El muro
Ahí está, imponente como algunos sectores de la Gran Muralla China unas veces, otras veces como otros sectores de la misma, de los que solo quedan restos esparcidos por doquier. Pero
siempre está su presencia ahí, inmutable, constante, opresiva, incluso infinita algunas veces. El
muro.
Sientes su presencia desde que conformas tu personalidad, tu esencia, tu ser. Te preguntas, si
ese muro solo lo sientes tú, o todos y cada uno tenemos el nuestro propio. No lo sabes.
Demasiado tienes con enfrentarte al tuyo. Lo haces desde mil enfoques diferentes, desde mil
ángulos diferentes, desde mil tácticas diferentes, pero todas parecen fracasar y chocar
estrepitosamente contra ese formidable muro.
Lo odias.
Lo enfrentas.
Lo estudias.
Algunas veces crees haberlo superado y dejado atrás. Te sientes eufórico por tu victoria, lo has
logrado. Tras mucho esfuerzo, mucha frustración, tras muchos fracasos, obtuviste tu victoria. O
eso creías, porque él vuelve a aparecer. Para ponerte a prueba nuevamente.
Te transformas. Evolucionas. Creces como persona. Cambias de amistades. De círculos por los
que te mueves. Incluso de hobbies y hábitos. Pero ese muro sigue ahí. Opresivo. Constante.
Inmutable. A veces incluso invencible. Indestructible. Infranqueable.
Hay días en los que. agotado, bajas los brazos. Días en los que te rindes ante la más cruel de
las evidencias que representa ese puto muro. Ese muro también se transforma. Unas veces
tiene aspecto de rechazo físico, otras veces tiene aspecto de frase lapidaria que te han dicho
decenas de mujeres, palabra por palabra, punto por punto, coma por coma. Como si llevaras
tatuada esa frase en tu frente y la leyeran delante tuyo. Otras veces ese muro tiene forma de
sentimiento de soledad estando rodeado de millares de personas. Y al final no sabes si eres un
individuo o solo otro ladrillo en el muro.