Soliviantar la espuma.
Lo conseguiste, si la intención era incinerar los vórtices, soliviantar la
espuma o hacerme capitular en los
hombros de tus ménsulas cetrinas,
doy fe, lo conseguiste.
Cómo quisiera verme, cómo quisiera
verte cargando de frente sin evitar
el impacto de dos deidades que
sufragan el deseo con el temblor
y la codiciada que el placer exige.
No habrá reglas que exoneren la
avaricia que te tengo.
Llegarán las lluvias a rezar su
liturgia trivial en el altar de los
excesos. Será la erótica y su
retórica desnuda la que consagre
los matices que harán palidecer
el pudor de la mampara y el espejo.
Hija del temporal, soberana de saliva
y bruma, no es por menos que me
crujen las pasiones que te inquietan,
entregado a la febrícula que ronea
en el cruce de tus piernas, susurraré
el vuelo de los pájaros salaces en
las puertas de tu oído hasta que los
charcos sean firmes y el jergón sea
un lienzo donde se pronuncie la
resurrección de los cercos.
Ni perdón ni caridad, no es momento
de especular con la variante
coyuntural de sutilezas sinedie,
que hable la herejía, la síntesis de
tus sabores con las míos.
Por adicción visceral me dejaré
arrastrar por el capricho que
desprenden el sopor de tus caderas,
hasta que baje la marea que
sustenta los arrecifes de tu ropa.
Será en la clandestinidad que
despunta tras la celosía de
algún verso la que vendrá a
certificar con veneno la praxis
del desacato de tus besos.
Simón de Azzaria