Inmortalizar instantes
Qué gran invento ese de inmortalizar instantes.En estos momentos me ayuda a una vorágine extraña que habita en mi, se mezclan recuerdos, con instantes que he perdido temporalmente en mi memoria por circunstancias accidentales.
Volver a ver aquella sonrisa retratada, aquel día lluvia viendo a mi hermana con botas de agua dentro de un charco, otro día de sol en el regazo de mi abuela… la tortita de camarones de aquel día por Cádiz, o el día de tu primera comunión, qué sé yo…
Fotos que unas veces nos sacarán sonrisas y otras quizá lágrimas. Pero que serán bellas por encima de todo, por ser nuestra historia.
Todos hemos conocido lugares mágicos, de esos que saben a poco y que contemplamos con ojos de que no se acaben nunca…
Si me paro a pensar, admito que la mayoría de mis lugares mágicos, no tienen nada de llamativo, diferente o especial. Simplemente lo son por el sentimiento que me provocan. Por el recuerdo de personas con quienes los he compartido, o por una etapa de mi vida determinada.
De muchos no tendremos foto, no habremos tenido oportunidad, o habremos preferido disfrutar del momento plenamente sin distracción. Pero probablemente recordaremos el escenario, y lo reconoceremos cuando volvamos a encontrarnos con él.
Nadie más que uno mismo será capaz de ver más allá de esa imagen. De trasladarse a aquel primer beso, aquellas vacaciones, o aquel riconcito que visitaba cada domingo con sus padres.
Mirar fotos podría ser contemplado como un viaje bonito en el tiempo. Un viaje del cual me quedaría con todos los caminos recorridos y con todas las estaciones en las que hice parada.
Porque no hay más viaje que ese, el que me garantiza el presente en el que me encuentro hoy. Presente que, con todas sus luces y sus sombras, yo no cambio por nada.
Un viaje que me ha enseñado, entre foto y foto, que aunque lo esencial sea demasiadas veces invisible a los ojos... no lo será nunca, al corazón.