EL SUEÑO DE ALEXA
Casi sin darme cuenta, mis pensamientos van tomando fuerza, las imágenes de mi cabeza son cada vez más nítidas. Estoy en el banco, inmovilizada por completo, tan solo puedo mover la cabeza, pero la posición en la que estoy hace que este movimiento sea muy reducido.Unas fuertes manos acarician mi espalda, arrastrando con suavidad un aceite brillante y de aroma dulce, como de frutos rojos. Me relaja y me excita a partes iguales. Me masajea de forma muy sensual, pasando de la espalda hacia las piernas, sin saltarse mis glúteos. La presión de estas es controlada, aprietan con rabia en algunas zonas, pero no duele, al contrario, me gusta.
La delicadeza desaparece del masaje, incluso hay momentos en los que es muy rudo, pero no me molesta. Una palmada en la nalga derecha provoca que emita un gemido. Tras la segunda siento un extraño calor, la tercera comienza a arder, la cuarta hace que ese escozor penetre a través del músculo, la quinta es más fuerte, pero en lugar de dolerme, hace que el sexo reaccione, siento como me humedezco por momentos.
Esas mágicas manos no dejan de pasearse por todo mi cuerpo, se acercan poco a poco a mi centro de placer. Acarician esos labios por el exterior, desplazándose desde el monte de venus hasta la rabadilla y viceversa. Rozan a cada paso, de forma muy leve, puntos de mi
sexo que, al estar tan expuestos, los noto demasiado sensibles.
Separa las nalgas, las acaricia por fuera y por dentro, esparce el aceite por ambas entradas, el cual se mezcla con mis propios jugos. Se acerca al clítoris, pero no se entretiene en este punto. Me comienzo a frustrar, necesito que me masturbe, que termine con esta tortura. Sí, porque ese masaje que comencé disfrutando, se está convirtiendo en una tortura de placer.
Comienza a dolerme, quiero explotar ya de una vez, pero no me deja. Intento hablar para exigirle que acabe con todo, pero me doy cuenta de que tengo una mordaza en la boca. Solo puedo emitir gemidos. No puedo hacer nada, esas manos continúan torturándome
durante mucho tiempo, más del que me gustaría.
De pronto, siento como introduce algo en mi sexo con lentitud, no es muy grueso, lo justo como para sentir como mi entrada lo abraza, se deja acariciar con suavidad, estoy tan húmeda que mis jugos ayudan a que se deslice sin problemas. Comienza a jugar sin compasión, lo extrae y lo vuelve a introducir. Mientras tanto, siento como acaricia la entrada del ano muy despacio. No vuelve a rozar mi clítoris, eso me hace rabiar, si tan solo lo rozase, estoy segura que me correría al instante, igual no lo hace por eso mismo, para retrasar más el
orgasmo.
Empiezo a odiar esas manos, siento rabia del deseo tan fuerte que tengo. Necesito más, me da la sensación de que, más que placer, lo que pretende es castigarme. Suavidad, roces casi imperceptibles, desconcierto sobre sus pretensiones, la duda de lo que está por venir, tan doloroso como frustrante, es placentero, excitante. En un principio parecía que iba a tratarme con mayor brusquedad, pero ahora veo lo equivocada que estaba, está siendo muy delicado,
demasiado, eso me enerva hasta los extremos.
Entra y sale al tiempo que va acariciando mi ano. Poco a poco, sin variar el ritmo, comienza a introducir algo en él. Es pequeño, noto una pequeña molestia pero no duele, es incómodo pero agradable. Es extraño, mi cuerpo lo acoge sin problemas, como una extraña
sorpresa, una intrusión inesperada, no deseada, pero al mismo tiempo gratificante. A medida que va entrando y saliendo el otro utensilio por mi sexo, este último se introduce poco a poco
en mi ano. Las sensaciones se vuelven más intensas si cabe. Cada vez se hace más insoportable.
La presión aumenta, al tiempo que el placer la acompaña. Jamás había sentido algo tan intenso. Sigue jugando con mis dos entradas mientras ese placer se vuelve más intenso.
Desconozco el tiempo que pasa jugando conmigo, mi corazón parece que está a punto de estallar.
Me mantiene en ese estado de máxima intensidad durante mucho tiempo. En algunos momentos hasta siento que podría desfallecer. No me deja explotar, pero tampoco me permite relajarme. Cuando pienso que ya no voy a soportarlo más, y mis músculos están agarrotados de tanta tensión, siento como algo roza mi clítoris. En ese momento todo se vuelve un caos. Un grito escapa de mi interior, acompañado de ese aire que no sabía estaba conteniendo. No
puedo controlarlo, toda una explosión de aire y sonidos salen de mis pulmones, advirtiendo un orgasmo devastador, inmenso, tan potente como nunca hubiese imaginado que podría llegar a tener jamás. Y mi cuerpo cae laxo, en una oscuridad de paz absoluta. Abro los ojos muy despacio, estoy tumbada en mi cama, empapada de sudor, sin mantas que me tapen. Es ese instante en que me doy cuenta que he estado soñando, han sido mis dedos, situados en estos momentos en mi sexo, los que han me han hecho estallar ante tal necesidad de correrme. Son las tres de la mañana, estoy algo aturdida por ese extraño sueño, tan placentero como desconcertante.
Me levanto de la cama casi sin fuerzas. ¿Puede un sueño ser tan real como el que he tenido? Necesito una ducha refrescante, en este estado es imposible volver a conciliar el sueño.
Al llegar a la cama, un poco más relajada, veo las sábanas húmedas por el sudor y por mi flujo, recordando lo intenso que ha sido el sueño. Me tumbo en el otro lado de la cama, mañana las
cambiaré.
Este es solo una de muchas escenas de la novela: Descubre el placer de vivir 1 (Alexa y Matt)