Primera Cita
Nos conocimos en Joyce de la forma más absurda posible. Empezamos a hablar habitualmente por el Club Mail. Todo fluía de forma natural, las conversaciones primero esporádicas y breves,
se volvieron más habituales y prolongadas. Por lo que acabamos intercambiando nombres de
usuario en Telegram. Ahí pronto dejamos de escribirnos para mandarnos audios, donde nos
contábamos de todo. Desde cómo nos había ido ese día el trabajo, hasta nuestros sueños o
miedos. Íbamos saltando de un tema a otro sin percatarnos de ello.
La química entre nosotros era tan obvia que hasta un ciego la vería. Teníamos ganas el uno del
otro. Muchas ganas, diría yo. Por lo que decidimos dar un paso más y quedar para tomar un café
con la excusa de conocernos en persona y así acabar con la duda de si el feeling que sentíamos
mutuamente por Telegram, en persona también existiría en persona.
No sin cierto nerviosismo, la esperaba en la entrada del FNAC de la calle Vergara. No era el
mejor sitio de todos puesto que las “riadas” de turistas arriba y abajo eran habituales. Se
acercaba la hora de vernos en persona por fin y mis nervios iban haciéndose una bola en mi
estómago. No dejaba de secarme las manos en los pantalones, de los nervios que estaba
pasando. Ya me ves a mí a las puertas de los cincuenta, nervioso como un quinceañero en su
primera cita.
De repente todo el universo se paró en seco. Todo perdió su color. Todo menos ella. Allí estaba,
sonriente. Saludándome brazo en alto mientras sus pasos apresurados acortaban la distancia
que nos separaba. Yo, atónito la miraba, miento la contemplaba absorto. Mientras lentamente
una gran sonrisa se me dibujaba en mi cara. “¡Dios! Pero qué mujer más hermosa…” pensé para
mis adentros. Ella se abalanzó sobre mí, abrazándome primero y estampándome un sonoro pico
en los labios. Yo estaba en babia. Flotando en una nube. Sonriendo sin saber apenas articular
una palabra que no fuera un monosílabo.
Nos fuimos en dirección a Portal del Ángel para ir a tomar un café por la zona de la Catedral,
íbamos charlando de mil cosas cogidos de la mano. Felices y radiantes como dos adolescentes
enamorados. Delante de las antiguas Galerías Preciados me paré y la besé en los labios.
Primero un beso corto, mordisqueándole el labio. Luego otro más largo, mientras mis manos
asían su cintura y la acercaban a la mía. Ese primer beso prendió la llama del deseo en ella y en
mí. Ella me miró sonriendo pícaramente y me susurro lascivamente al oído:
“Creo que hay un ligero cambio de planes y el café lo dejaremos para otro día, porque me
muero de ganas de ti, de sentirte entre mis piernas y por lo que noto por aquí abajo, no soy la
única que lo está deseando…”
Solo atiné a sonreírle y besarle el cuello de tal forma que ella dejó escapar un suspiro antes de cogerme de la mano e irnos hacía un hotel a dar rienda suelta a nuestro deseo…