A veces leyendo, y escuchando algunas cosas, me da la impresión de que ponemos deseo y fantasías en el mismo saco cuando son cosas diferentes. Y creo que, precisamente, es no hacer una distinción clara entre ambas cosas la que hace que nos liemos tanto.
Las fantasías pertenecen al mundo de nuestra imaginación. A lo no real. A lo que nos excita de forma primaria. En un post parecido alguien hablaba de la fantasía de ser poseído por un ser con tentáculos. O, en una relación monógama, alguien puede fantasear con orgías sin fin. Y así con tantas posibilidades como cabecitas tenemos.
El deseo, sin embargo, pertenece al plano de lo real. A lo que realmente nos gusta, nos excita y nos gustaría llevar a cabo (otra cosa es que no lo hagamos por compromiso, miedo, vergüenza o moralidad). El deseo, para mí, es una actividad intelectual (entendiendo que intelectual incluye, como el arte, además de la lógica y el razonamiento otras cualidades como la sensibilidad, la estética, la creatividad, etc.). Eso quiere decir que el deseo se puede trabajar, desarrollar, afinar y evolucionar con el paso del tiempo. No es algo fijo e inmutable.
Es lo que nos ocurre con el gusto por la literatura, la música, el cine o incluso la gastronomía. No podemos esperar que alguien que no acostumbra a leer pueda entender Guerra y Paz, igual que no podemos pretender que alguien que sólo escucha Reggaeton aprecie a Brams, o que el que sólo veo taquillazos de superhereos disfrute con una peli de Bergman.
El deseo puede simplemente disfrutarse. Sin desarrollarse y trabajarse. Y es que a todo el mundo le resulta agradable el sabor de una gaseosa, de un phoskito, o sentir un orgasmo. Y no es necesariamente malo quedarse ahí. Otra cosa es que haya personas con ciertas inquietudes vinculadas a la sexualidad que empiecen a desarrollar su deseo en mayor o menor medida. Y ahí es donde se empieza a mover la línea que separa los deseos de la fantasía. Algo que se si se hace de forma pensada, meditada, formada, y apoyándose en la experiencia, resulta maravilloso (y que si se hace sin cabeza puede acabar en desastre).
El problema que tenemos aquí es que mucha gente, acostumbrada a tomar vino con casera, pretende, en seis meses, hacer un cursillo (de fin de semana) de cata, visitar dos bodegas y ya poder fardar de ser enófilos (y aparecer en Podcast o venderse como expertos en RRSS).
Por desgracia, es algo que ocurre más a menudo en todos los ámbitos y el deseo, o el sexo, no son una excepción.