A la deriva
Quería tener unos ojos donde nadar,un repertorio preñado de sensaciones
con las que vestirme los días donde no
me encuentro, una razón inapelable
para no olvidar que hay mucho más
de lo que creemos en alguna parte.
Quería querer sin aranceles, rebosar
como la espuma cuando una caricia
bordara amaneceres en mis noches,
dejarme llevar hasta una orilla donde
la arena suavizara las palabras.
Quería desvanecerme en los prejuicios
de la gente, envenenarlos con
sonrisas hasta que sus temores se
cubrieran de polvo y sus cadenas
fueran de cristal.
Quería no escatimar en los excesos,
corregir el desfase emocional de las
partidas, transhumar entre las nubes
y descansar en el borde de la luna
para escribirle un poema hasta que
el sol nos encontrara.
Queria navegar contra corriente,
cruzarme en la aceptación culpable
que nos venden a diario, militar
abrazado a la locura en las tardes
de los cuerdos, ser el motivo que
edita el color que da vida a sus
mejillas, la pausa imprescindible
para desnudar un otoño.
Quería ser primavera para olvidar
este torso acribillado de inviernos,
salir ileso de los versos de Elvira
sin tener que secarme los ojos,
bailar bajo una lluvia de acordes con
la reciprocidad de dos manos que se
entrelazan en silencio.
Quise abrir camino y voltear las
circunstancias si se declaraban
en quiebra, queria tantas cosas que
caminé sin destino hasta perderme
en mi mismo, y al hacerlo, encontré
mis propias decepciones en mis
pasos, paisajes incompletos que
fueron incapaces de romper la
escasez, la tragicomedia cotidiana
de asfixiarte en los vacios, el futuro
dimitiendo en bloque. La suspensión
de pagos de los sueños sin fondo
de garantía.
Tu llegada hirió de muerte la deriva
de esos tiempos, amontonaste la
tristeza en una esquina y me dijiste;
A donde vamos ya no te hará falta.
Te faltó tiempo para encalar las paredes,
sacudir el óxido que amordazaba mi
sonrisa y para entonces me colocaste
en el centro del albero de tus ojos.
Acción reacción a corto plazo.
Te podría decir que he viajado a
muchos sitios sin necesidad de dar
un paso, que mi trayecto se detuvo
en tu estación y decidiste tomar
este tren que no conoce destino.
Que desde ese preciso instante
respirar se ha vuelto algo mas sencillo,
que soñarte me empalaga el
pensamiento, que no hay lugar en que
no te encuentre, que no hay instante
en el que no te piense y hay
demasiadas respuestas en tus tardes.
Ese lugar perfecto donde se disuelven
todas mis preguntas y ahora solo el
silencio me replica. Eso dice mucho
del empuje de tu empeño que
se llevó por delante la motivación
que sustentaba la concesión
insostenible de mis ruinas.
Simón de Azzaria