Noche de chicas
Esa noche era la noche de las chicasEn la que salíamos solas las dos para quemar la noche
A pesar del frío de ese día, el calor nos acompañaba, como una hermosa aura que atraía a los hombres a nosotras.
Llegamos a aquel local que no conocíamos y nos hicieron sentir como en casa en todo momento.
Pasamos a las taquillas a cambiarnos.
Yo llevaba un tanga con una camisola de encaje totalmente transparente y unos tacones tremendos.
Te miré, tú llevabas un corsé de cuero, con un bonito liguero y unas medias que realzaban tus largas piernas.
Me excitaba tanto verte así.
Nos besamos y nos fuimos a la barra a pedir algo.
Había un chico, con pinta de ser bastante joven que se puso a nuestro lado y empezó a hablarnos invitándonos a una copa.
El chico hizo varios comentarios comprometidos que no nos hicieron gracia y salió eso que me encanta de ti, tu vena dominante.
Tirabas de su cuerda y él no decía nada, se dejaba llevar.
Llegamos a la mazmorra y empezamos una sesión con el chico.
Mientras tú lo atabas a la cruz de San Andrés mirando hacia la pared, yo me desnudaba por completo y me tumbaba en un sofá cerca de vosotros.
Tapaste sus ojos y le pusiste una bola en la boca.
Él se dejaba hacer, y yo podía sentir cómo lubricaba solo con veros.
Cada vez que él intentaba girarse lo castigabas y él gemía e intentaba retorcerse para encontrar tus labios.
Pero tus labios eran míos.
Yo estaba de pie junto a ti besándote, desnuda y excitada.
A 4 manos arañamos su espalda.
Yo me agaché para tocar su polla y estaba húmeda. Se había corrido pero seguía con una erección importante.
Te pedí con gestos que me dejaras morder su culo.
Sonreíste y te apartaste y mientras le mordía, un grito salió de su garganta.
Sonreímos y empezaste a hablar a su oído.
Me habría encantado poder escuchar lo que le decías mientras cogías su pelo y enterrabas su cabeza en la pared.
Volví al sofá y abriendo mis piernas empecé a masturbarme mientras os miraba.
Tú seguías sacando juguetes de tu bolsa para seguir castigándolo.
Tuve un orgasmo entre gemidos y gritos.
Cuando pasó esa intensidad me levanté para masturbarte a ti mientras seguías con tu exquisito juego.
Tus piernas, tu culo, esa humedad entre tus piernas...
Te giraste para besarme mientras llegabas al orgasmo.
Decidimos desatarlo de la cruz y ponerle unas esposas. Atamos una correa a su collar y le quitamos la venda de los ojos. Había vuelto a correrse.
Lo llevaste de la correa hasta una habitación y cerramos la cortina para que no nos interrumpieran.
Quería ver cómo te follaba y cuando sintió nuestros cuerpos junto al suyo intentó tocarnos a las dos.
Yo aparté su mano con un golpe y le pedí de manera firme que estuviera pendiente de ti y que te follara, yo solo quería veros.
Tú te pusiste a cuatro, tu posición favorita y él tras ponerse un condón empezó a entrar y salir de ti. Tú gemías y gritabas.
Yo me metí por debajo de ti para comerte el coño a la vez que él te follaba y de vez en cuando mi boca y mi lengua le daban en el pene.
Cuando noté que se iba a correr le di un empujón con la pierna sacándolo de ti.
Él nos miraba entre gemidos y empezó a masturbarse mientras tus gemidos crecían en intensidad sin que mi lengua dejara de hacer círculos y ochos en tu ardiente y abultado clítoris.
Te corriste en mi boca y lamí todo lo que salía de ti.
Un sabor indescriptible, como el morbo que me provocabas.
Le pedimos al chico que se fuera y nos dejara solas.
Él quería más, pero no nos importó.
Cuando por fin salió, nos tumbamos riendo una al lado de la otra con una mano entrelazada.
Había sido un rato interesante y pronto saldríamos para ver si alguien más allí merecía nuestro castigo.