ELLA Y NOS

ELLA Y NOS
La tenue luz de la estancia, los suaves y cálidos colores de las paredes, aquel rumor que producía el agua mientras acariciaba su cuerpo, el sentir como su empuje la hacía emerger levemente y la mecía entre los dos, la conducían a un estado casi inconsciente de paz, pues en su mente había desaparecido cualquier vínculo con la realidad. Lo único que era capaz de desdibujarse en sus pensamientos eran las increíbles sensaciones de aquella velada, que estaba a punto de finalizar.

Tenía los ojos entornados, deseando que el tiempo se parase unos instantes y no rompiera el hechizo que le producía aquella situación. Se habían quedado los tres solos en el local y sencillamente esperaban, gozando hasta el último segundo, que alguien les invitara a marcharse.

Vestida con un insinuante vestido blanco, que justo cubría sus nalgas y dejaba toda la espalda al descubierto, María había llegado, acompañada de su marido y de Ana, una joven y sensual muchacha, que habían conocido en uno de sus viajes. Fueron conducidos hacia el interior del local, donde les esperaba una agradable e íntima cena, a la luz de unas velas.

Sentada al lado de ella, volteaba el vino en su copa, mirando provocativamente a su marido, ya que notaba el roce intencionado de sus piernas con las de su compañera, y sentía como la respiración de ambas se hacía más agitada. Él, entre tanto, observaba con placer y cogiéndola de la mano, la invitaba a liberar los deseos que adivinaba en sus ojos. Bajó su otra mano hacia la pierna de Ana, acariciando el suave muslo, lo recorrió hasta el final, volvió a descender por su interior, mientras la muchacha acercaba sus labios a los suyos. Primero dulcemente, besó repetidamente la comisura de su boca, poco a poco, deslizaba su lengua sobre los labios y los mordisqueaba con ternura. En aquellos momentos su corazón se aceleraba y hasta el último rincón de su piel se estremecía. Así hubieran continuado de no ser por el camarero, que con los cafés las devolvió de nuevo a la realidad.

Aún no era medianoche, así que decidieron bajar los tres a la planta sótano, donde se hallaba la discoteca. Era un recinto acogedor, luces de colores en el techo, suelo de madera y unos sofás en tono rojizo, que rodeaban parte de la sala. A la izquierda, una joven y encantadora pareja servía copas tras la barra. Tomaron asiento en los taburetes altos y empezaron de nuevo a charlar animadamente, recordando cómo, de manera tan casual, se habían conocido y de qué manera habían descubierto la atracción sexual que existía entre ellos y la muchacha. Aquella noche finalmente parecía que una de sus más apreciadas fantasías podría convertirse en realidad.

Abandonaron la sala y buscaron un rincón más íntimo, cerca de allí, una estancia de luz más exigua, amplios sofás y una enorme pantalla de cine. En uno de los extremos había dos parejas que jugueteaban animadamente, pero prefirieron acomodarse en el otro lado. No habían tenido tiempo de ver un ápice de película, que ya reanudaron el beso interrumpido por el café. Ambas mujeres se acariciaban mutuamente, mientras él también hacía lo propio con las dos. Ana se arrodilló sobre una almohada en el suelo frente a ella y con la palma de las manos recorrió lentamente su cuerpo, desde sus labios, el cuello, los pechos, la cintura, hasta llegar a la cadera. Levantó el vestido e hizo deslizar suavemente el minúsculo tanga con los dientes. Acercó sus labios a los pechos y con su lengua rodeaba los pezones, mientras rozaba los suyos sobre el vientre. Al mismo tiempo estaba acariciando la entrepierna de él. Poco a poco bajó su boca hasta el sexo de ella y empezó a lamerlo, así transcurrieron unos minutos hasta que ambas intercambiaron sus posiciones. En aquellos momentos era Ana la que sentía como recorrían todo su cuerpo manos y labios, mientras se revolvía de placer en el sofá.

Ana alzó la vista una vez se sintió más relajada, descubriendo frente a ellos un pequeño recinto. Su curiosidad no pudo resistir la tentación de invitar a sus amigos a entrar allí. Uno a cada lado, cogidos por la cintura, penetraron en la oscuridad de aquel espacio. Apenas percibían algunas sombras, pero los gemidos y suspiros que se escuchaban, revelaban que había otras tres o cuatro personas más. Los tres se abrazaron y empezaron a bailar al ritmo de la pausada música.
Ana y María sentían como las caricias fluían por su espalda y bajaban hasta sus nalgas, sin poder precisar quien o quienes las originaban. Decidieron dejar la mente en blanco y soltarse a gozar de aquel cúmulo de nuevas sensaciones que experimentaban. Un cuerpo masculino se apostaba detrás de Ana recorriendo su cuello con la lengua, mientras, alguien le tocaba los pechos con delicadeza, al tiempo que sentía cómo unas manos subían por sus muslos hasta rozar su sexo. El cuerpo se le estremecía y deseaba gritar de placer, sus piernas temblaban a cada convulsión, recostándose sobre el hombre que estaba detrás suyo. María estaba frente a su amiga pellizcando con suavidad sus pezones. Su marido, con una mano, hacía lo mismo con ella y con la otra deslizaba los dedos en su sexo.

Unos instantes más tarde, el responsable del local, después de un rato de búsqueda, se acercó a ellos y en voz baja les informó que tenían preparado lo que habían solicitado al llegar. Se dispusieron a salir del cuarto oscuro y descendieron de nuevo por la escalera. Cerca de la zona de discoteca, había un par de habitaciones privadas. Accedieron a una de ellas y cerraron la puerta tras ellos. En el centro había una gran cama cubierta de almohadones rojos y al lado, en una mesita, tres copas y una botella de cava.

Las dos mujeres se miraron a los ojos y se acercaron a él, una por cada lado. Habían decidido dedicarle unos instantes de placer en exclusiva. Entre las dos empezaron a desabrocharle los botones de la camisa, acariciando su pecho con suavidad. Poco a poco, aflojaron el cinturón e hicieron bajar el pantalón, haciéndole sentir el roce de sus cuerpos. Entretanto, la excitación de él se había hecho notablemente visible.
María descorchó la botella de cava y llenó las tres copas, mientras Ana seguía tocando a su marido. Invitó a ambos a tumbarse sobre la cama y se acercó con una de las copas. Derramó con cuidado unas gotas a lo largo del cuerpo de su pareja y, junto con su amiga, las lamían jugando con sus lenguas. Así permanecieron hasta haber vaciado la copa por todo el cuerpo de él. Aunque ya no quedaban restos de cava, continuaron besando su cuerpo dedicándose ahora sí, a su sexo. Una en cada lado, lo recorrían desde su base hasta su extremo, donde lo rodeaban con sus lenguas y volvían a bajar. La excitación de los tres se acrecentaba por momentos. El hombre sabía que podría evitar su orgasmo pocos instantes más y ellas al notarlo, aún se empleaban más en su juego. Finalmente unos gemidos de placer daban paso a unos momentos de descanso, que aprovecharon para saciar su sed.

Se recostaron los tres en la cama, disfrutando de la pausa, entre risas y comentarios de la noche, recordando las situaciones de unas horas antes. Ana había quedado entre la pareja y empezó a sentir de nuevo las caricias de uno y otro. María tenía su cuerpo pegado al de ella desde atrás y él, que estaba tumbado a su frente, le besaba el cuello y aprovechaba para hacer lo propio también con su esposa.
Ana estaba cada vez más excitada y sentía deseos enormes de colocarse sobre el hombre y empujar su sexo en su interior con decisión. María, a su vez, deseaba ver cómo su pareja gozaba con la muchacha, así que hizo que él se tumbara de nuevo sobre la cama. Indicó a su amiga que se dispusiera sobre él, también boca arriba, mientras ella tomaba el pene de su pareja y lo introducía en el sexo de su amiga. Continuó sujetándolo mientras Ana se movía acompasadamente, y aprovechaba para recorrer con su lengua el sexo de ambos. De nuevo el éxtasis no se hizo esperar, pero María siguió aguantando con firmeza. Pasaba su lengua sobre el clítoris de Ana, cuando notaba que sus convulsiones se reducían, para iniciarlas otra vez.

La muchacha se sentía agotada y dejó que su pareja de amigos continuase, mientras se sentaba en una silla cerca de la cama. Esta vez era María la que estaba tumbada, mientras su pareja la penetraba.
Desde allí, decidió pasar a ser la organizadora del juego. Daba instrucciones a la pareja de lo que quería ver. A medida que los dos cumplían con lo indicado, ella se masturbaba, hasta que María con un gesto le pidió que se acercara de nuevo.
Volvió a participar del roce de los tres cuerpos y de aquella sensación de placer inacabable que era sentir como los tres gemían al alcanzar el orgasmo por enésima vez.

Sudorosos y extasiados llegaron a la madrugada. Un reconfortante baño con hidromasaje, aunque sólo fuera de unos minutos, les relajaría con toda seguridad.


© SyNBarna
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