21 segundos
Que Morfeo deje de ejercer si tu huída no invernó rodeada de paréntesis entre
las uñas de mis dedos.
Miré tantas veces hacía atrás que me
olvidé de hacerlo. Esperé, juro que esperé
acurrucado al socuello de cada matiz
que olvidaste entre las nubes, abrevé
las cuerdas de tu guitarra hasta que
pidieron la vez en la lista de espera de
un coma profundo.
Pregunté tu nombre a los marcapáginas
que estaban de guardia en el pasillo,
financié la borrachera al arpegio de
saliva que secaba como lagarto en
agosto a la vera de tu sol para que
volvieras a hervir entre cenizas.
Usé la vertedera de mi ira para labrar
el barbecho de los poetas de morfina
que pidieron tu favor a coste cero en
la cintura de tu verso.
Fui un mantenido al margen de tus
circunstancias a cambio de alimentar
con resaca el reflujo que la inspiración
te consentía.
Dejé pasar al viento para que te
echara de menos, me orillé en una esquina
con la mesa preparada, limpiando las
legañas a la miga que madruga en el
corazón del pan caliente.
La música se convirtió en una mujer
de conveniencia, sabía como hacerte
invisible y asterisco al mismo tiempo.
Una autopista vacía y doscientos caballos
bajo mi pie derecho y en el retrovisor la
caída de tu ropa reflejada en el charol de
los tacones de la luna.
Fue como un desierto sin dunas,
igual que un mar moribundo olvidado
del pulso de las olas, un horizonte sin sol,
un firmamento huerfano de cómplices
cosidos a una estrella.
Fue una calada estrecha de esas que
vencen a una revolución mojada de cerveza.
Pensándolo bien quizás sea la suma de
las distancias lo que nos hizo ser una
coincidencia imprevisible. No había plan B
en retaguardia, nos hicimos trinchera pero
la deriva nos alcanzó y después el silencio.
Tú cosiendo lagrimas con escusas baratas,
yo a jornada completa en la esclusa de una
espera sin fondo de garantía.
Y para entonces, cuando la orden de
desahucio parecía firme, volvió marzo con
su dislexia de entre tiempo a vadear mis
rodillas y entre sollozos te hiciste arcilla.
Lloviste (con el miedo del que pierde)
con toda tu bondad sobre mi olvido y te
declaraste culpable pidiendo la pena más
alta hasta que un indulto por mayoría
comenzó a tararearse de en mis alamedas.
Dos inviernos pagué de fianza en tu
embajada, horas extras a tu nombre a
media luz, faltas de ortografía que se
añejaron sin redimir.
Veintiún segundos bastaron para volver
a pronunciarte en los cuadernos
Simón de Azzaria