Los dos perdimos
Cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, sentí un choque de trenes en mi interior, unas ganas locas de lanzarme a tus brazos y besar tus labios hasta fundirme en ellos. Pero solo sonreí, y tú me devolviste la sonrisa. Sin duda ese fue nuestro primer beso, y no cuando nuestras lenguas se buscaron con ansiosa necesidad, ahí fue donde nos hicimos el amor por primera vez. Y no en la cama, desnudos, acariciándonos como si nos hubiéramos estado esperando durante mucho tiempo. Ahí nos amamos sin más, entregándonos al deseo, al amor que se nos quedaría pegado al alma incluso mucho después de dejar de quedar. De darnos cuenta de que no seguíamos el mismo camino. Pero cada vez que la casualidad nos hacía encontrarnos, nuestros ojos se miraban y se besaban en silencio como aquella primera vez. Y te abrazaba porque no podía saludarte de otra manera que no fuera uniendo nuestros cuerpos, respirando tu aroma y tus recuerdos. Deseando estar contigo de nuevo entre las sábanas. Despertar a tu lado y comernos con ese hambre que los dos sentimos. Pero es más fácil perdernos en nuestra mirada y en nuestra sonrisa, diciendo un "a ver cuándo quedamos" que sabemos no se cumplirá. Qué difíciles hacemos las cosas que podrían ser tan sencillas. Como cuesta admitir algunas verdades, aun sabiendo que los dos perdemos sin ellas.