Recuerdos interrumpidos
Aquella noche nos reunimos cinco a cenar en casa de Laura y Jordi. Se trataba de una pareja agradable y risueña, de clase media-alta. Poseedores de una elegancia y buen gusto que no dudaban en lucir.En cuanto entramos en el comedor observé que la mesa estaba preparada para una fiesta. Un centro de flores de diversos colores dejaba en el ambiente un aroma dulce y relajado. La llama de unas alargadas velas blancas producían un baile de sombras sobre la mesa. Una gran copa de vino y otra para el agua presidían cada uno de los espacios reservados a los comensales y los cubiertos de plata y las servilletas de tela le daban ese toque señorial que tanto definía al matrimonio.
Al sentarnos a la mesa me vino a la cabeza la última vez que visité ese salón.
Aquella vez tan solo éramos tras. Ellos dos y yo. Yo esperaba en el pasillo, fuera del salón. Jordi se encontraba sentado tranquilamente en una silla, frente a él, Laura estaba de pie en el centro de la sala. Ella llevaba una camisola negra de gasa, escotada y con vaporosas transparencias, todo ello lo combinaba con un tanga negras de tul y unas medias oscuras a juego con el picardías. Recostado en su silla y con un vaso de whisky en la mano, Jordi le contaba a Laura que aquella noche yo era el invitado. Movia el vaso de tal manera que los cubitos de hielo golpeaban las paredes del vaso, creando un constante y ligero ruido que era atrapado por el silencio de la sala.
La influencia que él irradiaba sobre ella, estando ahí juntos y solos, y la serenidad y calma que ella transmitía cargaban la escena de un erotismo que se me pegaba a la piel.
–Juan ven, puedes pasar –me dijo sin apartar la vista de su mujer al acabar mi introducción.
Con zancadas firmes accedí a la sala y me dirigí al centro de la sala. Donde Laura me esperaba con una sonrisa maliciosa. Me situé tras ella.
–Hola, me llamo Juan –le dije dándole un beso en el cuello.
–Encantada, soy Laura. Me han dicho que tienes ganas de pasarlo bien –respondió ella mientras pegaba su culo a mí.
Mis manos se deslizaron por su picardías, una camisola que resaltaba unos pechos firmes culminados por unos pezones rojo oscuro, casi marrones. Su cara jovial cedió a un impulso repentino. Apretando fuertemente los labios contuvo la emoción. Laura observaba a su marido, que recostado sobre la silla nos observaba con supuesta despreocupación, atento a cada uno de nuestros movimientos. Ella buscaba en la mirada de él una posible respuesta, un signo de asentimiento, una sonrisa con la que ella pudiese pasar a la acción y no solo dejarse hacer. Al recibirla ella se movió impaciente. Mirándome con los ojos bien abiertos se arrodillo frente a mí. Me quedé completamente quieto, con la cabeza agachada contemplando cómo esas diminutas y hábiles manos me desabrochaban el pantalón y se aferraban al bulto que en ese momento asomaba escondido tras mis bóxers.
–Juan, encantada de volverte a ver –me saludo Laura sacándome de mi recuerdo y haciéndome regresar al presente.