Una maravillosa partida de golf - I

Una maravillosa partida de golf - I
Rebecca y Penélope se cruzaron en el vestuario como otras veces, se saludaron e intercambiaron algunas frases. Rebecca pertenece a uno de los mejores clubs de golf de Alemania. Situado cerca de Ratisbona, metido entre montes poblados de buenos bosques, y a poco más de quinientos metros del Danubio, es un paraje idílico para practicar este sensual deporte.

Rebecca terminó antes, y cuando se iba a despedir, Penélope la invitó a jugar juntas si Rebecca estaba sola. Penélope se había percatado que Rebecca jugaba siempre sola, por lo menos las veces que ella la vio. Y Rebecca le caía bien sin que ella lo supiera, le gustaba su prestancia.

Rebecca aceptó agradecida. Salieron al campo, Rebecca llevando sus palos, y Penélope a por los suyos. Se dirigieron hacia un caddie que esperaba con los palos de Penélope.

El caddie era un apuesto joven que rondaría entre los veinticinco a treinta años. Solía ser el elegido por ella desde hace mucho.

Al ver a su “jefa” acompañada de Rebecca se sorprendió gratamente, él llevaba tiempo observando como jugaba sola, analizaba en la distancia sus movimientos, sus andares, sus flexiones, y le parecía una deseable gacela.

Su “jefa” era una mujer de entre cuarenta y cinco a cincuenta años, que con unos veintitrés años se había camelado a un rico, veinte años mayor que ella. Mientras que su esposo hacía dinero, ella no dejaba de mantenerse en forma en todos los aspectos. Tenía un buen cuerpo, parecido a los de las portadas de los años 90. Y así tenía que ser, para que su rico esposo se siguiera sintiendo poseedor del mejor florero de todos sus amigos, socios, y clientes. Y a su vez ella, poseedora de una tarjeta de crédito ilimitada.

Observó que Penélope llevaba “la falda”, una falda deportiva hasta medio muslo, estilo Camel Crown color caqui, con dos cordones laterales, que le permitían subirla por los muslos de abajo hacia arriba, como una persiana. Ella había eliminado el pantalón interior, para que él tuviera libre acceso, por eso él la llamaba “la falda”, sabía que cuando venía con ella, tendría propina extraordinaria, y ya no tendría que atender a ninguna golfista más por ese día.

Rebecca como siempre, llevaba su polo deportivo blanco Wilson auténtico, y su inseparable modelo y color de falda, era falda pantalón hasta medio muslo un poco menos, clásica y color navy blue, y terminando con unas zapatillas blancas. Al igual que ella, todo ese conjunto iba siempre impoluto y en armonía. Y a pesar de no ser un conjunto sexy, en ella sentaba sensual.

Penélope les presentó:
• Rebecca te presento a Luis, alias “Elvis”, Elvis te presento a Rebecca –
Se dieron un par de besos como es la costumbre, y ambos se percataron de la piel y olor del otro.

Penélope y Rebecca encabezaron la marcha, y Elvis detrás observando y analizando a Rebecca.

Tenía un cuerpo entre atlético y fitness, su piel estaba entre blanca y un poco tostada, no se veía una sola mancha o imperfección, era totalmente lisa y suave, era como esos cueros curtidos a mano, que desprenden una sensación de suave y placentera continuidad cuando los tocas acariciándolos, y tú subconsciente los desea.

Llevaba una melena corta curvada hacia el interior de su nuca, que dejaba al descubierto un cuello deseable. Pelo rubio, fino y suave como su piel.
Espalda totalmente recta, acompañando a ese deportivo cuerpo.

De lejos nunca pudo distinguir sus detalles, y menos sin dejar de atender a su absorbente “jefa”, ahora tenía la oportunidad de analizarla a pocos metros durante unas horas. Le agradaba esta oportunidad porque en su mente, hace tiempo que la había seleccionado para un juego.

Penélope abrió la conversación:
• Rebecca te estarás preguntando por qué te he invitado a jugar juntas.

• Soy lo que suele llamarse una mujer mantenida.

• Estoy casada desde los veinte y pocos años con un hombre mucho mayor y rico, vivo como me da la gana, y me compro todo lo que me apetece, a cambio de vivir en una jaula de oro, y obedecer a mi amo a pies juntillas.

• Me paso los días rodeada de floreros como yo, sin embargo, siempre he tenido inquietudes por personas fuera de este círculo, y sobre todo por aquellas que como tú sois totalmente independientes, y que sois las únicas que sí hacéis realmente lo que os apetece.

• ¿No tienes hijos?, preguntó Rebecca

• Dos, la famosa parejita como suele querer todo el mundo, incluyendo mi esposo. Pero ya trabajan en buenos bufetes, y se me acabó la diversión de criarlos. La verdad, me lo pasé muy bien, y me hacía mucha ilusión tenerlos.

• ¿Cómo os conocisteis tú marido y tú?

• Pues verás, es una historia un poco rocambolesca…-, en ese momento sonó su móvil

• Hola mi amor-, le dijo a su marido, sonriéndose y giñándole un ojo a Rebecca

• Si mi amor, ahora mismo voy-, su amo la reclamaba urgente.
• Mi esposo me reclama urgente, te dejo con Elvis, y nos vemos otro día.

Le dio a Rebecca un par de besos por primera vez, y a Elvis un ligero beso en la boca, con un roce en la entrepierna, y le susurró al oído: -cuídamela y a Rebecca también-.

Rebecca y Elvis, se quedaron solos cara a cara. Rebecca le miraba directamente a los ojos, como preguntándole o esperando algo de él.
Él se quedó como hipnotizado con la mirada de esos ojos.

Eran unos ojos azules, que casi siempre estaban analizando su alrededor, y preguntándose temas vitales. El resto del tiempo desprendían alegría, cariño, cercanía y muchísima sensualidad. Tanto para lo uno como para lo otro, sentías que te desnudaban el cuerpo y el alma.

Elvis se sintió desnudo, y reaccionó: - discúlpame, voy a llevar estos palos y vuelvo en cinco-.

Ella evidentemente se percató del nerviosismo del incipiente hombre, y se dedicó a observarle de espaldas mientras este se iba con los palos de Penélope.
Lo que observó le gustó mucho, una espalda recta y fuerte, complementada con unos hombros de los que una puede auparse para mil locuras, unas piernas que seguramente las de Aquiles fueron parecidas, y todo eso rematado con uno de esos culos que tanto gustan a las mujeres, estilo Richard Gere. Sin darse cuenta, se estaba relamiendo los labios, y jugando con la lengua.

Cuando regresó se fijó en su boca al ver que estaba jugando con la lengua, y la cerró al llegar él.
Se quedó pensando: “La boca es simplemente preciosa, tiene unos labios perfectamente simétricos y delimitados, el arco de Cupido es insuperable, y todo ello rematado con una marcada zona del “amuleto de amor”, esa hendidura que va de la parte baja de la nariz hasta el medio del labio superior, haciendo una boca todavía más deseable”.

Ella se dio media vuelta, y enfiló hacia el primer hoyo.
En su mente iba pensando: “Es curioso, en el diccionario del golf realmente se llama agujero, pero los prejuicios conservadores y religiosos, han conseguido que los del marketing pongan hoyo. Algunas montañas forman un hoyo, por donde fluyen desde las altas laderas el nacimiento de los ríos. Y mi hoyo está empezando a fluir”.

Mientras la ayudaba con los palos, Elvis no cesaba de observarla y analizarla.
Ya de cerca no le parecía una gacela, más bien un guepardo hembra. Su armonía, flexibilidad y precisión de movimientos, no le dejaban pensar en otro animal de este planeta.

Después de llevar unos hoyos sola, en silencio, y sintiéndose estudiada, se decidió a invitar al caddie a jugar con ella.
Aceptó inmediatamente, y con cara de total satisfacción.

• ¿A qué te dedicas además de hacer de caddie?
• Estoy haciendo el doctorado en Matemáticas, sobre teoría de redes y diseño de interfaces para videojuegos avanzados. Con lo de caddie me pago los estudios.
• Vaya, tengo un portento delante de mí.

• ¿Y tú a qué te dedicas?
• Soy secretaria de dirección
• Se te nota. ¿Y eres de esas que desde la sombra mandan más que su jefe? -, le dijo con una leve sonrisa
• Le devolvió la sonrisa y le dijo: - desde la sombra una buena secretaria puede hacer muchas cosas buenas por la empresa, por su jefe, y por una misma-, y le guiñó un ojo atrevidamente.

Ella se lanzó y le propuso jugar a algo que tuviera que hacer el que perdía cada hoyo. No quería jugar con dinero sabiendo del estado económico de Elvis.
Él aceptó de buen grado, y con evidente alegría.
• Pon tú las normas -, dijo él
• Soy aventurera, y siempre tengo curiosidad por experimentar cosas nuevas y emocionantes. Y llevo como bandera el lema: No risk no fun.

• Dicho esto si te parece hacemos barra libre, si tú pierdes yo te digo que tienes que hacer, y viceversa. Mientras que no exista daño físico o moral, hay que aceptar el castigo. ¿ok?
• ¡Me apunto!, y así me servirá para la interface del videojuego, y ejercitar mi red neuronal, ja, ja.

Él como buen chico educado, le cedió la salida a ella. Se fijó que ella usaba unos palos Cleveland, y que no todo el mundo está preparado para usar esas maravillas. De entrada eso le hizo no relajarse.

Rebecca se puso en posición firme para un lanzamiento largo.
Dejó el palo apoyado en el suelo, sujetándolo suavemente mientras se concentraba con los ojos cerrados.

Elvis se fijó en las pulseras de cuerdas y cuero, y en la posición de las manos sobre el palo.
Estaba sujetando el palo sin apretarlo, con un ligero hueco entre el mango y los dedos, como acariciándolo. Se preguntó si ella en ese momento, era consciente de que tenía entre sus dedos, un palo o una verga.

Rebecca abrió los ojos, y se percató de que su postura la delataba. Tensó el cuerpo, reajustó posición de pies y piernas, y agarró el palo firmemente.
Lanzó.

Ni un solo gramo de su cuerpo tembló, sólo sus pechos se fueron en la dirección de la bola, para volver inmediatamente a su posición de equilibrio.

Sus pechos a pesar del deporte eran como dos frutas de la pasión, adornados con dos pezones con perfecta aureola, que te miraban directamente a los ojos.
Ambos, pecho y pezón estaban deseando que fueran los ojos del caddie.

Este movimiento no pasó desapercibido para el caddie, todo lo contrario, fotografiaba cada movimiento de su personaje real del videojuego.

Lanzó él, y se fueron andando hasta el hoyo, y charlando animadamente, pero con una ligera tensión por saber quien sería el primero en perder.
Los dos se habían quedado muy cerca del hoyo. Cogieron sus respectivos Putter, para realizar el golpe de precisión hasta el hoyo.

Ella se puso en posición, notando como el la debía estar observando y saboreando su triunfo, ya que se sentía nerviosa, y no conseguía controlar ese estado que la haría fallar. ¿Acaso su otro yo deseaba fallar?.
Falló.

Le tocó el turno a él, y la metió.
Se miraron sonrientes, y ella levantó los hombros como diciendo -me toca pagar-.
• tú dirás…-, dijo Rebecca

El caddie lo tenía más que pensado: - que te quites el polo a partir de ahora -.
Se lo quitó, quedándose con un precioso sujetador blanco deportivo, de medio pecho y con cremallera delantera.

Al descubierto, su vientre estaba perfectamente delineado, parecía un Green de golf, con su hoyo marcando el ombligo.
El caddie se quedó un poco turbado, tubo una erección, se sonrojó, no se movía.
Rebecca se percató inmediatamente del crecimiento abultado del pantalón del caddie.
Se sonrió, le miró a los ojos y le dijo: - ¿continuamos con los dos juegos? –

Enfilaron la calle 13. El caddie lanzó y la dejó a pocos metros del hoyo.

Le llegó el turno a Rebecca, y se notaba que todavía no había alcanzado su nivel normal de concentración, que suele ser alto. Pero hoy saliéndose de sus normas habituales, jugaba en compañía, y además con un joven Apolo.
Lanzó, y nada más salir la bola, sabía que perdía nuevamente.

La bola hizo un slice, cogiendo un fuerte efecto hacia la derecha, donde estaba el bunker de arena. Se enterró en su forzado aterrizaje.

Apretó el palo con rabia contenida, no le importaba lo que Elvis le pediría ahora, era el echo de perder otra vez. Rebecca es una mujer muy competitiva, toda su vida ha estado compitiendo hasta alcanzar el puesto, de secretaria personal de dirección general de una multinacional.
Llevaba muchos años de entrenamiento mental y físico, el golf era uno de sus deportes favoritos, y ahora un jovenzuelo la estaba humillando.
Se dirigió en silencio hacia el bunker, el caddie la seguía a corta distancia respetando su silencio.

Él lanzó nuevamente y se quedó a pocos centímetros del hoyo.

Ella sacó un sand wedge de 56 grados, tanteó la arena, afianzó todo su cuerpo, y en un perfecto golpe, sacó la bola de la arena, dejándola a un palmo del hoyo.

Elvis la felicitó por ese increíble golpe. Ella le hizo un gesto de agradecimiento, pero sabiendo que él lo tenía fácil.
Y así fue, el deslizó su putter dándole un suave golpe a la bola, embocándola en el hoyo 13.

• A la tercera va la vencida -, dijo ella convencida de que así sería, notaba que le venía su control y confianza en sí misma.
• Dime que tengo que hacer ahora

El caddie le indicó unos árboles que había al fondo a la izquierda, justo antes de tomar la calle 14. Se dirigieron a ellos.
Al llegar él miró a todos lados, y sin ver a nadie, la cogió de la mano para atravesar los arbustos que rodeaban a los árboles.

Una vez ocultos, él la dijo:
• quítate la falda y túmbate en el suelo boca arriba
• ¿me vas a follar ya, tan pronto? -, interpeló ella
• no, te voy a meter la bola que has perdido por el coño
• buena idea, será la primera vez que mi coño prueba una bola de golf –, dijo Rebecca haciendo honor a su lema de “No risk, no fun”

Se quitó la falda y se tumbó con la espalda en el suelo, con las piernas abiertas, y dobladas en la misma forma como si se la fueran a follar.

Al verla casi totalmente desnuda, se quedó inmovilizado, se acordó cuando vio su vientre la sensación que le provocó. Parecía un perfecto Green con su hoyo central marcado por un no menos perfecto ombligo.
Y ahora la vulva era la continuación de ese maravilloso campo, toda ella tenía la forma de una silla de montar de Doma. Era de esas vulvas que cuando abres los labios al máximo, y los aplicas, encajan tan bien, que parece hecha para ellos.

Los muslos…madre mía, los muslos tenían esa curvatura moldeada por largas horas de correr, nadar, montar, y ser montada, que su visión conjunta con la vulva, invitaba a enterrarse entre ellos.

Ella se daba cuenta del estado de él, y de su enorme erección dentro del pantalón. Deseaba más eso, que la bola, pero las reglas son las reglas.

Él se arrodilló, y con toda suavidad y temblando, le fue introduciendo poco a poco la bola.
No quería que ese momento terminara, pero la bola desapareció como absorbida por esa hendidura que él ya estaba deseando comer.

Rebecca haciendo honor a sus arranques inesperados, cerró las piernas bruscamente, y le espetó: - ¿continuamos? –
• Está cayendo la tarde y no se distingue lo suficientemente bien, deberíamos aplazarlo a mañana Domingo a primera hora ¿te parece? – dijo él
• Me parece.
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