Ponte Milvio

Recuerdo aquel viaje a Roma y mi emoción en aquella visita al Ponte Milvio, con la finalidad de hacer lo mismo que hacían casi todas las parejas que se acercaban a él… dejar un candado en una de sus farolas con nuestros nombres, una frase, un corazón... lo que fuera. Ahí anclado para la posteridad.

Aunque no reconozca al Yo de ahora en ese recuerdo, pero era yo. Más joven y enamorado. O bueno, eso creía en el momento... (esta parte daría para otra publicación). Pero sí, era yo, lleno de creencias erróneas que aún no me había llegado ni a plantear.

A esa edad me parecía súper romántico la idea y me fui súper feliz de allí, tras dejar el candado y hacerle la respectiva foto. Muy típico de mi también, hacerle fotos a todo.

No me podéis ver, pero me estoy echando unas risas mientras lo recuerdo.
Si pudiera ponerle música a este momento, sin duda sonaría esa de “cómo hemos cambiadoooo” 🎶 (y menos mal).

Pues bien, han pasado más de 15 años de aquel viaje a Roma… y muchos (d)años por el camino.

Mi nuevo Yo ahora sólo compra candados para la maletas o para la taquilla del gimnasio y no porque sea menos romántico que antes o porque haya perdido la ilusión. Que os garantizo que no lo he hecho...

Pero hoy sé que el amor verdadero es libre y que los lazos más fuertes son los que no tienen nudos. Ni lazos. Ni cadenas. Ni cuerdas. Ni candados. Ni nada que ate. Que nadie es de nadie. Y aunque yo en ese momento lo hiciera con la única finalidad de dejar en Roma una muestra de amor, hoy no comprendo tal asociación...

(Por si alguien no lo sabe, en 2011 los candados fueron retirados de Ponte Milvio y ya no es posible dejar ninguno).

No sé a vosotros, pero a mi no se me ocurre nada más bonito, aunque yo no lo contemple, que la decisión de alguien que, siendo libre de escoger en todo momento, escoge a diario la opción de permanecer a tu lado...