Ellas y el futbol de ellos
Introducción del personaje.Tuve un amigo en los años en que aparecieron los primeros ordenadores personales, cuando solo existían las marcas de Apple, IBM y HP.
Él trabajaba en una de ellas, era programador compulsivo, es decir, vivía para programar, y también era un amante de las mujeres compulsivo. Su vida giraba alrededor de esos dos ejes.
Y hoy voy a contar una de sus múltiples historias con las mujeres, como si hubiera ocurrido ahora.
Le encantaban la Ciencia y los científicos, en especial Hipatia de Alejandría, Maria Agnesi, Madame Curie, Newton, Leibniz, Einstein, Gauss, Arquímedes, etc…, y siempre decía que no tenía amigos, sólo amigas. Y eso era porque para él los hombres no tenían ningún secreto, siempre hablaban del futbol, de las cervezas, de follarse a fulanita y menganita, y no se follaban a ninguna. Eran otros tiempos.
Así como la mayoría de los hombres le resultaban más simples que el mecanismo de un chupete, decía que cada mujer es un enigma que descifrar. Ponía como ejemplo, a su admirado Alan Turing, y al igual que aquel descifró la famosísima máquina Enigma de los nazis, a él le encantaba descifrar el enigma que hay dentro de cada mujer. En honor a esto le llamaremos Alan.
Admiraba también a Casanova. Le admiraba como filósofo, y como amante de las mujeres -decía que poca gente sabe que Casanova fue un gran filósofo de su época-. Siempre me decía que, Casanova conoció a ciento treinta mujeres en su vida, y que él antes de morir tenía que llegar a esa cifra o superarla. La última vez que le ví, con cincuenta y cinco años, había descifrado noventa y ocho enigmas. Y decía que cada una era una maravilla de la creación, que habían sido noventa y ocho formas distintas de disfrutar. No he conocido a ningún hombre con ese número de mujeres sin tener que pagar. Desde entonces no le he vuelto a ver, no sé como llevará su peculiar duelo con Casanova.
Por otro lado, también tenía una peculiar forma de ser y estar, o sea, de pensar y actuar. Le daba igual que la mujer tuviera 18 que 81 años. Él insistía que cada una a su edad tenía algo que descubrir, y él como buen amante de la ciencia y curioso insaciable, quería descubrir que hay detrás de cada edad. De hecho, tuvo relaciones hasta con hijas, madres y abuelas, pero esto forma parte de otra historia. Ahora que yo he superado los sesenta, me acuerdo de él, cada vez que por Internet, alguna persona o local, que se etiquetan ‘liberales’, sin más, me dan la espalda, sólo por la edad. Y digo sólo por la edad, porque ni preguntan. Entonces me digo en mis adentros “cuánto tenéis que aprender…, deberíais leer a Casanova por lo menos, o hablar con mi amigo si tuvierais esa oportunidad única”.
Alan era alto, rubio, ojos verdes con intensa mirada -esos ojos cautivaban a casi todas las mujeres-, buen cuerpo, un culo de esos que todas las mujeres miran, siempre bien vestido, de traje chaqueta y corbata o pajarita, movimientos rápidos y decididos, y un humor y simpatía aplastante. Como se decía entonces, tenía un “marketing personal aplastante”. Le llamaban ‘la alegría de la empresa’, ‘el mujeriego, el ligón’, ‘el programador’, le daba igual como le llamaran, siempre estaba alegre y todo le parecía bien. Trabajaba muchas horas, hasta los fines de semana iba a programar o aprender nuevas máquinas, eso sí, por la mañana, las tardes estaban dedicadas a sus chicas.
Estaba soltero, y no quería compromisos. Siempre tenía varias chicas con las que salir en días alternativos. Le daba igual si estaban solteras, con novio o casadas, eso era cuestión de ellas. A todas les dejaba claro nada más conocerlas, que no quería compromisos, sólo disfrutar de las maravillas que hay dentro de cada mujer, y quería conocer muchas maravillas, no sólo una. A pesar de eso, algunas creían que le harían cambiar, eso nunca ocurrió -que yo sepa-.
Además, él según me contó, no follaba siempre, a veces, se sentía tan a gusto con sus conversaciones y vivencias, que no necesitaba el sexo de ellas. Eso sí, no se lo negaba a ninguna, si se lo pedía explícitamente.
El relato
Alan en este relato tiene unos 25 años.
Por aquellos años para vender ordenadores personales al mundo profesional, y no solo a los particulares, esas compañías empezaron a sacar programas para las empresas, uno de los principales programas que debían tener era una contabilidad.
Para desarrollar ese programa, mandaron a Alan a una ciudad del mar Cantábrico, de cuyo nombre no me acuerdo, pero era famosa por las rabas, que a él le gustaban mucho. Le mandaron allí, porque su empresa conocía a un hombre que trabajaba en un banco, y sabía mucho de contabilidad.
Se tenía que quedar un mes, más o menos, este hombre tenía una casa con sitio para él, y la ofreció a la empresa. No me acuerdo de su nombre, le llamaremos Emilio. Era un buen hombre, entrado en carnes, de unos treinta a treinta y cinco años, casado con un bombón de veinticinco años, más o menos, una rubia de ojos verdes, de buena familia, simpatiquísima, lista, y embarazada de pocos meses. Se llamaba Chiruca, y se dedicaba a las labores de su casa.
Nada más conocerse en la estación, los tres se cayeron bien. Alan como era su costumbre, la miró con provocación, le dio dos besos en las mejillas, y la alagó con un elegante piropo. Ella respondió positivamente a todo eso.
Le prepararon un cuarto contiguo al dormitorio de ellos, y frente a un baño. Eran super amables, Alan estaba muy contento.
Empezaron a trabajar por las tardes, porque por la mañana Emilio trabajaba en el banco.
Chiruca se lo pasaba muy bien, y se reía mucho con Alan. Un día le invitó a pasear y tomar el sol con ella por el puerto, caminata que hacía habitualmente por las mañanas, mientras su marido estaba en el banco. Él aceptó, le ofreció el brazo, y ella lo cogió.
Llevaban una semana más o menos, cuando Alan la invitó a subir en esos pequeños barcos, que te dan un paseo por el puerto y alrededores, iban en el piso de arriba tomando el sol y el aire, ella tuvo frio y se acurrucó en él. Al rato se dieron cuenta de su situación, y mirándose unos buenos instantes, fijamente a los ojos, se besaron suavemente en los labios.
Al llegar a casa ella le hizo un postre muy bueno, que era la especialidad de ella, y que al marido le gustaba, pero ella casi nunca se lo hacía. No se sabía por qué.
Emilio se iba todos los días a las 07:45, y acto seguido Chiruca tenía la costumbre, de llevarle el desayuno a la cama a Alan, y charlaban un rato mientras él desayunaba. Alan tenía la costumbre desde joven de dormir desnudo, decía que para que arroparse con un pijama, que para eso ya está la ropa de la cama. Además, los esquimales dormían desnudos para compartir los calores corporales, y eso le convenció del todo sobre su teoría del calor.
A los dos o tres días del beso, Alan haciéndose el despistado la esperó con el pene duro y totalmente visible.
Ella se paró, se sonrió, dijo -eso es una polla como Dios manda-, dejó la bandeja, y sin más, con el camisón puesto se metió en la cama de él, y con cuidado por el embarazo, follaron despacio y largamente. Ella dijo que había disfrutado como nunca, y que llegó virgen al matrimonio.
A partir de ese día, todos los días sin faltar ni uno, tal como el marido salía por la puerta, ella echaba el cerrojo, y se volvía a meter en su cama de matrimonio, donde había pasado la noche con su marido, a follar con Alan. Después de gozar, ella le preparaba su pastel favorito mientras él se duchaba. Luego el paseo por el puerto, la comida los tres juntos, la programación de la contabilidad, la cena y a la cama, así todos los días. En paz y armonía los tres.
Llegó el día de fútbol del marido, era para él sagrado, y se ponía el mejor sillón de la casa, frente a la televisión, se armaba hasta los dientes de cervezas y chucherías, se olvidaba de que tenía mujer, embarazo y de todo. Esos días Chiruca y Alan se iban de paseo, hasta la hora de terminar el partido, o se iban a la cocina a charlar. A Alan nunca le gustó el fútbol, tampoco le gustaba ver los deportes por la televisión, decía que le gustaba practicarlos, antes que verlos. Pero en concreto el fútbol no le gustaba ni lo uno ni lo otro.
Ella estaba harta de que su marido la cambiara por el futbol. Pasara lo que pasara, su futbol era sagrado tanto en casa como en el campo.
Así que un día no se le ocurrió a ella otra cosa que, proponerle a Alan follar en casa mientras el marido veía el futbol. Le daba mucho morbo, y era como una venganza en su mismo campo.
A Alan le han gustado siempre los desafíos en cualquier tema, así que aceptó encantado.
Llegó el día del futbol, y el marido se preparó como siempre. El partido empezó. Él cada vez bebía más, y gritaba más. Llegó a la primera parte empatados, y él de los nervios.
Chiruca y Alan estuvieron con él en el descanso, haciendo bromas y riéndose. Empezó el segundo tiempo, y el partido entró en un momento de tensión porque el marido estaba histérico.
Chiruca y Alan se fueron detrás de la puerta que habían planeado, y mientras ella agachada mantenía asomada la cabeza para tener controlado al marido; le ofrecía a Alan el culo y el coño con las piernas abiertas. Alan la cogió por las caderas, y la penetró por el coño.
Empezaron un suave y silencioso mete saca, casi siguiendo el ritmo de la euforia del marido. Estaban a punto de correrse, cuando el equipo de él marcó el primer gol del partido.
• ¡¡ Gooooooolll !! - y ellos se corrieron al mismo tiempo, ella echó hacia atrás una mano, y le agarró con desesperación un brazo, indicándole que apretara más y más rápido.
• ¡¡¡ Goooooooooooollll !!! – volvieron a correrse y siguieron empujando más, y más y más…
• ¡¡¡ Gooooollll, gooooolll, goooooooooolllll !!! – se corrieron por última vez, y ella tuvo que taparse la boca, porque también iba a gritar. No podía más y no se le ocurrió otra idea, que también gritar:
• ¡¡¡ Goo…ooooolll...oooooooollll !!!
• ¡¡¡ Goo…ooooolll...oooooooollll !!! – Alan para tapar ese gol tan raro de ella, también gritó gol.
Pero daba igual, el marido estaba con sus goles, y sólo oía los suyos. Podrían haber gritado: “Me voy, Oh Dios mío, te quiero, dame más, más, fóllame, etc …”, o lo que sea, que Emilio seguro que ni se habría enterado. Amén, de los gritos del vecindario, por el mismo motivo que el marido.
Terminado el partido se juntaron en el salón para celebrarlo, ella no dejaba de reírse, tenía un ataque de risa nerviosa. El marido preguntó que pasaba, ella dijo que Alan le había contado una historia que le había provocado mucha risa, y se acordaba de ella.
• Cariño, porque tengamos muchos días de futbol como este – dijo ella brindando y desviando el tema.
El marido le dijo a Alan: -a las mujeres no hay quien las entienda, siempre ha odiado el futbol, y ahora todavía le acabará gustando-.
Terminaron el programa de contabilidad, Alan se despidió de ellos, y nunca más volvió a esa ciudad, ni a verlos juntos. Excepto una vez que ella fue a la ciudad donde Alan vivía, y le llamó para verlo. Se vieron en un parque cercano a la casa de él, y ella iba con su niña de dos o tres años, charlaron, se besaron y nunca más se volvieron a ver. Él por su forma de ser, nunca hecha la vista atrás.
Alan al pasar por la oficina de Barcelona, antes de irse de vacaciones, me contó esta historia. Me gustaba que me contara su último enigma, o últimos enigmas, a veces estaba con tres o cuatro simultáneamente.
Lo último que me dijo antes de irse fue: “Hay miles de tíos locos por el futbol, eso implica que debe haber muchas mujeres como Chiruca”.
Me consta que conoció bastantes Chirucas.