Puesta de sol

Siempre me han encantado las puestas de sol, el momento del ocaso, cuando el día está por terminar. Me quedo totalmente embelesada, atisbando el horizonte, disfrutando de esas maravillosas tonalidades que pasan del naranja al rosa entre el azul del cielo y el blanco de las nubes.
Admirando este espectacular panorama me apetece tenerte aquí, detrás de mí, susurrándome al oído lo mucho que te gustan estas vistas, poniendo tu mano en mi escote y la otra acariciando mis muslos al mismo ritmo que el sol cambia de tonalidad, lentamente subiendo hasta tocar el suave tacto de mi tanga.
Estamos solos en este improvisado mirador, nadie nos ve, o eso creemos, tampoco me importa, que más da si solo te estoy imaginando.
Cada vez más abajo el sol cede ante el ocaso como me gustaría que mi tanga cediera ante tus manos, me recreo en ese pensamiento mientras esa poderosa esfera me observa y una pequeña luna menguante aparece en el cielo aún azul. El ocaso es lo que tiene, deja ver cosas que antes no veías.
Refresca, del sol ya solo queda su luz que mengua también conforme esa luna se hace más brillante, mis pensamientos vuelven a mí, aunque se han recreado y deleitado en tus manos tanto que casi creo que me sigues susurrando mientras me tocas, pero no, es el viento que se lleva las nubes que hace un momento se tornaron rosa y me deja la piel de gallina y la falda levantada.
Volveré mañana que estará el mismo sol pero será una puesta diferente, con parecidas tonalidades pero otro viento que me susurre al oído y otras nubes que se irán con él.