Una de esas cenas

****mid Hombre
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Una de esas cenas
Domingo 20 mayo


Querido diario,

Si ayer no escribí nada en ti es debido a que estuve liado. Ayer tal y como vengo explicándote desde hace semanas he estado chateando con esa pareja tan maja de la que tanto te he hablado. Cómo has podido comprobar por mis palabras, hemos llegado a conectar de tal manera que hay muy buena vibración entre los tres. Los chats no son forzados sino que estan repletos de complicidad e ironía. Hasta el punto de que cada vez recibo un mensaje de ellos, la sangre se me concentra en el estomago, pues sé que es algo que me descentra, me pone cardiaco y que por el simple hecho de replicarles me provoca una excitación que pocas veces he vivido. También sabrás que me moría de ganas de que llegase el día en que pudiese conocerlos. Bueno pues ayer fue ese día, así que te explicaré como fue.

Tal y como acordamos me presenté en su casa a eso de las nueve de la noche. Me recibió él, iba vestido de manera informal y desenfadada, unos tejanos azules sin planchar y una camisa roja lisa de manga corta de la que salían dos brazos bronceados por días de trabajo al sol, las venas marcadas y la forma del antebrazo daban a entender que es una persona acostumbrada a trabajar con ellos. Me tendió la mano y me saludó. Hice lo mismo. De detrás de él apareció ella. Su cara alegre y sencilla brillaba por la fuerza de su mirada. Curiosa, penetrante, silenciosa. Mientras accedía al pequeño recibidor de la casa ella se me acercó y me saludó con dos besos. Sus labios enrojecidos me ofrecieron una sonrisa picará.

—Como pediste, el trio comienza en la cocina— Sus labios dejaron escapar una risita. Mi respuesta fue una carcajada nerviosa.

Rodeó mi brazo con los suyos, sus dos pequeñas manos me sujetaban fuertemente, para no darme la oportunidad de escapar. Me guió hasta la cocina y entre los tres nos pusimos a preparar la cena. Como es habitual las parejas suelen mostrar sus condiciones al conocer a otros, al preguntar por las mías les contesté que el trio debía empezar en la cocina, que la cena la preparásemos entre los tres. Yo como chef principal, ella se ofreció como pinche y él a asegurarse que, mientras cocinábamos, las copas de vino nunca estuviesen vacías. Ese era mi trio. Durante ese buen rato pudimos conocernos algo más. Hablar al fin cara a cara, intentar comprobar que la complicidad el chat no había sido una farsa. También dio pie a ciertas picardías y subidas de tono que hicieron que nos fuésemos relajando y bajando las barreras iniciales.
La cena fue más de lo mismo. Bajar barreras, despojarnos de miedos, reír de manera complice e ir dando pistas de por dónde podía iniciarse el juego.

Al acabar la cena y servirnos unas copas, agarro mi mano y me dijo.

—Me encantaría probar lo de la mirada— sugirió mientras se levantaba y tiraba de mí.

—Si claro— balbuceé mirando a ambos.

Como respuesta él se acomodo en su silla y dio un sorbo a su vaso. Ella me cogió de la cintura y me empujó contra la mesa. Sus manos comenzaron a acariciarme la entrepierna. Sé que me hablaba, algo del chat y un reto sobre quien apartaba antes la mirada. En ese momento el sentido del oido había perdido fuelle en favor de todos los otros. El tacto, de sus manos, que de una manera segura y decidida me subían la camisa y desabrochaban el pantalón. La vista, que me mostraba unas manos pequeñas y redonditas pero experimentadas. El olor, del perfume dulce y ligero que se desprendía de ese cuerpo menudo vestido de negro. Y el sabor, de la excitación.Todos ellos dejaron momentáneamente al oido en un segundo plano. Agachada frente a mí, ocultó sus manos bajo mi bóxer, manoseó mi polla, que se iba poniendo más gorda a medida que sus manos la apretaban y la dejaban ir. Las hacia subir y bajar sin prisa alguna. Levantó su cabeza, me regaló una sonrisa alabando el bulto que en esos momento poco podían ya esconder mis bóxers.

—A ver quién gana— musitó mientras me bajaba los bóxers y se metía mi polla en su boca. Sus pequeños ojos oscuros no dejaron de mirarme de una manera fija y vigilante. Su cabeza bamboleaba de un lado a otro. Mi polla aparecía y desaparecía de entre sus labios, cada vez más mojada. Sus manos correteaban allá por donde querían. Tanto me arañaban las piernas en los momentos en los que ella ceñía con fuerza su boca sobre mi polla, cómo magreaban con mis huevos. Se sentía libre. Fijé mis ojos en los suyos, sin despegarlos en ningún momento. Aquel que separase un instante la vista o la relajase era el perdedor. El calor de su boca, la firmeza de su lengua que tonteaba con mi polla dentro y fuera de su boca, sus intensos ojos clavados en los míos me encendían más y más. Inmersos en una batalla de gestos y miradas, él se levantó y se situó tras ella. Le subió la falda del vestido dejando al descubierto dos nalgas bien redondeadas. Empezó a masajearlo. Ella levantó su culo para facilitarle el trabajo. Él se agachó y lo perdí de vista.

—Vaya, vaya, quién lo diría con esa carita de niño bueno y lo que escondes— me provocó mientras restregaba mi dura y salivada polla por sus mejillas. Las venas me palpitaban, sobresalían repletas de sangre. Mi capullo relucía, mas gordo que nunca, gracias a la luz y la saliva que descendía por él. Sus pequeños dedos coqueteaban con mi miembro y sus uñas lo rascaban de manera amenazante. Como respuesta me incorporé y le sujeté la cabeza con ambas manos. No hice trampas y no le giré la cabeza. Tampoco hubiera podido, nuestras miradas estaban imantadas y eran el combustible que mantenían erecto y duro mi miembro. En ella eran la leña que mantenía viva la llama del deseo.

Manteniendo su cara entre mis manos fui yo el que empezó a marcar el ritmo. Replicó levanto las cejas. Sus ojos desprendieron un leve brillo de sorpresa y alegría. Por detrás su marido, aún agachado, continuaba a lo suyo. No sé el qué, ya que no lo veía y no podía apartar la mirada para averiguarlo, hubiera perdido. Pero algo debía estar haciendo, pues de tanto en tanto ella soltaba un gemido y ligeros espasmos agitaban su cuerpo. Había momentos en los que dejaba de chuparme la polla para apretármela bien fuerte mientras exhalaba un gemido por aquello que le estuviese haciendo él. En cada una de las situaciones no le abandonaba una sonrisa descarada y astuta. Su cuerpo temblaba más y más, sus gemidos dejaron de ser exhalaciones de vaho para convertirse en gritos cortos e intensos. Por lo que optó por levantarse, acercar su cara a la mía, su mirada a la mía y dijo:

—Lo dejamos en empate— Ambas bocas se rozaron. Su lengua separó mis labios y entró, un calor acogedor y un sabor salado inundaron mi paladar. Su cuerpo se pego al mío o el mío al suyo, no sabría decirlo.

Se separó, nos cogió a ambos de la mano y nos llevó al sofá.
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