En la encimera
En la encimera reposa el corazón. Tuve que hacerlo, ya no había razón, solo injurias caídas una tras otra como la gota de la inquisición que agujerea lentamente los huesos del cráneo.Cuando volví de los universos anteriores supe que no había ningún lugar en el que sentarse a descansar de tantos ruidos. Ni siquiera en tus estrellas conseguí permanecer. Ni siquiera tus cuerdas de oro y plata me sostuvieron.
Por eso me he quitado el músculo que bombea sangre y mentiras y lo he sustituido por el motor de un coche rojo con faldones bajos y que brilla presumido aunque guarde en su interior a un viejo aburrido persiguiendo muchachas perdidas en avaricia.
Aún late sobre el granito pulido y un escalofrío me ha recorrido. ¿Si lo encebollara, a qué sabría? ¿A ceniza y tierra, quizás? ¿O a estaciones superadas? Tal vez sepa a aquel malvavisco que me hubiese comido sin esperar al segundo. O a dulce de leche.
El cuchillo está ya afilado y listo para diseccionarlo. El fuego hace borbotear el aceite de los olivos del principio, cuando todo eran chapoteos y carreras por amor, por construcción.
Es tierno y correoso y se desmigaja con facilidad. El aceite salta con su encuentro y se vuelve de colores metalizados.
Ya no hay vuelta atrás. Lo devoro tranquila y serena, tocando mi pecho abierto mientras el motor arranca.