Una moto llamada Ninfomana - Parte I

Una moto llamada Ninfomana - Parte I
Sara y Tom acababan de estrenar su nuevo deportivo, y para celebrarlo se fueron de fin de semana a un hotel en la costa.

El hotel estaba a pie de playa, era una gozada.
En el exterior del hotel había muchas motos, pensaron que habría concentración de moteros.

Decidieron coger su nuevo coche, y hacerle unos kilómetros recorriendo la costa.

Pasadas unas les apeteció tomar algo fresco, así que pararon en el primer sitio que vieron.

También estaba su exterior a tope de motos, parecía un bar-club de moteros ‘de los auténticos’, de los de ‘doy la vida por mi moto’, ‘de los rudos y duros’, de los que ‘ellos son machos alfa y ellas hembras dominantes’, de esos que dicen: ‘mi moto al igual que mi polla, va siempre conmigo’, y de esas que dicen: ‘como me vaciles te jodo las ruedas y te corto la polla’.

Mientras él se lo pensaba dos veces, ella bajó decidida, y se fue directa hacía una moto en concreto.

En la fila de motos había una especial, pensó que desde pequeña le habían atraído las motos, que ésta era la de sus sueños, y que le gustaría montar en ella. Se fijó que tenía una forma muy sensual, el asiento del acompañante estaba más alto que el del conductor, y el del conductor formaba un valle perfectamente integrado a la pendiente que formaba el depósito de gasolina, su mente le dijo: -es el mismo perfil que tú culo y tú espalda-.

Esa maravilla de máquina tenía algunas zonas plateadas como auténticos espejos, la acarició entera, y luego se agachó en una de esas zonas a acicalarse un poco antes de entra al local. Se estaba mirando los labios y ojos en la moto, cuando vio detrás de ella a una hembra auténtica motera.

Unos cuarenta años, alta, corpulenta, pelo largo, cuero completo, con la cremallera de los pechos bien abierta, luciendo una amplia y estupenda delantera.

Era Zora, la Reina del club, aunque Sara no lo sabría hasta pasadas unas horas. Era la que mandaba en todas y todos, excepto en el macho Alfa.

Se presentaron, y Zora se ofreció a introducirlos en el local, aconsejándoles que sería lo mejor, ya que era un sitio un poco especial y un poco privado. Tom seguía dudoso, y Sara estaba entusiasmada con esa moto, y su nueva amiga.

Había una luz azulada, un ambiente repleto de torsos de machos al descubierto, con sus armaduras colgando de la cintura, y pechos de todos los tamaños con provocadoras lencerías, e igualmente con sus armaduras colgando de la cintura, la atmosfera estaba cargada de sensualidad y deseo.

Abriéndose paso camino de la barra no pudo evitar el roce con unas y otros, creyó incluso que más de uno le acercaba su bulto o bajaban las manos para tropezar con sus muslos y sus nalgas.

Sara llevaba unos shorts vaqueros muy cortos, que le dejaba libre parte de las nalgas, de las caderas, y todo el vientre, ya que hacía una uve en dirección a la vulva, quedándose a poco menos de dos centímetros del comienzo de los labios vaginales. Y arriba, llevaba solo una camisa de manga corta ajustada, atada con un lazo hecho con la misma camisa. Tom no estaba muy de acuerdo con esa forma de vestir de Sara, pero quien manda son ellas.

Ellos después de rozarse con Sara, miraban a él como lobos a un cordero, y ellas con sonrisa de ‘date por corneado chaval’. El desde luego se sentía como ese cordero entre lobas y lobos.

Por fin llegaron a la barra, a ella se le hizo el trayecto muy rápido, a él eterno. Ella hubiera preferido alargar ese camino lleno de obstáculos sensuales, y olores fuertes cargados de virilidad y hermosas féminas.

El camarero estaba esperándoles, era la típica imagen del marino de tiempos pasados, alto, robusto, con los típicos tatuajes de chicas en sus brazos, y pecho. Mirada penetrante, mandíbula fuerte, y boca cerrada a la espera. A un gesto de Zora, se fue, y volvió con unos vasos altos y anchos, llenos de un líquido de idéntico color y olor a una intensa rosa.

Nadie sabía que era ese líquido, pero les encantó. No podían decir si les refrescó o les calentó, era una sensación distinta a todo lo probado antes.

A un gesto de Zora los dos la siguieron, atravesaron todo el local repitiéndose la misma sensual senda. Llegaron a una puerta que daba acceso a una estancia redonda, con su centro iluminado por una ventana en el techo, los alrededores estaban en penumbra, solamente les llegaba la luz justa de esa ventana. Se veía gente sentada en las pocas mesas que había.

Al ver llegar a Zora con invitados tan distintos, todos callaron. De la penumbra apareció un hombre alto, ojos grandes, media melena ligeramente ensortijada, cara fuerte, patillas anchas hasta el enérgico mentón, pantalones de fino cuero negro bien ceñidos, una camisa de manga corta remangada hasta casi los hombros, y pecho descubierto, dejando todo eso entrever un cuerpo como el de Capitán América o Thor. Al cruzar por el iluminado centro, Sara se percató inmediatamente del gran paquete protegido por unos fuertes, y contorneados muslos. Los brazos iban a juego con esos muslos.

Zora dejó la primera posición a Sara, y se fue detrás al lado de Tom. A él se le notaba cierto miedo en la cara, Zora le dio unas ligeras caricias en la espalda, y le sonrió tranquilizándolo un poco.

Al verse sola frente a este pedazo de macho, Sara instintivamente empezó a notar una subida de calor en todo su cuerpo. No era calor de miedo, era de morbosa atracción hacia ‘eso’ que se le acercaba con firmes y largos pasos.

El hombre se paró en el centro de la estancia, y con un gesto le indicó a Sara que se acercara.

Silencio absoluto, incluso en el otro lado del local. Hubo un ligero murmullo de habitantes del otro lado que entraron a observar.

Como hipnotizada, se puso donde le indicaron.

Ese macho Alfa la miró de arriba abajo sin prisas.

Ella notaba que le temblaban un poco las piernas.

-Date la vuelta-, le dijo con voz muy masculina, y acostumbrada a dar órdenes.

Volvió a mirarla sin prisas.

Al quedarse frente a su marido le vio cara entre emoción y asombro, y le notó como si estuviera un poco empalmado. También miró a Zora, que estaba sonriéndole, y además le guiñó un ojo. Eso le pareció una buena señal, y le devolvió la sonrisa.

Alfa le puso las manos sobre las desnudas caderas, unas manos grandes, un poco ásperas, y sobre todo firmes. Sintió placer, cerró los ojos unos segundos, al abrirlos fue consciente de que estaban todos en absoluto silencio y mirando sin pestañear. Eso la hizo excitarse.

Se dijo a si misma: -este debe ser el macho Alfa de todas estas y todos estos, estoy en sus manos-. No se equivocó.

Tom hizo un intento de ir a prohibir ese juego, pero dos hombres le sujetaron fuertemente, prohibiéndole cualquier nuevo arranque de celos.

Zora se le acercó y le dijo al oído: -tranquilo, tú también vas a disfrutar-.

Alfa, bajó un poco más las manos por encima del short vaquero, parándose
en las nalgas. Las apretó ligeramente un par de veces.

-Date la vuelta-

Se quedaron en silencio mirándose a los ojos.

Le deshizo el nudo de la camisa, y por el hueco que quedó, metió las manos lentamente hasta plantarlas debajo de los pechos.

Ella creía arder, empezaba a notar humedad en su vagina. Estaba absolutamente paralizada. Ese juego le gustaba.

Él se quedó quieto unos instantes, y empezó a subir las manos muy despacio. Arrastrándolas por esa suave superficie.

Cuando tuvo los pezones en el centro de sus palmas, paró. Le apretó varias veces observando su respuesta.

La respuesta fue un cerrar de ojos de ella, junto con una respiración más profunda y rápida, y un aumento de la tensión en los pechos.

Sin soltarlos, le arrimó un poco su enorme paquete para ver su reacción. Nuevamente la reacción fue inmediata, y más intensa.

Él se separó y soltando los pechos de golpe, se giró hacia unos machos ocultos por la penumbra que sin más orden salieron por una puerta lateral.

-No eres motera, pero eres una hembra que merece pertenecer a este club-, le dijo mirándola a ella solamente.

-Por ello vas a ser iniciada en nuestros rituales-, volvió a decirle sin mirar a nadie más.

La cogió de la cintura, y la apartó del centro, quedando ambos encarados a esa puerta.

Ella miró un momento a su marido, y ahora le pareció ver cara de excitación, y su bulto había aumentado de tamaño. Le mandó un beso con los labios, y él se lo devolvió.

Se abrió la puerta, y aparecieron esos machos con la moto que a ella tanto le gustaba.

La dejaron bien recta y anclada en el centro de la estancia, justo debajo de la ventana.

Al ver las curvas de la moto se excitó. Algo en su interior le decía que al final iba a montarla.

Notaba como se le estaba mojando el diminuto short vaquero, y como le escurrían los jugos vaginales muslos abajo.

Volvió el silencio a la sala.

Zora se puso frente a Sara, hasta que se notaban el aliento.

Le apretó fuertemente los pezones y los pechos hasta que hizo la mueca del dolor. Entonces susurrando le dijo: -cariño aguanta, esto no es nada para lo que te viene-.

Siguió con una mano acariciándole ambos pechos y de vez en cuando un fuerte masaje con apretón incluido.

La otra mano la bajo suavemente restregándola por el abdomen, y el vientre, hasta que llegó a esa uve que formaba el mini short de Sara. Se paró, la miró a los ojos, y notó esa mirada de placer y agradecimiento, mezclada con la petición de: -continúa, no te pares-.

Metió los tres dedos principales, y nada más avanzar dos o tres centímetros, se encontraron con el comienzo de la vulva. Vulva un poco abultada, haciendo juego con ese poco de vientre que tan bien le sentaba a Sara, y que le gustaban a Zora. Deslizó los dedos hasta situarlos en plenos labios y clítoris, y les dio unos cuantos masajes, hasta notar que Sara ya no pararía hasta el final.

Le desabrochó los dos botones que eran la distancia entre el mini short y el suelo, dejándola solo con la camisa abierta.

Zora se fue hacia las penumbras dejándola sola.

Sara abrió unos instantes los ojos y miró a su alrededor.

Estaba sola en el centro, rodeada de machos y hembras, y su Tom en un rincón.
Ellos se frotaban con ambas manos su paquete.
Ellas ya tenían algunas los pechos fuera, y con una mano se los acariciaban, y con la otra se frotaban su entrepierna.

Miró a su marido, y estaba haciendo lo mismo que ellos, y con la cara medio desencajada.

Apareció Zora con una gruesa cuerda, cogió a Sara de una mano, y se la llevó a la moto.
Mientras preparaba la cuerda, le dijo:
-siéntate en el asiento delantero mirando de espaldas-, ella obedeció.
-Quítate la camisa-, ella obedeció

Hubo murmullos en la sala, y aumento del ruido de roces de manos con cueros y latex.

-Túmbate con la espalda en el depósito-, Sara obedeció, y notó como su espalda se adaptaba perfectamente al depósito, y sus nalgas al asiento, dejándole la vulva y el culo levantados hacia la parte del asiento trasero.

Zora le cogió un brazo y se lo ató a uno de los manillares, eran de su misma longitud, solo le sobresalían las manos. Hizo lo mismo con el otro brazo.

Volvieron a aumentar los murmullos.

Le cogió una pierna y a la altura de la rodilla, le ató otra cuerda hasta el manillar, a la altura de donde tenía las manos. Hizo lo mismo con la otra pierna.
Y Sara se quedó abierta de piernas al máximo, como una mujer cuando va a parir, y los brazos en cruz atados a los amplios manillares.

Los murmullos se convirtieron en susurros, y los restregones en ritmos acompasados.

Miró por última vez a su alrededor, pero no vio a ningún miembro fuera de su bragueta, ni a ninguna vulva asomando por la suya. Todos los presentes se frotaban por fuera, le pareció curioso.

Notaba como le seguía aumentando el calor, sudaba, debía estar supurando jugos vaginales, cerró los ojos y esperó los próximos acontecimientos.

Continuará
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