Quemarse en el horizonte
Tener un horizonte ayuda a caminar, pero cuidado con imaginarlo, puede quemar. Y así se quemó Maty. Había caminado con ilusión y buen paso. Su cuerpo volaba en esa dirección. Era feliz viendo ese horizonte al fondo. Tan feliz, que no se dio cuenta de que ese horizonte estaba borroso. Ella imaginó lo que había en él, porque necesitaba un destino atractivo para levantar su vuelo. Y volando llegó. Su dibujo mental de ese destino no coincidía con lo que comenzó a ver a través de la entrada al horizonte, y aquel choque de expectativas y realidad hizo arder esa capa que había que atravesar para seguir. Se quemaron sus alas, ya no podría volar. Pero todo el camino realizado, le había dado mucha fuerza. Sus alas estaban quemadas, pero podía caminar. Y las alas volverían a regenerarse. Había aprendido a qué horizonte dirigirse. No iba a seguir dirigiendo sus pasos hacia horizontes imaginarios. Tenía su propio horizonte real, era incierto, estaba borroso, pero sabía que dentro de ese horizonte estaba la mejor versión de sí misma. Y no iba a imaginar a nadie más allí. Las imágenes imaginadas que no estuvieran quemarían. Esta vez solo se habían quemado sus alas, pero podría arder entera si no tenía cuidado. En ese camino, solo iba a acompañarse de aquellas personas que tuvieran el mismo destino. Lucharían juntas, incluso podría dar un rodeo para acompañar a alguien, pero siempre con la vista puesta en su horizonte, sin imaginar a nada más que ella misma con alas.