Arashi
“En un lugar donde el sur sabe divino, al más dulce de los vinos, tierra de biznagas y del terral en verano por ley, de espetos en sus barcas, de albero en los patios y, por bandera, capital de la costa del astro rey” SIN NINGÚN DECORO. Arashi
Manuel no sabía. O mejor sería decir que no sentía. Había descubierto aquellos dos minutos. Quizás los más lascivos de JOY y no podía. Arashi nos ofrecía su regalo de Diosa, su biznaga acariciada, navegada por dedos como espetos. el pezón crecido con la diestra y la vulva como albero para el toro en rosa, ese muñeco sexual envidiado por varones.
En cualquier otra ocasión Manuel hubiera usado otras palabras: botón, clítoris, coño, papaya, bollo, chumino, chocho, tetas, domingas... No podía. Pensó que se estaba haciendo viejo. Quizás le había llegado el momento, como a Hank y a Pedro Juan. Pero a Bukowski y a Gutiérrez el apaciguamiento les apareció a los 70. Él tenía 59. Tal vez era que Arashi le recordaba a la nínfula. El autor de “ Lolita “ lo había dicho: “Una nínfula es una niña o adolescente que no tiene la edad suficiente para dar consentimiento sexual”. A Manuel nunca le habían atraído. En sus más de 30 años de oficio había conocido a muchas. Tenía suerte. Consideraba que las mujeres lo eran a partir de los 35. Y aunque las atracciones eran inevitables, lo eran como la contemplación de un paisaje, de un lienzo.
Pero Arashi era una mujer. Eran 36. Y las imágenes la nombraban de hembra de cuerpo voluptuoso y belleza cierta. ¿ Qué le pasaba a Manuel ? La verga no se le erizaba ante aquellas imágenes continuas de albero de mujer hollado por astas rosadas. Ni por los suspiros y el flujo de sílfide.
Las fijas pensó. Las piernas, los senos, las nalgas, la lengua sobre los labios...todo para empinar falos ansiosos en hembras en lujuria.
El filólogo acudió a las palabras de la andaluza, había que buscar los motivos de las emociones sobre las sensaciones:
ANTOJO
" Tengo un antojo.
Unas ganas locas.
De tenerte delante, de saberte mío.
De notar cómo mi presencia levanta tu erección.
Y sentirte, olerte, saborearte mientras te miro a los ojos.
Con devoción y con deseo.
Con mi insaciable voracidad.
Lamerte y que entres por mis labios mientras sujetas mi cabello.
Que llegues al fondo de mi garganta.
Justo donde se produce una imparable arcada.
De esas que hacen brotar las lágrimas
Pero que corriendo sabes corregir con un beso.
Y me instas a continuar con un cachete en la cara.
“Buena chica. Y ahora: sigue.”
De nuevo entre mis labios, mi lengua jugando con tu punta.
De ella emana un cálido néctar aterciopelado.
Fruto de la excitación del momento.
Se siente el engrosamiento envuelto en mi saliva.
Con el recorrido marcado por las venas.
Esas por las que la sangre te late con fuerza.
Y ahí vuelve otra arcada.
Me tomas del cuello para secar mi rostro.
Y me besas con tu sabor.
Metiendo tu lengua hasta dejarme sin aire.
Para volver a la batalla.
La de tus venas aprisionadas.
La de tu glande palpitando.
La de tus dedos en mi pelo.
Y de nuevo, al fondo, me da por explorar.
Sacando mi lengua para palpar otro manjar.
Ese contraste de frío y calor entre dos partes de tu cuerpo.
Tiernos, suaves, recios y tersos.
Me dejan sin espacio sobre el que maniobrar.
Y tus caderas se aceleran.
La humedad se me escapa.
Tu respiración se entrecorta.
“Más, más, ¡MÁS!”
Y en un profundo gemido, siento tu cuerpo paralizado.
Momentos antes de que el temblor de tu piel me invada.
Tu calor entre mis dientes.
La humedad inundando mi boca.
Ese sabor intenso y esas ganas tras la espera.
Ese gusto recorriendo tu mente y cuerpo.
Y esos juegos que luego acompañan.
Con el líquido del que me has provisto.
Manjar de dioses que derrotado ves como de él me impregno.
Recorriendo cual cascada la comisura de mis labios.
Derramándose un delicado hilo sobre mi pecho erecto.
Y permanezco ante ti jugando con mi lengua y dedos.
Llevando alguno de ellos a mi vientre y sexo.
Sosteniendo desafiante tu mirada.
Y dejando que contemples la obra que tú mismo has creado.
Para volver a hechizarte antes de tomar una vez más lo que es mío. “
No, no era ése el camino. El mismo Manuel se había exclamado ante la poética de la felación. ¿ Por qué entonces se le ablandaba el corazón, también la verga ?
Volvíó a las imágenes de Arashi. Se iluminó. Le llegó una canción de años:
“Julio Romero de Torres
Pintó la mujer morena
Con los ojos de misterio
Y el alma llena de pena”
Tal vez los ojos. Y otros motivos. Quizás “ Lolita “. Acaso Arina. Había estado mañanas con “ Lolita”, justo antes de ver a Arina. Y si Lolita estaba en los 12, la niña ucraniana estaba en los 14. Sabía que tenía que estar en guardia con Arina. Ella se lo había dicho. Ese “ te quiero “ que sonaba ambiguo, esos abrazos amistosos que el profesor intentaba huir sin herir. No era la primera vez. El trato diario con nínfulas que empezaban a dejar de serlo entrañaba peligros. Los riesgos del oficio, uno de los inesperados. Pero que le pasase a las puertas de la jubilación…
Resguardado en su querencia por mujeres de verdad, siempre se había salvado. Agradecía no ser un Humbert Humbert, ese profesor ahogado en la NÍNFULA. Descansaba Manuel, él nunca cambiaría “ Lolita “ por “ Arina “ en el magistral inicio del cazador de mariposas:
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta."
Pero Arashi era una mujer. Y mientras el filólogo escribía el nombre de la malagueña, se dio cuenta de la proximidad de letras con la nínfula ucraniana. Tal vez era eso. Los ojos claros de Arina y el lucero en antifaz de Arashi las hermanaban en el viaje al corazón del hombre ya añoso. Acaso la retirada no era sólo de las aulas, también de sexo siempre enhiesto. Y Manuel lo supo: le había llegado el tiempo de lo profundo, de las emociones. Los ojos de seres femeninos como puerta al corazón. Por primera vez en su vida los sentimientos vencían a los sentires. En el fondo estaba hallando lo que siempre quiso ser: un hombre ordinario.
Y supo que era el momento del duelo, Recordó los versos del poeta chileno mientras se detenía en la foto en antifaz de Arashi, la luz melancólica de la bella:
Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga
Y los ojos de Manuel lloraron. Sólo los ojos.