Sin ningún decoro
Qué bien sabes provocar. Se te nota la experiencia a las espaldas. Y aún no estoy segura de conocer los entresijos de tu esencia, pero entiendo que la sed que despiertas en mis entrañas me pide a gritos gemirte al oído mientras descaradamente me las empañas. La imagen de tu rostro no sale de mi mente. Como un martilleo incesante, me tienta para salir a buscarte. Te imagino por la calle, tomando copas con amigos, mientras en bucle me lanzas ese beso furtivo. Y yo, con la mirada en ti clavada, sin insolencia ni desdén ella, sino con el más imponente de los descaros que se me ocurra profesarte y el apetito acentuado por las ganas de devorarte.
No sé cómo mantener la lengua quieta mucho tiempo, y voy haciéndote méritos para recibir un escarmiento. ¿Quieres que la saque a pasear? Pondré de condición y manifiesto que así sea siempre y cuando no humedezca solo mis labios, ya que a mi entender sería obligatorio lamer cada rincón de tu deliciosa anatomía hasta hacerte estremecer.
Sin saberte, te percibo con aromas de cedro, lavanda y bergamota. Mezclado con tu sudor, salvaje te imagino. Y, al mismo tiempo, deliciosamente seductor y tranquilo, esperando pacientemente a que cruce el umbral de una puerta entreabierta. El sonido de mis tacones me anuncia sin ningún decoro, en lo que mis dedos tocan la madera antes de empujar. Y te encuentro sentado al filo de la cama, con ambas manos cruzadas, en esa posición tan masculina que me hace desearte con más ímpetu, levantando la mirada para despojarme de ropa sin tocar prenda alguna, e insinuándome que me acerque hasta donde tus manos pudieran encontrar su fortuna.
Para sentir si nos devoran las llamas.
Para perdernos el respeto cuando nos invadan las ganas.
Para dejar nuestros cuerpos al son de un baile repentino.
Para postrarme sobre las sábanas de la habitación donde encontraste destino...
En un lugar donde el sur sabe divino, al más dulce de los vinos, tierra de biznagas y del terral en verano por ley, de espetos en sus barcas, de albero en los patios y, por bandera, capital de la costa del astro rey.
Esa tierra donde el mar se funde con la arena. Esa tan oscura como la sangre que me late por las venas. La que me hierve cuando pienso en tus manos sujetando mis caderas con la fuerza necesaria para hacerme entender que no se debe alimentar a la bestia.
¿Y qué le hago, amigo mío? Si hoy así me he levantado, de nuevo con los versos subidos, para decirte que si me buscas a media noche, tendré que pedirle a los lobos que dejen de aullar para que puedas escucharme en gemidos. Y es que así se las gastan en mi tierra, donde divinas morenas seducen con cantos de sirena a extraviados marineros para guarecerse en sus templos mientras esperan a que pase la tormenta.
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