En aquel banco
En ese momento miré el reloj como el conejo de Alicia, no pienses mal, el del País de las maravillas, y dije que me tenía que marchar ya mismo. Entonces tú pusiste un ademán al que acompañaba un «lo sabía, debería aprender a ser un imprudente». Aquí la acepción se considera como imprudencia, a no atreverse a agarrar a la otra persona por la cabeza y acercar su boca a la tuya y lo que surja. Intercambio de roce, goce, sensaciones que palpitan en el sexo de cada uno, feedback necesario para la comunicación del deseo, de la atracción de los cuerpos. Sin previo aviso, porque te apetece y no admites concesiones que valgan al otro. Se entiende que hay un preacuerdo en una cita de justamente lo que surja. Pero lo que nos ocupaba era un fluir tórpido y devenir de lo cotidiano que nos abrigaba en aquel banco en el que empezaba a refrescar. Lo bueno de reconocer los errores, el hecho de la no acción cuando corresponde, ayuda a relajarse y respirar, soltar el corsé de los miedos de la mente tan mala consejera en esos momentos. Aunque éramos nosotros y nada más, aliviados, que desde la madurez puedes incluso hablar hasta de que te meas viva y es lo más urgente en ese momento y encima lo comunicas a los cuatro vientos, a pesar del momento romántico que toca. Y a pesar de eso, parece que nos debíamos silencios combinados con sentires ardientes. No es que no los sintiéramos, no, es que estábamos la mar de bien hablando de nuestras cosas. Se nos iba el poco tiempo que nos concedía el conejo, el de la Alicia; no pienses mal.
No creas que lo dije por hacer un cumplido. Que, después de reírnos por la ausencia del romanticismo, no del deseo, te negabas a que agarrara tu mano. Pero te atrapé y dije lo que pensaba, sin filtro. Pues tus manos eran y que son cuando yo no estoy, porque son tuyas, suaves. Ya lo tenía en mente de otra vez, al fresco de otro banco, pero me lo callé. La prudencia nos mata, cariño.
Pienso en una próxima vez, con o sin banco, el lema debería ser "aquí te pillo, aquí te mato", aunque intuyo que no será tal. Aprender a ser imprudente, deberíamos estudiar un código deontológico en el que se avisara de señales de "ir a saco". Pero no lo seguiremos, porque de nuevo nos daremos ese beso de cariño en los labios, con pasión contenida, y lo peor o mejor de todo, es que de esa manera estamos en nuestra zona de confort. Para los que digan que hay que salir de ahí, les deseo cien años de escozor de la entrepierna, que vivan su vida y dejen vivir.
Ya te dije que no sería romántica, pero siempre sincera. Y prudente.