Silvia y la sobrecargo

Silvia y la sobrecargo
Silvia bajaba las Ramblas con su Honda SH300 sport, y como se suele decir, a toda leche o a toda hostia. Llegaba tarde a una entrevista de trabajo muy importante. Aspiraba a ser sobrecargo de un transatlántico.

Era verano, y llevaba una blusa blanca, no ajustada a sus espléndidos pechos, y una falda deportiva de medio muslo, también blanca.

Para más inri, y cosa extraña, el barco estaba atracado al final de la Bocana Norte, pasado el paseo del Mare Nostrum, o sea, lo más alejado posible.

Llegando al muelle del Levante divisó el barco, y empezó a llover el típico chaparrón inesperado de verano.
Había quedado a las cinco, y ya estaban pasadas hace rato. Aceleró más y más, sabiendo que se estaba llevando por delante toda el agua que caía, pero no quería perder esa oportunidad, que pocas veces se presenta en la vida, y más en mundo de machos como es la Mar.

Dejó la moto cerca de la escalerilla que accedía al portalón del barco, a la vista de los dos marineros de guardia.
La subió casi corriendo, y se paró ante los dos marineros informándoles que venía a ver al segundo de a bordo, y que llegaba tarde.
Los dos marineros al verla empapada la miraron de arriba abajo con picardía. Y uno de ellos la acompañó al despacho y camarote del segundo.

El marinero tocó en la puerta, y apareció un hombre de unos cuarenta y cinco años, que esbozó una sonrisa dejando ver unos dientes de marfil, enmarcados en su bronceada piel, por la brisa del mar.
Terriblemente atractivo, con pantalón corto blanco, y camisa blanca con dos botones desabrochados, que dejaban entrever un recio pecho.

• Buenas señorita, pase -, invitó amablemente y con voz acostumbrada a mandar.
• Disculpe el retraso
• No se preocupe, con el chaparrón ya ha tenido su castigo -, le dijo con amabilidad

Tenía razón, el chaparrón la había empapado. Tenía la camisa totalmente pegada a su cuerpo, dejando la total trasparencia de sus potentes pechos, y sus hermosos pezones. A sus cuarenta años era una mujer deseablemente voluptuosa, que desafiaba a las jovencitas. Como buena ampurdanesa, pelo y ojos castaños, piernas firmes, redondeadas y prietas por los vientos del Pirineo y el Mediterraneo. La falda y las zapatillas también estaban empapadas.

• Me llamo Roc, tú eres Silvia la que estoy esperando para la entrevista ¿cierto?
• Cierto, y encantada de conocerle
• Es un placer, y háblame de tú
• ¿Quieres tomar algo?
• Un café, gracias
• Creo que en tú estado lo mejor será una buena taza de leche caliente con una copa de buen ron

Roc le trajo el ron y la leche, acompañados de un albornoz blanco impecable.
Ella intentó coger ambas cosas al mismo tiempo, y sin querer cogió la mano de él que sujetaba el albornoz. Notó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Le miró a los ojos, y vio que estaban fijos en su pecho. Le dio un subidón de temperatura, y de sexualidad. Roc estaba realmente buenísimo, para comérselo.

Se quedaron mirándose, sin hablar, pero diciéndose todo con la mirada. Ella pensó: “sé que me desea tanto como yo a él”.

• Estaré en la otra habitación, avísame cuando te pongas el albornoz

Ella le avisó, y él se llevó su ropa a que la secaran. Mientras tanto ella se tomó tranquilamente su ron con leche, y empezó a notar que tenía los labios de la vagina empapados. No entendía que de repente tuviera esas ganas de follar, no era normal en ella.

Cerró los ojos y empezó a acariciarse la nuca, los labios, el clítoris, y su maravilloso y abultado monte de Venus. Su temperatura aumentaba, el albornoz empezaba a estorbarle. Se lo abrió un poco para quitarse el sofoco que le estaba entrando.

No se percató que él había entrado.

Mirándose fijamente avanzaron uno hacia el otro. Él la abrazó por dentro del albornoz, cogiéndola fuertemente de la cintura, y estrujándole las nalgas. Ella le mordió la boca, mientras soltaba al suelo su albornoz, y pretendía quitar a tirones la camisa de él.
Se separaron momentáneamente, y él se deshizo del pantalón corto, mientras ella le quitaba la camisa.

Silvia se quedó inmovilizada viendo aquella polla tan enorme, nunca le había follado una cosa así. Tenía el glande como un melocotón. Toda ella creía arder de deseo.

Sin pensarlo dos veces, él la tomo en brazos y la dejó encima de la mesa de mapas.
Silvia levantó las piernas, y las abrió todo lo que pudo, diciéndole: “fóllame!!, fóllame!!, ya!!, estoy ardieeennnddooo!!”

Se paro entre los muslos, le dio tres vergajos, que la hicieron brincar y gritar. Y lentamente empezó a follarla como ella quería.
Poco a poco aquel enorme tronco, encabezado por esa fruta que ella deseaba, fue dilatando esa glamurosa vulva y su preciada vagina.

Ella sentía como ese enorme trozo de carne y fruta, la llenaba toda, y seguía avanzando. Estaba tan húmeda, que ayudaba al avance de esa enorme polla.
Empujó despacio y fuerte, muy fuerte, queriendo penetrar en el útero, ella le abrazó con sus piernas para que no retrocediera.
Penetró y Silvia chilló.

Se abrazaron con desesperación besándose, y follando sin pausa.

Aceleraron el ritmo, ella chillaba a cada orgasmo, no dejaba de irse, le hincó las uñas en la espalda.
Él gimió como un rinoceronte, y empezó a descargar. Ella notaba una riada de caliente y espeso semen, como nunca lo había sentido. Estaba delirando.

Él pegó un último rugido, derramó la última cascada, y cayó encima de ella jadeando sin aliento.

Se besaron fogosamente durante minutos, hasta que él se tumbó al lado de ella. Silvia sintió que se acaba de producir un enorme vació en su interior, cerró los muslos con fuerza para que no se escapara ‘lo llenado’.

Al cabo de un rato, ella se levantó y le dijo con una sonrisa: “he venido a una entrevista de trabajo”.
Él sonrió mirándola, y contestó: “bienvenida a bordo”.

• ¿No me habrás contratado por el polvo verdad?
• No Silvia, no. El Capitán y yo, después de ver tú curriculum, le comunicamos a la naviera que deberías ser el candidato ideal para ese puesto. Siempre que tú lo desearas claro.

Silvia dio saltos de alegría, mientras él seguía postrado en la mesa de mapas, sintiendo la alegría de ella, y sabiendo que tendría a una buena compañera de singladuras.

Paró sus saltos, y se fijó en esa polla doblegada por el esfuerzo. La cogió con ambas manos, y comenzó una profunda limpieza de todos sus alrededores, absorbiendo hasta los últimos restos de ese semen tan espeso y jugoso.

Él fue a por la ropa de ella.
Una vez vestida, le dio un largo beso, y le dijo: “¿mi segundo, cuándo debo embarcar?”
• Estamos terminando unas reparaciones, en una semana te espero a bordo
• ¡a sus órdenes mi segundo!

Cuando salió del barco “su barco”, lucía un espléndido sol.

Mientras iba en su Honda pensó sonriendo pícaramente: “vuelvo con mi chico, a nuestra rutina del día a día, pero es una agradable rutina…y más si de vez en cuando llueve”.
Inscríbete y participa
¿Quieres participar en el debate?
Hazte miembro de forma gratuita para poder debatir con otras personas sobre temas morbosos o para formular tus propias preguntas.