Chicas, ¿no estáis hartas de vosotras mismas?
Coinciden en el calendario, con apenas un par de semanas de diferencia, el Día Internacional de la Niña y el fallo del premio Tusquets. En el Día Internacional de la Niña no sé muy bien qué se hace, pero en el día nacional del fallo del premio Tusquets se premia a una escritora. Ya van seis ediciones consecutivas en las que la ganadora de este galardón literario es, eso, una ganadora.A nadie puede escapársele que esta racha o percusión o reincidencia no tiene mucho de casual. Tusquets, en efecto, siendo una editorial extraordinaria, penaba en su catálogo la falta de autoras españolas, y más aún de autoras jóvenes españolas. Entonces, quizá, a lo mejor, tal vez, desde arriba se ha dicho que el premio Tusquets lo tiene que ganar una autora joven española. Seis veces seguidas.
A la convocatoria concurren unos 700 manuscritos cada año. De ellos, por lo que sabemos los que sabemos de esto, el 70% como mínimo serán manuscritos de varones. Así, unos 500 de esos 700 manuscritos ya han perdido el premio antes de que su manuscrito llegue a Barcelona. Quedan, con suerte, 200 candidatas a ganar el premio Tusquets.
Antes de que se vuelvan locos, oigan: me da igual. A todo el mundo le da igual quién gana un premio literario, ya sean siempre chicas, siempre autores de la casa o siempre autores latinoamericanos. En los premios hay una única preocupación para el autor: gano yo, o no.
Como habrán comprobado, no hay quejas por parte de los escritores hombres sobre la insistencia de Tusquets en premiar mujeres. Tampoco hay quejas por la insistencia de los premios Nacionales en premiar mujeres. Quiero decir, quejas masivas, quejas de quejicas irredentos y lamentables. Que te den un premio, en realidad, es bastante desaconsejable. El camino al infierno está empedrado, mayormente, de premios.
La escritura de las mujeres
Sobre lo que sí debemos detenernos es sobre el efecto aplanador que toda esta sed de decoro feminista está teniendo sobre la escritura de las mujeres. Me he pasado toda esta semana tratando de leer algún libro escrito por una mujer que no parezca escrito para caerle bien al espíritu de nuestro tiempo. O sea, a Babelia. Es casi imposible.
La cosa funciona así: queremos publicar mujeres, queremos incluso premiarlas, queremos darles sitio en los suplementos y las secciones de Cultura; pero, oye, sólo si escriben lo que tienen que escribir.
Lo que tienen que escribir se reduce a esto: es durísimo ser mujer y los hombres son muy malos. Las derivadas de lo anterior son: tener hijos es horrible, visibilizar la regla, visibilizar la brecha de género en el trabajo, las mujeres se adoran entre ellas... Y por ahí todo seguido.
Si usted, mujer, va y escribe un libro sobre la rivalidad de dos mujeres, siendo que una es un demonio, pues, mire, eso no es exactamente lo que queremos publicarle y premiarle. Una novela sobre maltrato en el seno de una pareja de chicas lesbianas tampoco lo vemos. Una novela sobre maltrato de una mujer a un hombre, ni de coña. Unos cuentos sobre suegras diabólicas (por poner), pues tampoco. Pequeños cuentos misóginos, tituló un libro Patricia Highsmith. No queremos Patricias Highsmith.
Por no hablar de una novela escrita por una mujer cuyo protagonista sea un hombre. Yo qué sé: un explorador, un abogado, un padre de familia, un escritor. Eso no le interesa a nadie. Da exactamente igual lo buena que sea esa novela, o lo buenas que pudieran ser las del párrafo anterior. La calidad la dicta el tema.
Así, tenemos que asumir la tristeza de que el viejo y entrañable dilema de forma o contenido haya pasado a mejor vida. Todas las novelas están escritas de la misma manera, con la misma estructura, sin el menor miramiento para eso que se llama "forma", por no decir para eso que se llama "estilo". ¿De qué va tu libro? De mujeres inmigrantes, de tres generaciones de mujeres, de cuatro mujeres que, de cinco mujeres que; de parir (que es horrible); de hombres malos (todos), de mi regla. Pues ¡aceptada!
Chicas, yo no sé cómo no os cansáis de escribir siempre lo mismo y leer siempre lo mismo a otras autoras. Nos cansamos de las novelas de la guerra civil, y de la autoficción, y del sado; pero ¿de lloriquear a coro no se cansa nadie?
Hasta los títulos son redundantes: Las perdidas, Las encontradas, Las olvidadas, Las mentirosas, Las malas, Las voladoras, Las buenas, Las regulares, Las cansinas… Es casi anti-sistema que Guadalupe Nettel haya titulado su estupendo libro de relatos Los divagantes (Anagrama), y no Las divagantes. ¿Será una errata? Tiene que ser una errata.
A mí esta escritura no me parece una muestra de empoderamiento; me parece una muestra de obediencia. Estáis obedeciendo.
Después de la inolvidable Yo, mentira (Tránsito), Silvia Hilgado ha ganado el Tusquets con Nada que decir. Empecé a leerlo con la mayor ilusión del mundo. Pero enseguida vi que no funcionaba. En alguna página, la protagonista dice algo como: "Era la primera vez que tenía una jefa mujer".
Es todo así, de obedecer a titulares del periódico.
En Yo, mentira vi verdad, la fuerza de una voz propia, nada complaciente. En Nada que decir, todo responde a la pregunta: ¿qué queréis que os escriba? Pues tomad.
Me interesó más la peripecia de un estafador que, otra ganadora del Tusquets, Elisa Ferrer, describe en su última novela: El holandés (Tusquets). O esa novelita tan curiosa llamada El juez Aurelio (Tránsito), de Teresa Uriarte Cantolla (1947-2022). Va de eso: de un juez, de un hombre, con sus cosas de juez y de hombre. Fantástica escritura, limpia, redonda. Tono satírico, pequeñas historias de juzgados en Bilbao.
A nadie le importa porque no dice lo que tienen que decir hoy las escritoras para que nos importen.
Pero de Nada que decir me indignó algo, encima. No es culpa de la autora. Tusquets ha decidido vender a Hidalgo como "nuestra Marguerite Duras". Me lo he tomado como una ofensa personal, señores de Tusquets.
"Nuestra Marguerite Duras" es Marguerite Duras. Es como decir "nuestro Shakespeare" para cualquier autor que ni fu ni fa. Marguerite Duras es la cima absoluta de la literatura escrita por hombres o mujeres. O sea, un respeto ¡para la escritura de las mujeres!
Estaba tan cabreado por esto que me fui a la biblioteca el día de las bibliotecas y me saqué todos los libros que tenían de Marguerite Duras, los hubiera leído o no: El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, La vida tranquila, Yann Andréa Steiner y La lluvia de verano.
Me gustó mucho la rarísima Yann Andréa Steiner, donde se lee: "Nunca había olvidado aquel nombre, aquella época, aquel blanco de las faldas, aquella inocente espera del tren de la muerte o del amor, no se sabía, nunca se supo"
Y que termina así: "Quizá Théodora Kats era algo todavía desconocido, un nuevo silencio de la escritura, el de las mujeres y los judíos".
Ojo a los comentarios que le dejan a este señor que escribe cosas.
Fuente: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2023-10-30/literatura-mujeres-tusquets-obedecer_3762768/