95B
Decidí entrar a la tienda, pasaba justo por la entrada y esos detectores maléficos empezaron a sonar, como un barco zarpando. Parecía que de la parte superior de esas barreras blancas, a los laterales de la entrada, salían unos dedos alargados e inquisidores que me señalaban, sólo por querer, por osar entrar en aquella tienda, prohibida por no se que diva de mierda, para mujeres como yo. Me acerqué subrepticiamente a los stands, llenos de colores y luces; me entró nostalgia como una niña, recordando la imagen de las cajas de las chucherías que se hallaban en una pequeña tienda de Carabanchel, sobre todo los domingos ese pequeño cuchitril se llenaba de niños, como ahora, miré alrededor y la única que había crecido era yo, rodeada de adolescentes. No tenía suficientes ojos para mirar, podía contar mil o dos mil modelos, tan modernos y originales que quería probármelos todos. Clasifiqué una y otra vez, los colores más armoniosos, que podía combinar con el resto de ropa que tenía, el fondo de armario como dicen lo más de lo más de la moda, hombres famélicos y calvos. Me decidí por unos cuantos, tres en concreto. Uno moradito, con estampados verdes, superfashion; otro con lunares verdes y rojos, ole y ole; y por último uno rosa, fucsia y azul con copos de nieve dibujados. El gran problema era la talla, como siempre, así que me abalancé sobre los más grandes de la tienda e hice de tripas corazón liándome la manta a la cabeza y que dios nos pillara confesaos. Me acerqué a la señorita de los vestuarios, con mis manos envueltas en un tembleque, de emoción o de dolor, porque intuía como saldría de aquella tienda. La muchacha muy simpática, me dio una fichita donde ponía "3", en ese momento pensé en la santísima trinidad, que me amparase por tratar de meterme en una 95B. El probador que elegí era el más lejano a aquellas muchachas, vendedoras que viven con sus padres y salen todos los fines de semana a las discotecas, de forma compulsiva, sin temor al futuro porque ni siquiera pueden planteárselo después de trabajar 10 horas, todos los días de su adolescencia. Moví la cortina, que parecía de un palacio, de 3 metros de alto, terciopelo naranja, unos de mis colores preferidos, por lo menos me sirvió para tranquilizarme. Era tan pesada la cortina que se dejaba un resquicio sin tapar y desde fuera se podía atisbar, alguien un tanto bacín, como se dice en la mancha, un ser poseído y malhumorado peleándose con unos sostenes, o sea yo. Con acaloramiento por la situación, vigilando miradas socarronas, allí estaba, batallando con mis carnes, ora se escapaban por el lateral, ora por el escote. Mientras unas muchachas que estaban en el box continuo al mío discutían porque una le recriminaba a la otra que no entraba en aquel sujetador. En ese momento respiré, como si llevara horas conteniendo el aire en los pulmones, no era la única pechugona, mal de muchos consuelo de tontos. El conocimiento de que un alto porcentaje de la población española femenina es pechugona, no ayudaba para entrar en aquella preciosidad de prendas hechas por el diablo misógino que llevan dentro los diseñadores. ¿Serán diseñadoras?, si así fuera, demuestran la envidia que les corroe, seguro que calzan una 80A. Después de dilucidar con mis múltiples personalidades allí dentro del probador, decidí salir. Oía voces, si, estaba paranoica perdida, unos me decían que estaba gordita, otros que estaba como una vaca y otros que saliera de allí con la cabeza bien alta, defendiendo lo que siempre he ocultado, mi 100D. Con muchos gramos, más bien kilos de sensatez, abandoné aquel lugar que se empezaba a apoderar de mi claustrofobia. Me acerqué a la vendedora, también famélica, sin busto alguno, rondaría por la talla de las escuálidas diseñadoras. Preguntó por mi elección y si me gustaba alguno. En ese momento quería que me tragara la tierra, pero soy honesta y dije la verdad, por lo menos así podía respirar.- No me vale ninguno!!!-. La muchacha estaba acompañada por otra trabajadora y ambas separaron de forma equidistante las comisuras de sus labios con respecto a la nariz, es decir, que las muy brujas se reían de mí. Podía comunicarme telepáticamente con sus malditas mentes perversas, (ya lo sabía yo, rellenita, como se te ocurre meterte en esta, nuestra tienda, para gente armoniosa con tiernos y pequeños bustos de adolescente, con pezones como pitorros que miran hacia el techo). La perversa era yo, busqué en sus ojos y sólo vi (no eres la única, le pasa a mucha más gente y nos quedamos sin vender por culpa de los diseñadores anglosajones que no se dan cuenta que en España hay otras tallas, y con género natural, no como la Pamela Anderson.)
Salí de la tienda, sin que sonara el barco, buscando en otros comercios del centro comercial, mi talla, la reconocida, con cierto orgullo 100D. Pero el orgullo se menguó, porque sólo encontré una y otra vez la 95B. Si alguien conoce de una tienda online de sujetadores o bien el mail de la Pamela, que me comente.