El cisne negro
Siento tus manos acariciar mi suave cabello enmarañado al amanecer.La luz del día baña mi piel aterciopelada, dándome una cálida bienvenida y estimulando mi indolente despertar.
Y al abrir mis brillantes ojos y contemplar tu rostro exultante, hallo en ti la más dulce de las expresiones que pudiese soñar.
Deslizas juguetonamente tus dedos entre mis muslos palpitantes, dibujando ondas y círculos hasta llegar a mi delicado pecho, claudicando a tus impulsos.
Tus labios rozan mi grácil cuello nacarado, subiendo hasta mis carnosos labios que esperan voraces tu aliento.
Bajo el conmovedor misterio que siembras entre tus besos, mis sentimientos se desbocan como una bandada de aves que se abren hasta el cielo.
Ritmos embriagadores recorren mi esencia, elevan mi mirada y acaloran mis blancas mejillas, ruborizadas irremediablemente por la fascinación emergida desde esta inapagable danza.
Y entonces resopla el miedo...
Claroscuros se forman entre mis pensamientos, atormentando mi dicha por un instante...
Miedo a que este momento termine, de decir adiós, de tu ausencia y de la incertidumbre de saber cuándo volveré a verte una vez más.
De lamentarme y de que te lamentes por evocar el ansia de una pasión incandescente que termine abrasándonos.
De no diferenciar a nadie más al pasar por la calle.
De cruzar la línea...
Pero latimos muy en sincronía.
Conduces mi mano hacia tu cara clavando tu mirada en mí a modo de juramento para reconfortarme.
Nunca fui creyente y jamas pensé que te encontraría hasta conocerte.
Porque no hay nadie como tú.
Y hoy sé que siempre seré tu destino.
Es momento de levantarse, de compartir un delicioso desayuno bajo la albicia y de respirar el humilde aroma de sus flores.