LYANDA: entre Dulcinea y Maritornes
Me va poniendo espuelas el deseo.Don Quijote. Cap.XLVI
Alicaído andaba Manuel, o mejor sería decir con la lanza derrengada. Ni siquiera la más tentadora de las mozas conseguía erguir su espada. Pensó en Alonso Quijano. El hidalgo manchego, ya bien cumplidos los 50, no renunció. Se trataba de vivir y no enmohecer entre las cuatro paredes de una estancia lugareña. Y por los caminos de la Mancha, con adarga y lanza revivida, resucitó Alonso Quijano. Dulcinea en las entrañas y desagravios en el brazo. Tornose el hidalgo en Quijote.
“ El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho “, había dicho Cervantes. Pero , ¿ qué veredas recorrer ? Y no era saber, sino sentir. Y hacerlo entre las piernas. Los senderos de hogaño eran otros. Manuel los conocía. A ellos se lanzó, en obediencia al escritor leería mientras andaba por los aposentos de JOY.
Las palabras podían haber sido escritas por Maritornes. ¿ No tildaba Cervantes a la moza asturiana de refociladora ? Manuel se imaginó al arriero enamorado de la criada como destinatario de los reniegos y denuestos de Lyanda:
“Aprende. Mira y aprende como se folla a un pedazo de zorra como yo. Y sobre todo... Como se la revienta bien el culo, con la polla metida tan profundo, que se me desencaje la puta mandíbula y me chorree la baba por el mentón de puro gusto. Y me verás correrme, como una animal, jadeando como una cerda bien enculada... Con el coño hecho agua y suplicando más y más a cada envión. “
Perplejo y alegre quedó el filólogo de los términos usados y de los movimientos de su badajo. Lo esperanzó la dureza de la entrepierna. ¿ Serían las letras de Lyanda un nuevo bálsamo de Fierabrás ? Manuel siguió leyendo:
“Y tu mientras, mirarás... Sabiendo que no eres capaz ni de arrearme la mitad de duro que el cabrón que me está follando. Y quien sabe, si es de los que sabe dar un buen cachete, me daré el gusto de dejar que me tumbe de frente a él, con las piernas bien abiertas y me la clave por el culo mientras me sujeta agarrándome de las tetas... Para que note como chorrean los fluidos de mi coño sobre su polla mientras me la mete por el culo.”
Ya el cimbrel de Manuel pasaba de morcillón a férreo. Se dio cuenta. Toda su vida había rodado el camino cierto. Siempre con querencia por las maduras, huyendo de las nínfulas. Fue por eso que tardó tanto en llegar a Nabokov y al descubrimiento de “ Lolita “. Pero ninguna condición era perfecta, aunque él daba gracias al dios del sexo por encauzarlo por vías trilladas.
Sí, las letras de Lyanda le devolvían esperanza. Los 48 de la hembra navarra se volcaban en frases libérrimas, en voces sin bridas: zorra, cabrón, folla, culo, puta, cerda, coño, tetas...Sí, el pene erecto por los vocablos de Lyanda.
“Verás mi boca abierta, mi cara de emputecida. Y por muchas ganas que te den de meterme en ella la polla, no te dejaré. Tú solo miraras y te joderás sin tocar. Y en su lugar, le pediré que mientras me llena el culo de su puta leche, me de un buen par de hostias en la cara por ser tan sumamente guarra, puta y zorra... “
Sonrió Manuel. Se acordó del trío de inicio a la vida liberal. Tuvo que ser él quien se sacase la zanahoria y diera de comer al conejo de su esposa. Lidia morreaba al inútil galán, mientras clavaba sus ojos implorantes en los de Manuel. Respondió el falo del marido, nunca fallaba. Aún no había leído al cazador de mariposas.
Volvió el filólogo como imán a las letras férreas y salaces de Lyanda: “ Guarra, puta, zorra“ y la cola del hombre maduro goteaba, salía de su mazmorra. La salvación en el escrito de la hembra en experiencia.
“Si. Una cara que tu no vas a tocar en tu puta vida porque a mi no me da la real gana.
Entonces te miraré a los ojos, y verás en mi esa sonrisita sarcástica que tanta rabia te da... Una sonrisita que todavia se hará más grande cuando después de que mi amante me la saque del culo... Vengas tú a comérmelo hasta dejármelo bien limpio. “
Sintió pena Manuel del arriero. Ya lo había gritado el ventero: “¿Adónde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas éstas “. Por ventura Lidia no era Maritornes, y el falo de Manuel no era el del atribulado mulero. Mas las lágrimas que salieron de los ojos del filólogo espejeaban las gotas de su falo. Manuel feliz, las palabras de Lyanda como curación.
Pero el gozo de Manuel se asomó a un pozo. El pintado por Cervantes en el retrato de Maritornes:
“… una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera.”
El pene del marido de Lidia se cortó en seco. Se imaginó a Lyanda en las palabras del soldado de Lepanto. Es verdad que se diferenciaban en tiempo y espacio, más en días que en leguas. Pero sí el retrato de la criada asturiana fuese el de la musa navarra…
Y Manuel se salvó. Dio con el tesoro en JOY, el regalo de Lyanda, la imagen lasciva, vislumbre de Dulcinea en lujuria: piernas torneadas, envueltas en medias con liguero, los tacones en rojo, hermoseando unos pies para adorar, el corpiño a medio muslo, una nalga voluptuosa y desnuda sobre el sofá...heraldos del ano que Dulcinea ofrecía a Manuel. Espuela del deseo del hombre maduro. El culo de Lyanda como promesa de curación.
Y mientras la boca de Manuel limpiaba las entrañas de Dulcinea, el badajo del sanado tintineaba en blanco la imagen de Lyanda.