina, de ballet contemporáneo dice ella, pero por la exuberancia de su cuerpo, más le pega que fuera del Moulin Rouge.
Por circunstancias de la vida, cambió varias veces de trabajo, como todos los que no nacimos de alta cuna.
Ahora trabaja en un centro de adopción de animales.
Vive en un pueblecito de la sierra, le encanta la montaña.
Estar en un pequeño pueblo no ha calmado ese volcán que lleva en su interior.
Va sobrada de amor, y a falta de con quien o quienes repartirlo, se lo entrega a sus amigos adoptados.
Tiene especial predilección por un mastín auténtico, cuidador y defensor de rebaños.
Apareció hace un mes abandonado en la puerta del centro de adopción donde trabaja.
Es mayor, el dibujo de su piel parece la de un tigre, las rayas amarillas son grises, las negras son negras, y en general se entrecruzan sus rayas. Es muy fuerte y recio, tiene unos enormes colmillos, que desde que llegó sólo se les puede ver cuando come algo duro. No tiene pezuñas, son garras.
Y su mirada es lo más increíble. Si ocultáramos todo su cuerpo, y solo mostráramos sus ojos, todo el que mirara creería que son los de un hombre mayor, con mucha experiencia sobre sus hombros.
Tiene cicatrices profundas, señal de más de un altercado con lobos. Alguien comentó que era una raza muy parecida a las nacidas en los pinares de Valsaín, así que Iolanthe lo bautizó Valsaín, alias ‘Valsa’.
Valsa como buen mastín sólo se deja tocar por ella, y no siempre.
Un día de salida al campo, se toparon con un gran rebaño que estaba un poco desordenado, y su pastor y su perro, no conseguían organizar. Valsa se lanzó en su ayuda, y realizó una demostración de sus habilidades dejando al pastor y a todos anonadados, incluyendo al propio perro del pastor.
Se ha erigido en el guarda del centro de adopción, de sus personas y sus animales.
A veces se sienta sobre sus patas traseras, totalmente recto y mostrando sus huevos y su polla, para un animal así es muy larga y de un color rosado oscuro, y siempre se la ve brillante, como si la tuviera siempre engrasada y preparada. Solo hace esto en presencia de Iolanthe. Cuando esto pasa ella siempre le sonríe. El la mira fijamente a los ojos, sin mover un solo musculo.
Ella paseaba todos los días por los bosques cercanos con distintos perros, pero ahora solo lo hace con Valsa, siente que va con una persona que simplemente anda a cuatro patas. Le gustaba tumbarse sobre el mullido suelo del bosque, y dejar volar la imaginación, mientras los perros juegan.
Pero con Valsa es distinto, sabiendo que el la protege, y detecta a distancia cualquier anomalía, Iolanthe se atreve a desnudarse. Valsa la mira de reojo sin perder el control del frente, a ella le parece una auténtica persona acechando de reojo su cuerpo.
Un día ella bajó la mano y comenzó a jugar con su vulva, se metió un par de dedos en la vagina y con otros se puso a estimular su clítoris, sin dejar de jadear.
Valsa no tardó en sacar su largo pene, y empezar a jadear y babear, casi al mismo ritmo que ella.
Ella se percató, y le miró sonriente, Valsa respondió con un pene más tieso, y sin dejar de babear y jadear.
Iolanthe tuvo un calentón, y aceleró el ritmo hasta correrse violentamente. Valsa debió llegar al mismo tiempo que ella, porque soltó un pequeño ladrido hacia ella, y se retiró a su lugar preferido de vigilancia.
De vuelta ella pensaba si a su manera Valsa estaría enamorado de ella, y lo de hoy debió ser su manera natural de decirle te quiero.
A la mañana siguiente apareció una ranchera de la que bajó un fornido hombre.
Debía medir uno noventa, hombros y pecho, anchos y fornidos, los brazos igual, piernas fuertes y cuyo contorno se notaba a través del vaquero. Mandíbula cuadrada, amplia boca con una sonrisa encantadora, ojos grandes, verdes y penetrantes. Ella se inquietó al mirarlos.
• Buenos días, me llamo Joaquin de Cortes – dijo él con voz de trueno, tendiéndole la mano.
• Yo Iolanthe, encantada, ¿qué le trae por aquí? – al darle la mano, notó que era muy fuerte, y muy áspera.
• Hace unas semanas nos ha desaparecido un mastín atigrado, y estamos recorriendo posibles sitios donde puedan haberlo visto. Además, yo soy su pastor, su compañero, su amigo en pocas palabras.
A Iolanthe, le dio un vuelco el corazón, y miró alrededor buscando a Valsa, no estaba, que raro siempre iba al lado de ella. Una vez recuperada de la sorpresa, dijo:
• Pues verás Joaquin, está aquí. Apareció un día en la puerta.
• ¡Qué alegría me das!, es un perro único, y es mi compañero del alma.
• Vamos a buscarlo, porque es raro que no esté a mi lado – dijo ella.
Lo encontraron en la parte trasera del centro, al ver la ranchera se escondió, ya solo quería estar con ella.
• ¡Hola compadre! – le espetó el pastor.
Valsa ni se inmutó, miró de soslayo al pastor, y luego a ella como preguntándole qué estaba pasando o qué iba a ocurrir.
Ambos se dieron cuenta que algo andaba mal. Los dos le hicieron señas de que les siguiera camino de la ranchera. Valsa siguió las señales de ella.
Pero al llegar a la ranchera, el pastor le indicaba que subiera, y Valsa no se movía del lado de ella. Joaquin intentó acariciarlo, y Valsa le enseñó los dientes con gesto de enfado.
• ¿Qué te ha pasado compañero para que me trates así? – dijo Joaquin a Valsa.
De repente Valsa se encaminó hacia la senda que lleva al bosque, donde todos los días paseaba con ella.
Ambos se miraron, y decidieron seguirle.
Mientras Valsa seguía el camino diario, ellos entablaron una animada conversación, sobre la vida y milagros del mastín. Ella preguntó por su nombre, y Joaquín le dijo que no tenía, que siempre le llamaba por ‘compañero, compadre o tú’. Entonces ella le informó del bautizo del mastín. A él le gustó, y le hizo gracia que acertaron con su sitio de nacimiento.
Vieron que Valsa se había relajado un poco con respecto a Joaquín.
Este intentó acariciarlo, y aunque no se dejó, si estuvo menos arisco, no le miró mal como hizo al verle bajar de la ranchera.
Ella al ser mujer es más sutil, y pensó qué si ella y él ‘se acercaban’, Valsa aceptaría de nuevo a su pastor.
Le cogió la mano a Joaquín, y le giñó un ojo, para que entendiera ese extraño movimiento, al tiempo que movía la cabeza hacia Valsa. El interior de Joaquin se alteró muchísimo, no recordaba cuando fue la última vez que tocaba la mano de una mujer, y encima ésta, que le gustaba a muerte como dirían en Cortes.
Valsa no perdió detalle, y le cambió la expresión de los ojos, como de un poco de aceptación.
Y así emprendieron el camino de vuelta. Llevaban un rato cuando Joaquín le pidió disculpas porque tenía que orinar.
Se alejó un par de árboles. Ella vio al darle la mano, que se le puso un buen bulto en la entrepierna.
Le pudo la curiosidad femenina, junto con llevar tiempo en dique seco como suele decirse. Además, ese pedazo de hombrón de las montañas, le provocaba algo que no sabía definir, pero sentía que ese algo no era malo.
Haciéndose la sueca, se posicionó de forma que veía un poco sin ser vista, y por un segundo vio parte del pene, le pareció bastante grande y que lo debía tener medianamente duro.
También se fijó que por la forma en que se echó hacia atrás para guardárselo, debía de ser más grande de lo normal - ¿Qué estoy haciendo? – pensó.
Volvieron a cogerse ambas manos, y siguieron su camino. Ella la apretó de otra manera, pensaba que en esa mano acababa de estar ese pene grande, y montuno. Se imaginaba que el pene estaba en medio.
Llegados a la ranchera, Joaquín le indica a Valsa que suba, y este se pone detrás de Iolanthe.
Nuevamente, la sutileza de ella obliga obediencia.
Iolanthe abraza a Joaquín rodeándole el cuello con sus brazos, y este le pone las manos al comienzo de las nalgas. Él nota esos grandes pechos, y ella ese pene montuno, que acaba de aumentar de tamaño, y se ha convertido en una señora polla.
• Valsa todavía no está preparado, vuelve mañana – le dijo Iolanthe al oido.
• Hasta mañana, hermosa domadora de mastines – subió a la ranchera y se fue.
Ella dio media vuelta, y se encaminó a la casa flanqueada por Valsa.
Podía sentir los ojos del pastor ardiendo en su culo.
Joaquín llegó a primera hora, casi no durmió durante la noche pensando en la mano y en los pechos de ella. Se tuvo que masturbar dos veces para calmarse. Tiene cincuenta y dos años, pero gracias a la montaña, y a su pueblo perdido en ellas, tiene una salud de hierro, y es fuerte como un toro. Es puro latino, migró hace bastantes años de su tierra. La piel tostada típica de su tierra no se le fue nunca.
Iolanthe al oír el coche salió corriendo, y Valsa detrás de ella.
Él al verla correr y sus pechos cimbrearse arriba, abajo, arriba, abajo, frenó con el árbol que había en la entrada. No fue nada, ya iba casi parado. Se rieron a gusto los dos, y Valsa a su manera también, le gustó ver a sus amos contentos.
Continuaron con el acercamiento para que Valsa volviera a confiar en Joaquín. Se dieron un abrazo como el del día anterior. Pero este fue más largo, y apretado por ambas partes.
Ella también pasó la noche deseando verle.
A Iolanthe sin forzarse, le salió darle un ligero beso en la comisura de los labios. Joaquín creyó explotar. La estrujó contra él, y ella hizo lo mismo.
Valsa dio un pequeño ladrido, que los despertó de su abrazo.
• ¿Nos vamos de paseo? - consiguió decir aturdida
• Esto…si claro, si…
Cogidos de la mano van charlando sobre sus vidas, sobre todo la de él que viene de lejos, del Caribe, y ella quiere saber cómo llegó hasta ese pueblo, y ahora hasta ella.
Llegan a la zona alta y arrinconada, que ella usa para estar a solas con Valsa.
Contemplan el espléndido paisaje, y de un repente, ella le abraza y le besa en la boca.
Él se queda perplejo, y casi no mueve la lengua y los labios. Ella se lo come en un par de besos, y se separa, sonrojada como sus pelirrojos rizos. Y le mira a él con cara de “¡ya está!, lo hice, me apetecía horrores, ¿pasa algo, es un pecado?”.
Él se excusa, necesita ir a relajarse, y se va a unos metros.
Se bajó los pantalones lo suficiente como para quedar completamente visible. Ella vio su enorme polla apuntando hacia ella. Su boca casi golpea el suelo del bosque. Miró a su cara, y la estaba mirando, y sonriendo como un niño pidiendo ayuda. Sintió que sus bragas se mojaban, se puso de espaldas. Ahora es ella la que no sabe qué hacer.
Él confiesa que se quedó parado porque no ha estado con una mujer desde hace mucho tiempo, en el pueblo es casi imposible si no te casas, y a él no le gustaba ninguna para tal compromiso. Ya había hecho mucho y buen sexo en las playas de su tierra, así que decidió centrarse en su trabajo.
Ella reaccionó enseguida, se destapó el volcán que Iolanthe lleva en su interior.
Se fue hacia él, y en tres rápidos movimientos, se desabrochó el mini short vaquero, lo dejó caer, se quitó las bragas, y desesperadamente le rompió los botones de la camisa y se la quitó a tirones.
Le agarró fuerte de los hombros, y le empujó hacia el suelo para que se tumbara boca arriba.
• ¡Hoy vas a recordar cómo se usa la lengua y los labios, y todo esa enorme y sabrosa boca que tienes! – le espetó ella.
Y sin más preámbulos se plantó a horcajadas, sobre la cara de él, y le plantó toda su esplendorosa vulva en la boca.
Al ver llegar a su cara esa carnosa vulva, con un pedazo de raja bien marcada y centrada, le revolvió el alma y el cuerpo, le trajo sabrosos recuerdos, y su memoria empezó a ponerse en marcha rápidamente - ¡Joaquín, volvemos a la playa! – le dijo la memoria.
Enterrada su cara entre la vulva y los hermosos muslos de Iolanthe, - no me lo puedo creer, que cosa más rica – pensó.
Ella estaba chorreando, y nada más rozarse con esa bocaza se derramó en su cara, él se bebía todo.
A ella le venían mareos y tubo que apoyarse con las manos en el árbol frente a ellos.
Joaquín le agarró los muslos, luego los glúteos, y deseaba darle la vuelta y comérselos.
La quitó a tirones la blusa y el sujetador, vio unos pechos tan exuberantes como la vulva. Blancos como la arena de sus playas, y unos pezones tan rosas como algunos corales de sus mares, - ¡madre del amor hermoso, vaya coño y que tetas!, ¡esta hembra me crucifica! – fue lo último que logró pensar.
Mientras ella apoyada en el árbol, no paraba de restregar la vulva por su cara, él le magreaba las tetas, y le retorcía los pezones. Esas fuertes, y ásperas manos, la provocaban una nueva sensación de placer, a veces se retorcía un poco por el gusto mezclado con dolor.
Al pegarle un apretón simultáneo en las tetas, acompañado de un enorme bocado con lengua en el coño, le provocó el primer orgasmo. Clavó los dedos en el árbol hasta el daño. Y volvió a chorrearle en la cara, él se volvía como loco, absorbiendo esos jugos.
Con la lengua empapada de saliva y de esos fluidos, le engrasó el culo, una y otra vez, hasta que pudo meterla un poco. A ella le encantó.
Sacó la lengua, y enseguida le metió el dedo por el culo. De placer, ella vio las estrellas. Ese enorme dedo parecía la polla de un hombre normal - ¡dios que gusto! – gritó Iolanthe.
Y la lengua se la metió por la raja - ¡me voy a morir! – volvió a gritar ella.
• ¡Dios! ¡me voy! ¡me voy otra vez! – y se volvió a correr, empapando la cara de Joaquín.
No paraba de cabalgar, y restregar su coño en la cara de él, estaba al límite.
Él tenía su boca llena con el coño de ella, y no tenía intención de soltarlo, devoró su clítoris, sus labios, sus jugos, todo lo que había en esa sabrosa vulva.
Ella apretaba los músculos de su trasero alrededor del dedo de él, y jadeaba sacudiendo sus rojizos rizos.
Le cogió la cabeza por detrás, y se la clavó todo lo que pudo entre sus muslos y su coño, sin dejar de restregarla con todas sus fuerzas.
El clítoris como una diminuta cereza, iba a eclosionar en la boca de él.
Y sus pechos y pezones iban a reventar entre esas fornidas manos, que no paraban de magrearlos y retorcerlos, más y más fuerte, y más y más rápido.
Gritó a todo pulmón, continuó gritando hasta estar inconsciente de su propio cuerpo, estaba teniendo una serie de orgasmos uno tras otro.
Ese continuo placer la fue llevando hasta el límite, derrumbándose encima de él en un loco orgasmo.
Ante esa explosión Valsa reculó un par de pasos, ladró por lo bajo un simple ¡guauuu!, y volvió a sentarse sobre sus cuartos traseros, vigilando que nadie importunara a sus amos, y también sin perderlos de vista, mirando de reojo de vez en cuando.
Ella cayó de espaldas sobre el pecho y vientre de él, quedándose la enorme polla entre su hombro izquierdo y su cara. La miró y se dijo - ¡madre mía, que pedazo de tronco!, en la boca no me cabe, pero en el coño ¡sí! -. También notó en la espalda el abundante y espeso semen de él, que había en caído en el vientre.
La cogió con la mano izquierda, y se puso a limpiarla, lamiéndola, chupándola y dándole de vez en cuando un mordisquito con fuerza. Cada vez que le daba el mordisco, ese tronco respingaba endureciéndose.
Él con sus manos le acariciaba los muslos, y toda la vulva. Se paraba en la entrada de la raja, y con los pulgares le masajeaba al mismo tiempo, ambos labios vaginales.
Luego los subía hasta llegar al clítoris, y se lo apretaba con los propios labios, dando arremolinadas fricciones con esos fuertes dedos. Ella se retorcía de gusto, intentaba cerrar las piernas para no correrse ya, pero él se las tenía bloqueadas con sus fuertes brazos.
Mientras él seguía con su especial baile de manos, ella con su derecha se sobaba los pechos.
Cuando llegó al glande, pensó – ¡vaya fruta tropical que me voy a comer!, ¡es como la mitad de un buen aguacate! -.
Se lo metió en la boca y le entraba lo justo, - ¡Dios, que pasada! -, se dijo.
Sujetándolo con firmeza, lo chupó durante un rato moviendo la cabeza de un lado para otro.
Luego empezó a masturbarle despacio, subía y bajaba la mano, sin descanso. Y retorcía la lengua por todo el glande, se paraba especialmente detrás, donde el frenillo, cada vez que le daba lengüetazo, ese aparato se tensaba. Lo mismo cuando le lamía la punta con la otra punta de su lengua. Le pegaba unos chupones como si estuviera comiéndose el más grande y sabroso de los helados de cucurucho.
• ¡Mmmmmmm, mmmmmm! – Iolanthe no paraba de gemir y retorcerse.
Ya no aguantaba más, se enderezó poniendo sus rodillas en el suelo. Los pechos cayeron sobre la cara de él, se puso a chuparlos mientras le agarraba las nalgas con fuerza.
Ella cogió con una mano esa enorme y dura polla, y la guio lentamente a su coño. Sentía como esa enorme cabeza se habría espacio por los labios vaginales y empezaba a entrar en ella. Luego la soltó y dejo que se deslizara poco a poco hasta tener dentro lo que pudo.
Le besaba el cuello, y la boca sin dejar de subir y bajar el coño lentamente, haciéndose cada vez más espacio dentro de su vagina.
Lo tenía tan duro, gordo y grande, que podía sentir cada vena y la presión que le ejercía. Ya empezaba a notar la dura punta presionando el cuello uterino.
Despacio se dejó caer sobre él, y sintió como esa polla se deslizaba más profundamente, y la presión de antes se convirtió en un poco de dolor, y todavía quedaba polla por entrar.
Él no dejaba de gemir, ella aceleró un poco, no quería perderse ese increíble encuentro.
Apretó la boca y presionó fuerte, el dolor aumentó, pero lo notó tocar el fondo.
Lo hizo nuevamente, despacio, sin parar, hasta que el dolor se fue convirtiendo en placer.
Ya notaba como esa enorme polla formaba parte de su cuerpo, y estaba comenzando a desarrollarse en su interior, otro explosivo orgasmo.
Se dejó caer de golpe, y el glande entró llenando su útero, sintió que entraba en un estado de nirvana, pensó -lo tengo todo dentro, dentro de mi vientre, ¡Dios que gusto!-.
Aumentó el ritmo hacia arriba y hacia abajo, abrió más las piernas, y notaba en todo su esplendor como esa enorme cabeza entraba y salía de su útero.
• ¡Dios mío, Dios mío!
• ¡córrete dentro!, ¡córrete dentro por favor!
• ¡hay Dios que me voy, que me voy, ya, ya!
• ¡Ya, yaaa, yaaa!, ¡Diosssssssss!
La cabeza de esa polla se hundió en lo más profundo de ella, donde nunca antes había llegado nadie.
Ella abrió los ojos y miró a los de él, Joaquín ya estaba mirándola. En un perfecto acto de complicidad, ambas miradas se dijeron: “Eres mi hombre…”, ”Eres mi hembra…”.
Sin dejar de jadear ella esbozó una sensual, y pícara sonrisa, y volvió a cerrar los ojos.
Joaquín le agarró las caderas con fuerza, y la apretó contra él hasta unir las pelvis, y ella notar totalmente tiesa y dura esa verga dentro de su vientre, envolviendo con la boca del útero la punta de la polla.
Empezó a sentir los movimientos peristálticos de ese pollazo, y al momento notó la primera descarga de semen en su vientre.
Él estaba tensado como un arco cuando le vino otra descarga, esta fue más intensa que la anterior, notó más cantidad de caliente semen en su interior.
• ¡No pares, sigue, sigue cariño, sigue mi amorrrrrr!
Y entre convulsiones, Joaquín derramó un rio de ardiente semen. Ella notaba como le inundaba todo el útero, y le venía por la vagina, empapando los labios y pelvis.
A ella le explotó el volcán que lleva dentro, se corrió estruendosamente.
• ¡Oh, Diosssss, Diosssssssssss, Dios mio que gustoooo, por favorrrr……!
Ella se abrazó a la cabeza de él, y él la abrazó con una mano en las nalgas de ella, y con la otra en la espalda. Solo lograron oír como en la distancia a Valsa.
Valsaín ladró dos veces ¡guauu, guauuu!, y moviendo la cola de alegría siguió montando guardia.
FIN