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LAS ESCLAVAS DE VERÓNICA
Verónica Proctor regenta una escuela muy peculiar, donde enseña disciplina a las jóvenes rebeldes de comienzos de siglo. Por sus aulas y por su alcoba, desfilan nínfulas bien predispuestas para el aprendizaje de las más refinadas artes eróticas, que luego habrán de practicar con su ama y profesora o entre ellas mismas. Sus tutores, y el marido de la señora Proctor, son los encargados de hacerles los exámenes finales antes de conferirles el doctorado en lujuria.
UN PEQUEÑO FRAGMENTO:
Gillian apenas se dio cuenta de que Jennifer y Lorraine se habían marchado. En realidad, no se dio cuenta de nada, excepto de las feroces sensaciones que ahora amenazaban con abrumar su propia conciencia. Pues, a medida que había continuado el castigo, se había ido poniendo más y más caliente «allá abajo», como todavía solía denominar, de un modo bastante infantil, el mismo centro de su sexualidad. Ahora, inclinada sobre el diván, con los brazos extendidos, como en recuerdo de la forma en que la habían sujetado, y con los ojos cerrados, Gillian se hallaba como perdida en una oscura nebulosa de anhelos lascivos.
Verónica se inclinó sobre el respaldo del diván y le susurró a la medio mareada joven:
—Creo que ya sé lo que deseas ahora.
Gillian giró la cabeza de un lado a otro, todavía decidida a no revelar lo que estaba experimentando en realidad.
—Oh, sí, claro que lo sé —continuó diciendo Verónica. Deslizó las manos por debajo de las tetas de la joven y palpó la rigidez de cada uno de los pezones, a través de la camisola—. Si no fuera así, ¿por qué estarían tan erectos estos dulces pezones? ¿Por qué, cariño?
Y empezó a masajearle las tetas, así como aquellas pequeñas cumbres de excitación. En respuesta, Gillian hizo rodar el cuerpo de un lado a otro, y se frotó las piernas la mía contra la otra, incesantemente. Para el ojo experimentado de Verónica, era evidente que la pelirroja estaba empezando a masturbarse, pues ésa era exactamente la forma en que ella misma movía las piernas cuando quería preparar su cuerpo para la masturbación.
—Sí, frota bien esas piernas la una contra la otra —dijo Verónica apretando las tetas de Gillian, atrayendo los pezones el uno hacia el otro de modo que se tocaran excitantemente, y pasando las yemas de los dedos sobre aquellas dos puntas tan sensibles—. No te preocupes porque esas dos piernas pronto tendrán lo que tanto necesitan.
Se volvió entonces hacia el armario, desde donde Sidney continuaba observando la excitante escena, y le hizo señas para que saliera.
Sidney, como siempre, hizo lo que Verónica le pedía. Para él, la obediencia era uno de los aspectos más excitantes de sus juegos sexuales, por razones que ni él mismo lograba explicarse. De algún modo, tenía la impresión de que las jóvenes a las que Verónica disciplinaba se encontraran más impotentes si él tampoco se oponía a las exigencias de la mujer. Así pues, se colocó detrás de Gillian y se quedó allí, fuerte y atractivo, a disposición de las órdenes de Verónica.
Ella le sonrió y se llevó rápidamente un dedo a los labios para indicarle que guardara silencio. Luego, llevó ese mismo dedo hacia la boca de Gillian y lo introdujo entre los labios. La joven, que seguía con los ojos cerrados, no hizo la menor protesta. En realidad, sus labios se cerraron sobre el delicado dedo, que empezó a chupar con succiones anhelantes.
El comportamiento de la joven le pareció embriagador a Verónica. Los ojos cerrados de Gillian fingían «inconsciencia», aparentando ignorar lo que estaba haciendo su boca. Y vaya si lo hacía bien. La lengua rosada de Gillian se retorcía y recorría ahora todos los dedos de la mano de Verónica, pasando de uno a otro y, en realidad, le lamía toda la mano.
—Oh, la pobrecita se ha quedado dormida —dijo Verónica—. Mira qué dulce es conmigo, con su pequeña lengua rosada, y ni siquiera se da cuenta de lo que hace.
Le hizo señas a Sidney para que se desnudara y se preparara para penetrar a la joven que yacía sobre el diván. El hombre se apresuró a obedecerla.
—Si al menos hubiera aquí un hombre —siguió diciendo Verónica dirigiéndole una sonrisa a Sidney—. Entonces, el ardiente culito de esta pequeña criatura podría recibir lo que tanto anhela. Y yo sé muy bien lo que anhela.
Se inclinó sobre el diván y, mientras dejaba una mano bajo la incansable y juguetona lengua de Gillian, empezó a masajear con la otra aquellas hermosas nalgas irritadas. Producían una sensación maravillosa al tacto, mientras ella formaba suaves círculos sobre cada una. El trasero se levantaba ligeramente, apretándose con satisfacción contra sus dedos incansables, y Gillian volvió a emitir un gemido.
Ahora, Sidney temblaba de deseo apenas contenido. Su mano jugueteaba ligeramente con el pene erecto. Se encontraba a muy poca distancia por detrás de Gillian y la tentación de arrojarse sobre ella y penetrarla era casi irresistible. Pero todavía se concentraba en las sensaciones que le producía su propia mano, y en la visión lasciva de la mano de Verónica que seguía acariciando el tentador culo de Gillian.
Y entonces, la mano hizo algo más que acariciar. Verónica miró directamente a los ojos de Sidney, se pasó la lengua por los labios y dijo:
—Mira.
Introdujo entonces uno de los dedos entre los dos suaves globos de la joven, haciéndolo descender lentamente, hasta que la punta quedó apoyada sobre el ojete del culo. Gillian se estremeció ante aquella sensación.
—Oh, sí, creo que ahí abajo hay algo que desea recibir algo —dijo Verónica, haciendo penetrar lentamente el dedo en la apretada abertura trasera de Gillian—. Pero no sé si mi dedo será..., bueno, no sé si será todo lo grande que tú quisieras, cariño.
Y de pronto lo extrajo del culo. Gillian volvió a gemir, pero esta vez de frustración.
Entonces, Verónica se inclinó sobre ella y utilizó las dos manos para apartar los globos de la pelirroja, exponiendo plenamente ante la mirada de Sidney aquel apretado agujero que ella acababa de penetrar con su dedo. El hombre sabía lo que ella se proponía hacer ahora, de modo que se apresuró a acercarse a Gillian. Al incorporarse Verónica, él se arrodilló entre las piernas de la pelirroja y apretó la verga erecta contra el suave y satinado culo, todavía muy caliente a causa del tratamiento al que lo habían sometido.
Al mismo tiempo, y desde detrás del diván, Verónica lomó el rostro de Gillian con las dos manos. El cuerpo de la joven se estremeció por la sorpresa, pero se las arregló para seguir manteniendo los ojos cerrados. «Ah, sí —pensó Verónica—, ahora ya participa del todo en el juego.»
—Sí —continuó diciendo—, si ahora hubiera aquí un hombre, harías muy bien en demostrarle con claridad lo que deseas.
Verónica experimentó un suave calor en su propia entrepierna al ver que la pelirroja levantaba inmediatamente el culo, echándolo con firmeza hacia atrás, buscando por fin la anhelada penetración.
Sidney se sentía terriblemente caliente, con la mirada baja, contemplando aquel hermoso culo que se movía incansable, tratando de situar el ojete lo más cerca posible de la punta de su polla endurecida. Entonces percibió una pausa; sí, por fin esa diminuta abertura se hallaba colocada bajo su ardiente erección. Gillian se quedó quieta, a la espera. Entonces, con un gemido, Sidney apretó el hinchado prepucio sobre la abertura.
Por un momento, Gillian experimentó una sensación de incomodidad, sí, de incomodidad; pero luego, de repente, la diminuta abertura se relajó y se distendió y la suave firmeza de la polla empezó a penetrarla con facilidad. Un instante después, ella se encontró envuelta por un éxtasis increíble, al sentir de qué forma tan perfecta se le abría el culo para recibir el ardiente mango que la penetraba.
Entonces, ya no pudo mantener el silencio por más tiempo. Dejó de besar y lamer la mano de Verónica, levantó la cabeza y murmuró:
—Más adentro, métemela más adentro.
Verónica tenía el rostro muy cerca del de Gillian. Se inclinó y agarró las manos extendidas de la joven, que descansaban sobre el respaldo del diván, y tiró de ellas hacia abajo, de modo que Gillian se encontró apretada contra el tapizado, mientras Sidney seguía trabajando dentro de su culo.
—Sí, ahora ya te has visto atrapada dentro de ese sueño, cariño —le dijo a la muchacha—, Pero si quieres que te lo metan más adentro, será mejor que te lleves las manos al trasero, que tú misma te abras adecuadamente los globos.
Verónica soltó las manos de Gillian y la muchacha se apresuró a obedecerla. Se llevó una mano a cada nalga y empezó a tirar de ellas excitadamente, separándolas.
La visión y las sensaciones que eso le produjeron hicieron que Sidney se volviera medio loco de placer. Empujó la hinchada polla para meterla aún más en la pulsante abertura del culo y, al mismo tiempo, colocó las manos dilectamente sobre las de ella, obligándolas a apretarse y retorcer el trasero de un lado a otro. A cada giro él le metía mi poco más adentro la polla. Las sensaciones que todo eso producían en ambos les estaban llevando con rapidez hacia el clímax.
Verónica, mientras tanto, sostuvo de nuevo el rostro de Gillian entre las palmas de sus manos, de modo que la pelirroja no pudiera girar la cabeza aunque lo deseara, y no pudiera ver así quién le estaba dando por el culo. Entonces, le susurró:
—Oh, sí, estás soñando muy bien, querida. ¿Verdad que es muy agradable soñar en esa dura polla metiéndose dentro de tu culo?
Y cuando Gillian asintió, sintiéndose impotente por el placer y el éxtasis, Verónica le proporcionó el toque que la haría traspasar los límites del éxtasis. De repente, utilizó las dos manos para abrirle la boca y luego introdujo su propia lengua dentro de la boca abierta de ese modo. Gillian respondió avanzando su lengua por entre los labios de Verónica.
En ese preciso momento, Sidney exclamó:
—¡Voy a correrme... dentro de ti! ¡Me corro en tu culo... ahora!
Ante eso, todo el cuerpo de Gillian se estremeció y sintió la firmeza de la polla que le propinaba una tremenda embestida final. Luego, por fin, la verga arrojó el chorro de su placer, expulsándolo en lo más profundo del interior del culo.
Sin poderlo evitar, Sidney se dejó caer hacia adelante, sobre el suave trasero y la espalda de Gillian, que se retorcían, y le pasó las manos por debajo para agarrarle las tetas. El cuerpo de Gillian se sacudió por entero al alcanzar el clímax, convirtiendo las sensaciones de su mente en una ardiente nebulosa, mientras él se corría interminablemente, lanzando un chorro tras otro en lo más hondo del culo y ella movía la lengua dentro de la boca de Verónica, obteniendo placer dentro de aquel suave receptáculo, del mismo modo que Sidney obtenía placer dentro de ella, una y otra y otra vez.
Finalmente, Gillian retiró la lengua de la boca de Verónica y dejó caer la cabeza sobre el sofá. Al mirar hacia abajo, Verónica se dio cuenta de que Sidney había caído sobre el cuerpo de la muchacha. Ambos se habían corrido violentamente, pero ahora Verónica también deseaba alcanzar su propio clímax, aunque podía esperar un poco. Estudió por un momento las posturas lascivas del hombre y la mujer y rodeó el sofá para sentarse junto a ellos. En cuanto estuvieran preparados para más, ya tenía preparadas algunas ideas.