Historias prestadas...y duras.
Esta es una historia prestada. De quien trabaja en cooperación internacional. Hoy me tomé un café con él. Y me ha contado una vivencia, que no por dura, no merezca ser contada. Estaba con mi compañero discutiendo con el guardia de la frontera en plena África. Pasaporte, visados, maletas deshechas, los portátiles abiertos… Y el guardia y su compañero que no nos dejaban pasar. Tras varias horas, hablando, esperando, discutiendo, seguir esperando, y volver a discutir, seguían sin dejarnos pasar. Agotados en mitad de la nada. Con un Toyota Hilux de 500.000 kilómetros (posiblemente más…yo creo que ya había dado la vuelta al marcador) y por lo menos 20 años. 400 $ dólares a cada uno nos costó la broma. Casi anocheciendo, a más de 60 kilómetros de la ciudad, por caminos sin asfaltar. Dos blanquitos.
Paciencia. Ni cobertura ni nada. Mi compañero hablaba francés, y era quien llevaba la voz cantante. Literalmente. Y cuando llevábamos algunos kilómetros, ¡zas! El coche que se para y que dice que no arranca. Tocaba pasar la noche en mitad de la nada. Después de maldecir nuestra suerte, estábamos acomodándonos cuando un pastor con no sé cuántas cabras pasó por allí. Nos invitó a su poblado, a pasar la noche. Supongo que esperaba recibir por su hospitalidad algunos dólares de los blanquitos.
Llegamos a la aldea. Caminando, con el material. No estaba lejos. Y no sería aldea, sino más bien, 5 casas desperdigadas. Varios animales pululando por allí, alguna vaca flácida y numerosas cabras. Salieron a recibirnos, varios críos pequeños. Con camisetas de varios equipos de fútbol españoles. Nos dieron cobijo en una de las casas de adobe (ladrillos hechos de barro y paja), dejamos los trastos, y salimos afuera. Anochecía. Disponían de algunos utensilios para cocinar, no tenían luz, pero sí mucha imaginación. Con una botella de plástico, cortada por la mitad, la ponían en un hueco en el techo, boca abajo, con el tapón puesto con algo de agua. La poca luz que entraba iluminaba la estancia de forma uniforme.
Cuando salimos de la casa, el pastor nos hizo sentarnos en unos viejos bancos de madera. Cenamos una especie de gachas de algún cereal, y estuvimos al fuego un rato con él. Éramos como estrellas de cine. Al poco empezó a aparecer más gente. De las otras casas, que venían a recibirnos o a curiosear. Nos contaron que de vez en cuando venía alguna ONG, o gente del programa de alimentos de la ONU a ayudarles. Gente local que a las órdenes de algún coordinador, intentaba facilitarles las cosas. Su sino era que querían tener una escuela. Querían montar algo en otra de las aldeas que había por allí, 10-15 kilómetros. Estaba hecha, pero no había gente que la atendiera.
Vivían sin nada. Y los críos tenían una cara enorme de felicidad.
Estábamos fundidos, nos despedimos, y nos metimos en la casa. Dormí como un lirón.
Por la mañana, al amanecer la aldea despertaba. Salí fuera, caminé unos metros y el sol ya picaba de lo lindo. Di la vuelta al poblado. Y justo en la casa de al lado, por detrás, rodeada de cabras, la vi.
Joven, muy joven. 14 o 15 años a lo más. De piel de ébano. Con una especie de túnica, de color arcilla. Y una especie de palillos de colores, que la sujetaban el pelo con un moño. Tenía las manos curtidas. Llevaba una especie de bastón, para guiar a las cabras. Había un arroyo no muy lejos, a un par de horas caminando, para que pudieran beber los animales y ella coger algo de agua también. Y un bebé a cuestas.
Me impresionó su mirada. Eran ojos oscuros. Con un brillo especial. Con una enorme intensidad. Reconozco que no sabía si la noche anterior habíamos compartido hoguera. Ella me miró con una tremenda fuerza. No sabía si interpretarla como que éramos extranjeros y debíamos irnos cuanto antes, si como altivez, por estar acojonados, en mitad de la nada, con el coche estropeado, sin tener ni idea de que hacer y ella estar en su elemento, o como que alguien la estaba interrumpiendo.
Con mi precario francés me atreví a saludarla. Ella me devolvió el saludo, en un tono, fuerte. Casi no supe que decir. La pregunté que si se iba a llevar las cabras,… y en un francés mucho más correcto que el mío, me dijo que sí, y que tenía cosas que hacer. Cortante. Me despedí y quise decirla que sentía haberla importunado, pero no supe. En un momento dado, ella me miró, se giró y se dio la vuelta.
Al cabo de una hora, teníamos de nuevo todo recogido. Me acerqué a nuestro salvador y le pregunté por la chica de la casa de al lado. Me dijo que estaba casada (ipso-facto), y que tenía un niño pequeño y que volvería en 4 o 5 horas….
Conseguimos reparar el coche. Un manguito se había rajado, menos mal que habíamos parado y no se había vaciado del liquido que fuera. Creo que no era aceite, porque no era negro, aunque olía parecido. Arrancamos, le dejamos unos cuantos dólares a nuestro benefactor, y marchamos a la ciudad. Unos días después cogíamos el vuelo de vuelta a España.
Reconozco que no paraba de darle vueltas a la niña y casi mujer que había visto en la aldea.
Nuestro hotel, completamente occidentalizado, lleno de extranjeros, tenía, cómo no, duchas. Salimos a cenar con los de allí. Después nuestro “anfitrión”, nos llevó por uno de los barrios,….menos vistosos, pero no por ello, no tenía menos turismo. Multitud de chicas medio desnudas aparecieron por allí. Nuestro anfitrión quería que nos divirtiéramos…. Alguna se reía. La mayoría tenía cierta mirada perdida, no sé si por el efecto del pegamento o de otras cosas… En un semáforo paramos, y nos asaltaron varias por la ventanilla. La que me tocó en mi lado, tenía la mirada dura, labios carnosos, algún que otro diente de menos,… Mi jefe le dijo que nos llevase inmediatamente al hotel. Salimos zumbando. De allí, y un par de días después del país.
Reconozco que no sé que era peor. Si estar cuidando cabras, con 14 años y con un niño a cuestas, o estar en una gran ciudad, prostituyéndose, al amparo de mafias, y con el pegamento como único consuelo. Y en ambos casos, sin casi expectativas de futuro.
No me extraña el valor de esas personas que cruzan medio continente y un mar para llegar a Europa. No es posible que en el S.XXI, siga habiendo esta lacra.