Algo inesperado
El cielo descargaba su furia sobre la ciudad. Ana, apresurada para llegar a casa, buscaba refugio bajo el pequeño techo de un quiosco de periódicos. Justo cuando se acomodaba, una figura empapada se refugió a su lado. Era Daniel, un joven arquitecto con una sonrisa tímida y unos ojos que parecían dos océanos tormentosos.La conversación surgió de manera natural, como si se conocieran de toda la vida. Hablaron del tiempo, obviamente, de libros, de música, de sus sueños... El tiempo parecía detenerse bajo aquel precario techo. Cuando la lluvia cesó, ambos se miraron con una mezcla de sorpresa y complicidad.
Los días siguientes, el destino los volvió a cruzar. Se encontraban en la misma cafetería, leían el mismo libro, incluso tomaban el mismo autobús. Cada encuentro era una oportunidad para descubrir facetas desconocidas del otro. Ana, una fotógrafa apasionada, encontraba en Daniel un crítico exigente pero constructivo. Daniel, a su vez, se sentía inspirado por la sensibilidad y la creatividad de Ana.
Su amistad fue creciendo poco a poco, alimentándose de complicidad, respeto y admiración mutua. Las risas compartían el espacio con las confidencias más íntimas. Descubrieron que tenían más en común de lo que imaginaban, y que sus diferencias, lejos de ser un obstáculo, enriquecían su vínculo.
Con el tiempo, su amistad se hizo más profunda. Los paseos bajo la lluvia, que marcaron el inicio de su historia, se convirtieron en un ritual que celebraba su amistad y su conexión especial. Y así, dos almas solitarias encontraron en el otro el complemento perfecto, demostrando que la amistad puede surgir en los lugares más inesperados y en los momentos más inoportunos sin tener que cruzar a otros compromisos.