Hace unos ocho años, en un frío sábado del mes de marzo, quedé con una pareja Amo-sumisa en un conocido Centro Comercial de Barcelona. La primera idea era conocernos en persona y ver si nos caíamos bien para, tal vez interactuar más adelante, en un segundo o posterior encuentro.
La pareja eran un hombre de unos 45 años y una chica de 28, muy majos y extrovertidos. Al notar que yo estaba un poco nervioso por la cita, me invitaron a tomar un cálido té en uno de los establecimientos del C.C. y, poco a poco, fuimos rompiendo el hielo y abriendo nuestras respectivas mentes, charlando sobre nuestras ocupaciones laborales, hobbies varios y lógicamente también, exponiendo alguna de nuestras fantasías en este maravilloso pero no menos intrigante mundo del BDSM.
Después del té vino una cena en otro de los locales del Centro. El vino y la comida hizo que nos distendiéramos más, hasta el punto de que confesamos cuáles eran nuestros nombres de pila reales. En aquel momento creí que nos despediríamos y nos volveríamos a reunir, con suerte, en otra ocasión, pero no fue así.
El Amo le susurró algo a la sumisa y esta entró en los baños públicos del C.C. Al regresar le entregó una prenda a su pareja, que no era otra cosa que sus braguitas mojadas. El Amo se las guardó en el bolsillo y me invitó a que los acompañara.
Mientras bajábamos por las escaleras mecánicas al aparcamiento él comenzó a acariciar a su chica por debajo de la falda y me indicó con una seña que podía hacer lo mismo. Ella no decía nada pero se dejaba llevar obedientemente, soltando algún callado gemido de tanto en tanto.
Entramos en su coche y me senté en el asiento trasero del copiloto. Ella entró por la otra puerta y comenzó a toquetearme y a sacar mi miembro erecto del pantalón mientras él observaba por el retrovisor del conductor. Puso la calefacción para que se empañaran los cristales. Salió del párquing y condujo hacia unos apartamentos situados a unos 30 minutos de distancia. Recuerdo que en los semáforos ella me estaba practicando una felación mientras yo acariciaba su húmedo conejo.
Tras una seña de su Amo, en el tercer semáforo se bajó del vehículo y entró en el asiento del copiloto, dejándome a medias expresamente. Era el turno de su amo, quién le introducía los dedos en la vagina en cada semáforo. La verdad es que no me explico como ninguno de los autos colindantes se dio cuenta de la situación.
Llegamos a los apartamentos y pagamos por adelantado. Los tres en una habitación con jacuzzi durante cuatro horas. Lo que sucedió queda entre nosotros tres pero fue una de las más morbosas y satisfactorias veladas de mi vida. No volvimos a quedar porque no les gustaba repetir. Lástima!