Sputnik (Llamando a la tierra)
Creetelo, ya está sucediendo, hace ya más de un año que avistamos esa frecuencia
de luces anónimas que en principio solo
fueron un reclamo visceral fuera de
alcance. Sonaba de puta madre su
estética, su desparpajo carmesí era de
un nácar blanco cubierto de nieve que
abducía a los vivos. Escribía a discreción
y a su paso los gladiadores caían a plomo.
La voluntad indispuesta pero dispuesta
a apostatar de creencias, convicciones y
otros desmanes pobres por orbitar entre
sus ligas. Una galaxia lejana que cuando
emitía al azar de un día cualquiera
se pitorreaba con gracia sin infringir herida.
Se dejaba querer y entraba al quite con
una personalidad que salpicaba una
alevosía sana. Faltaba gravedad cuando
ella, tan sumamente ella se colocaba
a los mandos de un abordaje de
blasfemias.
De alguna manera los cálculos que
tenemos hasta ahora en tanto en cuanto
a velocidad, voracidad o trayectoria
hablan por si solos. Ese reguero de luz
se reafirma y ha dejado el borde
exterior para militar en las estepas
donde salen sus pavesas a buscarme.
Difícil dominar ese estado de sitio
cuando no hay intención
de salir de él.
Se acerca, es una realidad precisa, un
alcance inminente, un polvo a deshora.
Pura sintonía que destilan sus
abrazos infectados de endorfinas.
Maldita supernova que adelantó el
sarpullido de abril hasta los labios de
enero. Sagitario complaciente abriendo
las piernas en la constelación de acuario.
El oleaje de su aliento empañando
azulejos de placer en días laborables.
Puro cancaneo porque los vicios
también hay que atenderlos.
Ya no son suposiciones, una dimensión
desconocida se aproxima haciendo uso
de una línea recta. Nunca tuvimos
noticias de una tormenta solar como
la que mana de su voz. Las condiciones
de habitabilidad de ese atropello son
favorables, la biodiversidad salvaje
que invoca lo que envuelve sus vestidos
de verano es presencial y susceptible
de bullir en cualquier atmósfera. Luego
se relaja y la miel de su boca se pega
a mí paladar como las palabras a mis
dedos. No se puede predecir el
cuando ni de qué manera, infame
autocomplaciente, el choque será
inevitable.
Simón de Azzaria