La serpiente y ella - Parte final

La serpiente y ella - Parte final
Pasaban los días y ella mantenía ese tira y afloja con la otra, con su extraña amante. Le daba alimentos vivos, y luego se acariciaban durante largos ratos, hasta que ella notaba la cercanía del orgasmo, y se iba a su cama a terminarlo, dejando a su amante con ganas de comer su delicioso fruto prohibido.

Un sofocante día de verano, tendida en la cama bajo el lento ventilador del techo, desnuda y empapada de sudor, le empezaron a venir unas ansias irrefrenables de sexo.

Se acariciaba todo el acalorado cuerpo, los labios de arriba, los de abajo, el culo, los muslos, se retorcía en la cama, se enredaba en las revueltas sabanas, gemía y gemía, imaginaba posturas y caricias con su nueva amante.

Había pasado la primavera y su amante ya era más larga, y más gruesa. La veía nuevamente subiendo por sus muslos, y la sentía más pesada y llenando con su alargado y suave cuerpo, el hueco entre sus piernas.

Esta vez estaba totalmente desnuda.

La serpiente no paraba de tantear y absorber el sudor de sus entrepiernas, al llegar a esa hendidura que ya conocía, y que tantas veces le habían prohibido, notó que aquel material que le prohibía entrar ya no estaba.

Febrilmente tanteaba y lamía los alrededores de ese hueco, donde debía de vivir algún exquisito animal que emanaba tanto calor y humedad, -pensó la serpiente-.

La lengua era un sin parar de lamer y lamer, de abajo a arriba, de arriba abajo, y en esas subidas hasta más arriba del clítoris, le restregaba la cabeza por los labios y la entrada.

Eso la encendía tanto, que no se pudo contener, y tuvo su primer orgasmo, que fue dos veces más dulce que cualquier cosa que hubiera experimentado antes.

Su amante se dio cuenta, y empezó a meter el hocico por esa hendidura, entraba poco a poco, su fuerza no la detenía, ella notaba que ese hueco era más pequeño que su cabeza, pero se habría a medida que empujaba.

Le entró miedo, de los nervios se meó a gusto en la cara de su amante. Le sacó de un tirón la cabeza, cogió un poco de las mojadas y revueltas sábanas, y se la puso dentro de la vagina y cubriendo el pubis. Mientras recuperaba la respiración, le vino un ligero orgasmo.

La serpiente se quedó analizando que había pasado, y recuperada de la sorpresa, volvió al mismo sitio. Al ver que se lo habían cerrado nuevamente, rastreó los alrededores, y encontró en las cercanías otro hueco. Su lengua le decía que este olía y sabía distinto, pero también desprendía calor y un poco de humedad.

Aplicó el hocico, pero vio que no podría entrar con la cabeza. Dobló el cuerpo y trajo la cola a la entrada, empezó a presionar, y aquello cedía. Continuó poco a poco, ya debía tener más de un palmo dentro.

Ella notaba el lento pero continuo avance de la cola de la serpiente por el interior de su culo. No sabía cómo definir ese placer, pero sí sabía que no se lo iba a prohibir. Se retorcía levemente al sentir esa cola avanzando sin parar en su interior.

Llegó un momento en que notaba que le iba a salir por la boca, no sabía calibrar que cantidad de la cola estaba dentro.

El dolor del ensanchamiento del ano, seguido por el placer de esa inmensa cola en su interior, le envió escalofríos por su columna que la sacudieron de la cabeza a los pies.

Notando que no podía avanzar más, la serpiente dejó dentro la cola, y continuó su avance hacia arriba, lamiendo todo el sudor que encontraba a su paso.

Llego a ese par de bultos que ahora también estaban libres de aquel material, y comenzó entre ellos su danza de lengua, y suaves apretones, que le ponían los pezones y las tetas a reventar.

Se volvía loca sintiendo eso tan largo desde su más fondo interior del vientre, hasta sus pechos, pasando por su vulva y su abdomen.

En un momento de ardiente deseo, se puso de lado, y abrazó a la serpiente llevándose su cara a la suya, la besó y le abrió la boca para que le diera con esa lasciva doble lengua.

La serpiente obediente, le daba con intensidad. Ella mantenía la boca abierta de par en par, y su amante le acariciaba y lamia todos los rincones; a veces esa larga y afilada lengua, se le metía por la garganta, provocándole arcadas y mucho placer.

Le dio miedo de que metiera su cabeza, cerró la boca, se puso boca arriba, la apartó y la empujó hacia su vientre. Al cerrar la boca dejó atrapada la lengua bífida, que al retirarse le acarició toda su lengua y los labios, acabando eso de provocar un orgasmo incontrolado, que la hizo bajar y subir varias veces toda la zona de la vulva.

La serpiente se percató y se fue rauda a ver qué eran esos movimientos.

Las sabanas se habían salido del interior de la vagina, y encontró la puerta abierta, sin pensarlo dos veces, entró.

Se encontró esa cueva llena de un agradable calor, y de sabrosos líquidos que no paraba de lamer, eso enloquecía a su ama.

Era demasiado tenerla tan dentro por dos agujeros.

Mientras apretaba los muslos intentó sacar la cabeza de su amante con todas sus fuerzas. Y la otra en respuesta, con unos rápidos movimientos, sacó la cola del culo, le atenazó ambos muslos haciendo un ocho, se los abrió al máximo como una parturienta, volvió a meter la cola por el ano, y continuó con su maravilloso trabajo de exploración en esa cueva, que ya era suya.

Ante esa tesitura, optó por rendirse y dejarse llevar por su esclava amante, que ahora se había convertido en la ama, y ella en la esclava.

Sentía plenamente la cola en su ano, y dando vueltas en su interior, era indescriptible ese nuevo placer.

De vez en cuando la cabeza se abría y cerraba un poco, como queriendo tragarse algo, y eso la hacía sentir que iba a explotarle la vagina. Ese mismo movimiento, le daba con la parte superior de la cabeza, le daba en esa zona rugosa que tanto placer da a una mujer.

La nueva ama, siguió su lento y firme avance, hasta que metió la cabeza en los ovarios. Notó como se le ensanchaba todo dentro de sí. Era como tener a un pequeño ser jugando en sus entrañas. Era tan inmenso ese placer, que deseaba que no terminara nunca.

Le vino un enorme orgasmo como jamás tuvo, se retorcía de placer entre las sabanas, la serpiente se movía cada vez más en su interior, le vino otro, y otro, no quería terminar.

La aferró con sus largas uñas y todas sus fuerzas para que no sacara la cabeza, la otra le apretaba cada vez más fuerte los muslos, y se retorcía más por dentro.

Ambas se enzarzaron en un baile sin fin, la serpiente se estaba ahogando, y ella no era consciente, solo quería más y más placer. Ese extraño placer que nunca había probado.

La serpiente logró sacar la cabeza totalmente empapada de jugos y otros fluidos, estaba asfixiada, miró a su esclava cara a cara, abrió sus mandíbulas al máximo, bufó escupiendo esos fluidos a la cara de ella, y en un rápido movimiento, encajó dentro de su enorme boca los labios enteros, y el pubis, hincando sus pequeños y doblados colmillos en ese bulboso monte de Venus.

Eso la provocó mucho dolor junto con el último orgasmo acompañado de fuertes temblores. Paró exhausta, sin respiración, mirando sin ver las aspas del ventilador del techo.

Levantó un poco la cabeza, ambas se miraron unos instantes, y ambas cerraron los ojos.
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