La serpiente y ella - Parte I

La serpiente y ella - Parte I
Acababa de comprarle un nuevo hogar a su serpiente, una cría de boa de tres metros de larga, un grosor un poco más que sus tobillos, y una cabeza como sus dos manos juntas un poco ahuecadas, tal vez un poco más.

No sabía porque le había comprado un nuevo y espléndido sitio, a ‘su serpiente’, ni tenía claro porque sentía esa extraña atracción hacía ella.

El nuevo terrario, era tan amplio, que ella se metía dentro, para darle su comida -viva y caliente-, la acariciaba y jugueteaba con ella.

La hacia deslizar por sus piernas y su cintura, sentía su deslizar y presión en su cuerpo, y eso la agradaba.

La serpiente a veces se acercaba a su cuello y cara, sentía como la olía y tanteaba con su bífida lengua. Esa sensación de tensión ante una posible apertura de la boca, unida al placer que le proporcionaba esa lengua tan rápida y suave, la provocaba una descarga eléctrica interna de la cabeza a los pies, como nunca había sentido.

Otras veces se deslizaba entre las piernas, camino de la espalda, y al pasar por el pubis la excitaba en un continuo, hasta terminar con la cola, y continuar entre las nalgas.

La misma sensación la embargaba cuando se deslizaba por sus pechos, camino de los hombros y la espalda. Creía que se los comería, o se los enroscaría apretándolos, hasta ponérselos como globos ardientes.

Pasaban los días, y seguía entrando a darle de comer, y después continuar con esos juegos sensuales y tensos.

Empezó a ir cada vez con ropa más ligera, y sensual, como si la serpiente notara esos agradables cambios, y se excitara más.

Hasta que un día, decidió que entraría con su mejor lencería. Culotte de lujo comprado en Paris, negro y vivo burgundy con motivos de flores blancas, haciendo perfecto juego con su acompañante superior, y su blanca piel.

Entró al terrario, le soltó su comida predilecta, y se tumbó en el suelo de arena, como si estuviera tomando el sol en la playa. Creyó ver que la serpiente antes de ir a por sus presas, se la quedó mirando unos instantes su cuerpo, y su preciosa lencería.

Una vez cazada su comida, la serpiente ya había aprendido que tenía que ir a dar las gracias a su ama.

Entró por los pies, notaba su lento y suave desliz entre las piernas, de gusto se le ponía la piel de gallina, y le temblaban ligeramente los muslos a la espera de su turno.

Continuará…
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