Un noviembre en cuarentena.
"Entre el humo y el ruido la tardese acelera, en este mar de gente
es infeliz cualquiera..."
Raúl Gutiérrez.
Sentí tu rabia, estuve un rato largo
descuartizando recuerdos mientras
bailabas con ella y el dolor te acarreaba
ingenuidades y reseñas que no contabas
con que estarían exentas a la sombra
de la letra pequeña. No sale barato eso
de abrir la puerta y dejar entrar,
leo mucho sobre esa predisposición que
hay que tener para renunciar a los
cerrojos y a no abortar el pavoneo de
latidos que sutilmente te secuestran.
Tesis que alaban las bondades de las
conjunciones interpersonales sin
valorar sus consecuencias.
No te culpes por sembrar lo que te
nace, por ese tintineo de emociones
escarlatas que te abrocharon la vida
en un suspiro. Me apena el saber que
has despertado en medio de un
desahucio, sumida en los reproches
que te haces, divergente de ti misma.
Somatizo el abordaje y ese sabor
enfermizo que no duerme, esa sensación
diáfana de vacío donde todo es frío y
no hay trago que te sostenga.
Que sí, que no te alcanza, que te
angustia y te desangra esa estampida
de contradicciones donde cada
paso necesita una respuesta.
Que no hay salida que pueda
desaguar la riada de un por qué,
que todo son holguras y cavilaciones,
que hace días que se pierden los
colores y el susurro que te nombra
yace incierto en paliativos.
Cuando pase la distorsión de la
ansiedad y respirar no sea un enjambre
de cuchillos, cuando pase el temporal
y te reiteres porque te has vuelto a
enfocar en beligerancias cotidianas
que saben como financiar el blues
que demoniza tus rizos. Cuando deje
de importar y cierres esa malestar
con la contundencia imperativa que
otorga un punto final. Entonces será,
sanarás porque si no lo sabes ahí
fuera te andan buscando y los que
saben de tu reciprocidad te están
esperando. Que lo que se llora sana
hasta que florece y que en un susurro
caben demasiadas primaveras como
para permanecer invernando en la
sala de espera de un noviembre en
cuarentena.
Simón de Azzaria