Una moto llamada Ninfómana – II

Una moto llamada Ninfómana – II
Notó la cercanía de Él, abrió los ojos y estaba a su lado mirándola.

• Con la respiración un poco entrecortada le preguntó: ¿cómo se llama tú moto?

• Ninfómana -, respondió dejando caer ese nombre

Ella le devolvió una ligera sonrisa, y le dijo: -me gusta-

Sin más preámbulos, él montó su moto, la encendió y la puso al ralentí, abrió el cuero y sacó su enorme verga.

Ella al verla dejó caer su cabeza y se quedó mirando por la ventana con la mirada perdida en el cielo.

Se hizo un silencio sepulcral.

Él la golpeaba con ese enorme badajo en el centro de la raja, en pleno clítoris, en la cima del monte de Venus, en los labios, por todas las zonas vulvosas. Lo que empezó con ligeros golpes, continuó subiendo hasta ponerse al ritmo de la moto.

Sara daba respingos de placer, se le tensaban los muslos y las nalgas, cerraba y abría los dedos de los pies a cada golpe.

El calor crecía por todo su cuerpo y este se le tensaba y contraía cada vez más.
Ya no tenía control sobre ella misma.

Alfa le dio los últimos restregones por toda la vulva, y la penetró firmemente hasta el fondo. Notó la siguiente puerta, hizo una ligera pausa, y empujó abriéndola hasta el fondo del útero.

Sara no daba crédito a sus sentidos, no tenía ni idea de que el sexo podía ser tan intenso.

Comenzó en las profundidades de su coño y rápidamente asomó por sus labios.
Fue el mejor orgasmo que jamás había tenido.

Rugió de placer cerrando los dedos de pies y manos, hasta lacerarse.

Él también hizo rugir a Ninfómana. Con la polla metida le dio a Sara varias vueltas la estancia como si fuera un ruedo.

Estaban todos con las pollas fuera pajeándose, ellas con las tetas y coños fuera, sobándoselas y metiéndose los dedos en las vaginas. Todos gritando. Sara estaba extasiada, no podía creer que eso era real, cada vuelta era un nuevo asalto al placer.
Vio a su marido con cara de lujuria, masturbándose frenéticamente.

Alfa paró en el centro, y a un gesto suyo cogieron al marido y lo sentaron en una silla cerca de Ninfómana, a la vista de su mujercita. Alfa se puso delante de él y le dijo: -tú cornudo, límpiamela hasta dejarla brillante-.
Tom miró a su mujer con cara de asombro y lascivia, ella le devolvió un beso. Cogió esa enorme verga con ambas manos, y empezó a lamerla y tragarse todo fluido que encontraba.

Zora recogió el semen que salía del coño de Sara en un vaso, y lo último que recogió se lo dio a chupar, y antes de irse le vendó los ojos.

A una mirada de Alfa siete fornidos machos y sus dominadoras, se situaron en un círculo entre el público y ella, eran como la guardia personal de Alfa, colocaron calzos en el suelo a ambos lados de la moto, para que ellas o ellos pudiera auparse a la altura de la cara de Sara.

La penetró el primer jinete, sentía una polla en forma de un cilindro totalmente recto, su respectiva hembra se subió en los calzos y agarrándose al manillar, le plantó su coño entero en la boca. Sin mediar palabra, cada uno se concentró en su sabrosa faena.

Sara notó esa polla tan recta y sus movimientos tan rítmicos, que le vino a la cabeza la imagen de un pistón, y su vagina haciendo de cilindro. Le recordó la forma en que solían follar ella y su cornudo consentido. Se sonrió mentalmente, ya que su boca estaba totalmente ocupada con el coño de la ‘primera dama’.

Coño que tenía una amplia hendidura, lo que la permitía meter su lengua todo lo que podía.

La montadora se acariciaba las tetas mientras miraba sonriente a Sara, sintiendo que esa lengua parecía una pequeña polla, pero una polla al fin y al cabo.

Al pistón le vino la eyaculación, y se bajó de la moto, la ‘primera dama’ le siguió con un rápido orgasmo, y le siguió a él. Sara también tubo un ligero orgasmo.

Ni ellas ni ellos la tocaban con sus manos, se corrían con y en ella, y dejaban paso al siguiente.

El segundo pene le pareció una banana que miraba a sus botas, y el segundo coño se puso al revés y así se podían besar y sobar ambos montadores.

Esta polla le agradaba porque le masajeaba en especial una de las paredes vaginales, además de flexionar con su curvatura en la otra. Con respecto a la hembra, debido a esa postura y a su movimiento, le estaba lamiendo desde el clítoris hasta el ano. Esta pareja le gustaban más.

Entró el tercero, el cuarto, el quinto, cada vez aumentaba su excitación, no podía creer tener tanto aguante. Pensó: “Como todo en esta vida, hay que probarlo para saberlo”.

Le salía semen por todas partes, notaba como le chorreaba por los muslos camino del ano.

Llegó el sexto, este tenía su rabo mirando al cielo en forma de arco. La penetró despacio, muy despacio, sabía lo que hacía porque a los pocos centímetros de la entrada, se paró y empezó un ligero mete saca, acariciando con el glande esa zona corrugada del suelo pélvico, que tanto le gustaba a ella tocarse a solas. A solas porque su querido maridito no sabía de la existencia de esta zona, ni se molestaba en saberlo. Pensó: -los hombres y su futbol, y su bricolage, y sus cervezas, y sus …-, volvió a concentrarse en ese masaje gratuito. Le encantaba.

La otra le plantó unos amplios pechos en la cara, y le restregaba los pezones para que se los mordiera.

La arco polla aumentó su ritmo presionando más y más esa sagrada zona, lo que provocó que a ella le viniera el orgasmo antes que a él. Él se dio cuenta, y enseguida la penetró hasta el fondo, eyaculando acto seguido. Pensó que había sido un buen polvo, muy bueno, este macho conoce las zonas erógenas de las hembras. Me gustaría saborearlo en otro momento con más calma.

Llegaron los séptimos y últimos jinetes. Sara se estaba recomponiendo de ese sabroso y rápido orgasmo, cuando inmediatamente notó que le penetraba hasta el fondo una especie de tronco ligeramente arqueado, y de un grosor que le rellenaba toda la vagina. Ese tronco empujaba muy fuerte, y muy rápido, era un salvaje. Le hacía bailar las tetas, y masajearse la espalda con la suave superficie del depósito, le encantaba ese mete saca salvaje, que la hacía mover todo su cuerpo.

La dueña de ese tronco, se dedicó a besarla con total lascivia, y a poner sus tetas encima de las de ella, lo justo para frotárselas en cada movimiento. Tenía una larga y hermosa lengua, que le metía hasta enredarse ambas en el interior de la boca de Sara. Otras veces la ponía recta y dura, y se le penetraba hasta la garganta. Sara respondía con total placer, gimiendo y diciéndole: “dame más, no pares, me enloquecen tus besos y tú lengua, dame, dame…”.

Sara no había probado nunca a una mujer, a partir de este momento ya sabía que le gustaban, y que formarían parte de su nuevo estilo de vida.

Siete eyaculó como un caballo, y ambas hembras también. Fue un orgasmo conjunto maravilloso. Por ellos, habrían continuado hasta el agotamiento.

Descabalgaron ambos jinetes, dejándola a Sara con su nueva amiga, la Ninfómana.

Todavía le faltaba el aliento, temblaba, se retorcía, se arqueaba, movía desesperadamente la cabeza de un lado al otro, y soltaba los últimos gemidos.

Zora le quitó la venda de los ojos, y eso fue como un relax instantáneo, se paró mirando a Zora, le entornó los ojos varias veces, y Zora le susurró cariñosamente: -hasta ahora nunca habíamos visto a otra como yo, enhorabuena hija-.

Le quitó las cuerdas, y entre dos machos la ayudaron a bajar, no le sostenían las piernas, la volvieron a sentar en la moto, esta vez mirando hacía delante. La dejaron tumbada sobre el depósito, y ella a su contacto, se abrazó sintiendo que estaba muy caliente, y lleno del sudor de su espalda.

Notó como el asiento estaba lleno del semen de esos siete machos.

Zora le llevó un vaso de ese extraño liquido rosa, se lo bebió de un trago y le pidió otro.
La sala ardía de calor con todos esos cuerpos calientes. El murmullo era alto y continuo. Miró un poco por su lado, y vio que ellas y ellos, la miraban sonriéndole y haciéndole guiños.

Zora se acercó con el vaso casi lleno del semen de Alfa, y empezó a untárselo por el ano, masajeándoselo poco a poco con el dedo principal, para ir acostumbrándolo a su próxima faena.
Ella le dijo a Zora: -¿sabes una cosa?-
• No -
• Por ese lado soy virgen –
• ¡ No jodas ¡
• Sin joder, es que mi marido es muy religioso, y su religión “según él” se lo prohíbe –
• ¡ja, ja, ja, jaaaa!, pues hoy tú querido cornudito lleva bastantes pecados para confesar.
• Y tú en un rato vas a perder la virginidad de tú culo de la mejor de las maneras -, y se retiró.

El macho Alfa le puso la chupa del club, con insignias especiales, las que solo llevaban las hembras que él consentía que las llevaran, y que solamente eran Zora, y ahora ella. Todos aplaudieron con ganas.

Alfa se puso su chupa, cabalgó a Ninfómana, y le indicó a Sara que subiera entre él y el depósito, para llevarla al hotel.

El marido hizo el intento de llevarse a su mujer en el coche, pero volvieron a frenarle, y le dijeron: - tú te vas en tú coche, y ten cuidado al salir no te hagas daño con los cuernos en la puerta-.
Llegados a este punto, Tom admitió en su interior que esto solo terminaría cuando dejaran el hotel y volvieran a su casa. Y también admitió en su interior, que él había disfrutado como nunca. Su mujer ahora no era suya, era de quien ella quería ser.

Zora le cortó a Sara la parte más baja del short, dejando libre acceso a su ano y a su coño. El short ahora era más bien un cinturón ancho.

Sin más, montó entre Alfa y el depósito, Alfa la alzó un poco, abrió su cuero, se sacó la verga y se la metió por el culo con suavidad, y firmeza hasta dejar sus nalgas apoyadas en sus huevos. Ella giró la cabeza para mirarle, y le dijo: -cuando quieras nos vamos-.

Al salir estaban las siete hembras y sus respectivos machos, montados en sus cabalgaduras. Arrancaron en perfecto orden de marcha, dejando el centro al Jefe.

Sara se agarró a los brazos de él. El viento le daba en la cara, y le penetraba por la chupa deslizándose por sus pechos, parecía una caricia celestial.
De vez en cuando, un ligero bache provocaba un fuerte empujón de la polla en su interior. Veía el cielo. Deseaba que estuviera lleno de baches.

Llegaron al hotel.
Sara sintió como se le llenaba de semen todo su culo, y le salía de lo más profundo de su ser un nuevo acceso de placer, empapando el depósito, el asiento y todo por donde resbalaba. Le apretó con todas sus fuerzas los brazos, creyó que con los muslos doblaría el depósito, y finalmente gimió apretando fuertemente los dientes.

Él la dijo: - mientras estés aquí, vendré todos los días a recogerte a esta hora –

• Y yo te estaré esperando -.
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