Mapa geográfico
Aprieto mi pecho contra su espalda y apoyo mi trasero para pegarlo al colín de su moto. El semáforo está en verde y abre gas. Mientras la brisa se cuela por la visera del casco, mis manos comienzan a juguetear con la tela que cubre la curvatura que su pantalón le hace a la altura de donde se unen sus muslos. No se le ha bajado la erección durante nuestra primera toma de contacto, y eso me mantiene en un bucle de retroalimentación positiva que me incita a provocarle aún más.Vuelve a pararse en otro semáforo. Es lo que tiene vivir en una ciudad de esas que son colosales. Las avenidas resultan interminables pero yo, que soy oriunda de una ciudad más modesta en cuanto a términos poblacionales se refiere, lo encuentro la excusa perfecta para subirme la visera, pegar mis tetas aún más a su cuerpo y decirle que me estoy muriendo por llegar a donde me quiera llevar para hacerme suya.
Siento que mis palabras hacen su efecto y que su cuerpo se tensa aún más. Y me encanta. La extraña sensación de ternura que me produce su forma de ser es la combinación perfecta con las ganas que tengo de someterle y que finalmente me devore viva. La guinda del pastel es el mapa geográfico que dibuja sobre su anatomía las horas que esa criatura le dedica al cuidado de su cuerpo. Y lejos de resultar altivo o irrespetuoso, su gentileza y su humildad desbocan mi lado más abrupto, ese que es difícil de gestionar porque los mordiscos que le daría sobre esa delicada piel se le marcarían de por vida, aún cuando ya no los pudiera ver.
De nuevo abre gas y sonrío imaginando las locuras que cometeremos cuando crucemos el umbral de la puerta que presenciará nuestra ausencia de pudor. Cuando sienta su sonrisa clavada en mis pupilas, su cabello entre mis dedos, mis besos por sus latidos y mi lengua haciendo el recorrido que las horas dibujaron en los surcos que se le marcan por su cincelado vientre bajo. Y le imagino por fin fuera de las fotos que me envía, cumpliendo la deliciosa fantasía que me resulta de someterle a mis deseos y a mis caprichos. Sabiendo que la gruesa ricura que a duras penas consigue mantener a raya bajo sus dominios será completamente mía. Sintiendo cómo mi pasión se satisface lamiéndole más allá de la piel con el único propósito de que mi saliva le escueza cuando abra los ojos para saber que ya no estoy ahí.
Será que de esta forma entienda que, si juega con fuego, se quemará con el perfume de las llamas que se desprenden de mí.