La fiesta - Parte I
Una amiga de hace años me invitó a una fiesta que daban ella y su marido, en su hermoso chalet, enredado dentro de una hermosa pinada particular.Llegué al anochecer, llevaba ya un rato comenzada la fiesta. Nada más llegar a la zona del jardín donde estaban todos los invitados y el centro de la fiesta, me percaté de una hermosa mujer de unos cincuenta y algo años, en el círculo más alejado del centro de la fiesta.
Llevaba un vestido que me enamoró a primera vista, era negro y rojo, de cintura hacia abajo negro y con breves volantes, y la zona de los pechos roja -realzando su piel-, con unos tirantes anchos engarzados en sus hermosos hombros, y dejando medio al descubierto lo que me imaginaba unos pechos rotundos, con unos no menos pezones grandes y sabrosos como uvas negras. Los zapatos uno era rojo y el otro negro. Las uñas unas negras y otras rojas. Los labios el de arriba rojo y el de abajo negro, como el vestido. Llegué a pensar, de qué color serían la parte delantera y trasera de las bragas. Tenía unos ojos vivos y una mirada llena de vida y ardor.
Sin pensarlo ni media vez, me fui a conocerla.
• Hola!, me encanta tú vestido y tú conjunto en general. Es bello y original.
• Gracias!, parece ser que eres el único que se ha fijado.
• ¿Un vestido así qué quiere tomar?
• Ja, ja, no se…un bourbon en vaso ancho con dos cubitos de hielo
• Voy a por ello… ¿los cubitos uno rojo y otro negro?
• Ja, ja, vale.
Cuando volví, y ví sus ojos, me dio la impresión de que me había seguido con su mirada, y se encontraba satisfecha de este casual encuentro.
• Un brindis por tú originalidad.
• Y otro, por este hombre que reconoce esas sutilezas, seguro que no te gusta el fútbol.
• Lo odio, y cualquier deporte de masas, pero en especial ese.
• A mí me gusta la playa, nadar, y leer mientras tomo el Sol.
• A mí también me gusta nadar, y leer debajo de una sombrilla. Pero mi amor son las montañas, perderme entre ellas y sus bosques, lejos de las personas, a solas o en una compañía que sepa asimilar esos momentos de soledad e inmersión en la madre naturaleza.
• Vaya!, me has dejado con ganas de ser esa compañía alguna vez.
• Cuando quieras quedamos, eso sí, tendrás que cambiar de vestido, ja, ja.
• Tengo unos pantalones negros y una camiseta roja, ja, ja.
• En lugar de estar aquí en medio de la fiesta, ¿te apetece que nos demos un paseo por el bosquecillo de estos amigos comunes?
• Sííí…
Empezamos a caminar despacio y balanceándonos de vez en cuando, al pisar algún hoyuelo. Una vez su tacón se metió en uno de ellos, y se vino hacia mí. La sujete por la cintura, mientras se agarraba a mi hombro con su brazo derecho.
• Ufff!, casi me caigo, menos mal que estabas cerca, -me miraba a los ojos sin enderezarse-
• ¿Tienes bien el tobillo?, -la dije, mientras le apretaba ligeramente la cintura-
Se enderezó lentamente, mientras sus pechos se frotaban con los míos. Sacó el tacón, nos separamos lentamente, su brazo de mi hombro y el mío de su cintura.
• Tenemos que ir con cuidado, que aquí hay menos luz con estos farolillos de jardín.
• ¿Has venido sola, porqué estás soltera?
- No, porque mi marido está en el futbol.
Nos reímos a gusto los dos.
• ¿Y tú, estás casado?
-Sí, pero a mi mujer no le gustan estas fiestas, y menos esta, porque la dueña fue una íntima amiga mía hace unos años.
• ¿Fue amiga íntima cuando ya estabas casado?
-Antes y durante, siempre me he llevado bien con las mujeres casadas, y en especial con las que sus maridos son adictos al futbol.
Nos volvimos a reír a gusto nuevamente.
• ¡Brindemos por nosotros y los adictos al futbol! -dije-.
• ¡Brindemos, ja,ja,ja! -dijo ella-.
Apareció un banco blanco en un rincón lleno de belleza y encanto.
• ¿Nos sentamos y así descansa un rato mi tobillo?
• ¡Genial idea!
Ella se sentó a mi izquierda, como a mí me gusta.
• Hagamos de un tirón el último brindis, -dijo ella-.
• Vale, brinda tú.
• ¡Por la diosa casualidad, que nos ha puesto en contacto!
• ¡Por la diosa casualidad!, -respondí-.
Chocamos fuerte los vasos, nos los bebimos de un tirón, y los dejé detrás del banco.
Cuando volví, ella se había acomodado mirando hacia mí, con la pierna derecha reposando sobre el respaldo del banco y el pie debajo de la rodilla izquierda, y el brazo derecho alargado encima del banco, mientras el izquierdo sujetaba levemente la falda, para que no se le escurriera hasta el monte de Venus.
Me senté en la misma posición que ella, y nos quedamos a pocos centímetros de tocarnos.
• ¿Sabes una cosa?, -le dije-.
• ¿El qué?, compañero de banco, ja, ja.
• Que me gustan mucho tus rodillas. Me gustan que no se les note mucho el hueso, -ella estaba un poco rellenita, lo justo, como me gustan las buenas hembras-.
Ella me hizo un giño, y acto seguido le roce la rodilla de la pierna derecha, que tenía levantada y apoyada en el respaldo del banco. Se la roce despacio y suavemente con la punta de mis dedos.
• Me encanta la suavidad de tus dedos, -dijo lentamente y con un poco o bastante de sensualidad-.
Retiré mis dedos haciéndolos pasar por los centímetros que había entre su rodilla y el borde del vestido. Me devolvió una sonrisa en la comisura de los labios.
Y de pronto dijo: al tocarme el vestido, me he dado cuenta del calor que me está dando tenerlo tan bajo, uff, me lo voy a subir un poco a ver si me entra airecito.
Se movió para levantar el vestido y bajarlo hasta la mitad de sus muslos, y entonces ví, que sus bragas no eran rojas y negras. ¡Eran blancas como los dientes de una loba en celo!
Desaparecieron de mi vista en breves segundos, mi verga empezó a dar señales de movimientos peristálticos a través del pantalón. La pillé mirándome fijamente esos movimientos.
Sus hermosos, blancos y redondeados muslos, lucían en la penumbra, y eso era combustible del mejor para los pálpitos de mi polla. Ella seguía mirando esos pálpitos en silencio.
• ¿Estás ahora más fresquita?
• Todavía no…
En un acto reflejo, la sople aire de mi boca suavemente, en dirección al interior del vestido.
-Ahhh!, eso sí es un poco de fresquito, -replicó-.
Mi polla aumentó sus palpitaciones, es como si fuera otra persona dentro de mí, no la puedo controlar.
Ella siguió fija en las palpitaciones, no decía nada, sólo miraba y miraba.
La mano que sujetaba su vestido entre sus piernas, se la llevó al cuello y se puso a acariciarlo. Mientras hacía eso, su vestido se deslizaba poco a poco, hacía abajo dejando sus muslos al descubierto, hasta que se paró, y dejó al descubierto un precioso triángulo blanco, formado por sus bragas, sus muslos y su pubis.
Me dio la sensación de que ya no estaba tan blanco ¿serían los jugos vaginales empapando ese espléndido valle?
Le soplé suave pero con energía en esa dirección. Se estremeció. Me miró a los ojos fijamente mientras separaba los labios de la boca.
Hice lo mismo, y empecé a acercarme a ella, y a cada centímetro que me acercaba por el banco, bajaba la misma distancia con mis manos hacia su blanco valle.
¡Se lanzó!
Con ambas manos cogió con fuerza mi rostro, y fundió su boca con la mía. Me introdujo una lasciva y enorme lengua hasta tocar mi garganta, eso nublo mi vista. Abrí al máximo la boca para que ella entrara todo lo que pudiera. Creí que se metería ella entera por mi garganta, nunca había sentido tanto placer con una lengua, porque nunca saboreé una tan grande y habilidosa.
Dejó de sujetarme la cara con una mano, para bajarla a estrujar con fuerza la verga, y dándole apretones y masajes, como ayudándola a realizar más grandes y rápidos movimientos. Bajó la otra mano, y se dispuso a quitarme el cinturón y los pantalones.
Yo le saqué los pechos, y efectivamente eran hermosos y rotundos, como me imaginé, y como pocas veces ví, con unos pezones grandes como uvas negras adornados de una aureola que no me cabrían ambos en la boca. Empecé a chuparlos, a morderlos, a apretarlos y a …
Dejó la verga, y con ambas manos quería quitarme los pantalones inmediatamente, pero no podía. Dejé sus pechos, me senté y empecé a quitarme rápidamente la ropa, ella hizo lo mismo, pero terminó antes que yo. Estaba sentada desnuda, sólo tenía los preciosos zapatos puestos, y mientras me miraba como yo terminaba de desnudarme, ella se metía una mano en la boca simulando que era mi polla, y con la otra se acariciaba las tetas. Eso me ponía más y más caliente.
Terminé de desnudarme, la miré fijamente, y allí estaba sentada mirándome con lujuria, con una mano del coño a la boca, y la otra apretándose fuertemente los pechos.
Me levanté y de un salto me planté delante de ella de pie.
Inmediatamente apresó con ambas manos mi verga, le dio unos cuantos lametazos con esa enorme lengua, y se la introdujo en la boca con un baile frenético, de mamadas, chupadas, lametazos, succiones, mordiscos, fuertísimos apretones con las manos que hacían casi estallar las venas, me comía los huevos enteros, creí no poder soportar tanto placer y desmayarme.
Le cogí esa maravilla de pechos, y empecé a sobarlos y magrearlos, y apretar esos pezonazos, al mismo tiempo le acariciaba la cara, la cabeza, la nuca, la cintura, la espalda, el culo…
De un respingo apoyó la espalda en el banco, mientras soltó un grito-gemido lleno de jugos seminales, me miró con mucha lujuria y me señaló varias veces la vagina y luego su boca.
Me arrodillé y la penetré con firmeza, volvió a gritar, y yo también, su vagina parecía un río cuando le viene el deshielo, empezó a salir jugo vaginal y otros fluidos corporales en chorros esporádicos, lo cogía con las manos y untaba mi cuerpo y el suyo, le hice unas cuantas emboladas más, y me levanté y le introduje una verga lubricada hasta el éxtasis en su hermosa boca. Se la metió hasta la garganta, gritaba graves de placer, la apoyé contra el banco y le metí el puño derecho en la vagina, entró igual de suave y engrasado que la polla. Empecé a darle un mete saca salvaje de puño, y al mismo tiempo le apretaba con desesperación las tetas, y ella me hacía unas mamadas salvajes, garganta dentro, garganta fuera…sin parar, el semen que no podía tragar se lo untaba por la cara. Nos corrimos hasta perder el conocimiento, caímos al suelo, yo con el puño dentro y ella con mi polla en su boca.
Al cabo de un tiempo indeterminado, abrimos los ojos y vimos una figura arrodillada a nuestro lado con una cara sonriente, y maliciosa. Era la dueña de la casa.
-No os mováis por favor, -nos dijo-.
Se levantó y se quitó las bragas y el sujetador, volvió a arrodillarse, y suavemente sacó mi polla de la boca de mi compañera de banco. Con ambas manos, iba tomando todos los jugos que rodeaban mi polla y mis huevos, y se frotaba las tetas, la boca y el coño, así hasta que me los limpió. Luego, sacó mi puño del coño de mi compañera, lo lamió entero, y acto seguido se lo metió en su coño, y empezó a subir y bajar frenética durante un breve rato, mientras intentaba ponerme dura la verga, y viendo que ahora no podía ser, paró y se levantó gimiendo.
Se tapó los pechos con el vestido, y sin recoger el sujetador y las bragas, nos dijo:
• Chicos la próxima vez a ver si me avisáis…
• ¡Adiós Marina!
• ¡Adiós Fede!
Y se fue…
Continuará…😉